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Beatificación del Padre Arnaiz S.J.

El 20 de octubre de 2018 fue Beatificado en la S.I. Catedral de Málaga el P. Tiburcio Arnaiz fundador de las Misioneras de las Doctrinas Rurales

Crónica de un día histórico

CEREMONIA DE BEATIFICACIÓN


APERTURA DEL PROCESO DIOCESANO DE LA SIERVA DE DIOS Mª ISABEL GONZÁLEZ DEL VALLE

El 25 de noviembre  de 2019, el Sr. Obispo de Málaga ha recibido el juramento y la profesión de fe, y entregado sus respectivos nombramientos, a los miembros del Tribunal nombrado para la investigación diocesana de la beatificación de la Sierva de Dios María Isabel González del Valle Sarandeses.

 

 

 

 

El Tribunal para la investigación diocesana de la causa de beatificación queda constituido por:

Rvdo. D. Federico Cortés Jiménez, Juez Delegado.

Rvdo. D. Antonio Eloy Madueño Porras, Promotor de Justicia.

D. Francisco Antonio Cervantes Mauri, Notario-actuario.

Hna. Inmaculada Vila Morera, Postuladora de la causa de beatificación.

 

 

 

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¿CÓMO COLABORAR CON NOSOTRAS?

¿CÓMO COLABORAR CON NOSOTRAS?

TODOS, con oraciones y sacrificios por el fruto de nuestro apostolado.

 Él, en un momento, puede cambiar los corazones y los planes de los hombres. Por eso lo que tenemos que hacer es tenerlo a Él siempre de nuestra parte, confiando del todo y de verdad en su Corazón». (María Isabel)

 

 

 LOS QUE PUEDAN, económicamente, como bienhechores.

Vivimos totalmente de la Providencia, ya que no podemos recibir nada de las personas que se benefician de nuestros trabajos, pues los que más nos necesitan, son los que no pueden mantenernos.

IBAN ES83 0030 2086 6500 0008 0272

 

ALGUNAS, como auxiliares.

Conviviendo temporalmente (semanas, meses, cursos) con las misioneras en las Doctrinas, compartiendo nuestra vida y apostolado.

 COMO MISIONERA, si Dios te llama a esta vocación apostólica y quieres colaborar con Cristo en la propagación de su Reino con el espíritu de nuestra fundadora:

 

 “Imprime con fuerza en mi corazón del deseo de salvar las almas como Tú las salvaste, con el sufrimiento, la humillación y el abandono de todos”

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CÓMO COMENZARON LAS DOCTRINAS RURALES

CÓMO COMENZARON LAS DOCTRINAS RURALES

Doctrinas urbanas

Cuando nuestro fundador, el P. Arnaiz, llegó destinado a Málaga en 1912, la capital estaba pasando por una decadencia económica debido a varios factores: la enfermedad de la filoxera en las vides malagueñas, la textil cedía su importancia a Cataluña, la siderurgia no pudo competir con Vizcaya. Donde se palpaba más esta situación de pobreza material y espiritual fue en los corralones. Son casas de vecinos de muy pocos recurso económicos, que constaban de un patio a cuyo alrededor convivían numerosas familias. Para cada una de ellas a veces sólo había una habitación. Los servicios eran comunes. Eran gente mal alimentada y sin cultura. Las blasfemias se oían con frecuencia y era difícil que un sacerdote pudiera entrar para llevarles los sacramentos. A veces les tiraban piedras. El P. Arnaiz sufrió en su propia persona la antipatía reinante en los corralones malagueños hacia los curas, sobre todo cuando un día le arrojaron una rata muerta. Pero no era él como para arredrarse y sentía un enorme deseo de ayudar en sus males materiales y de llevarles el consuelo de la fe. Un día yendo por el Barrio de Santo Domingo, donde ver un sacerdote era motivo de animadversión, se le acercaron unos jóvenes pidiéndole lo que llevaba, con no muy buena intención. El Padre, muy sereno, les dijo: “Hijos míos, no tengo nada que daros, no llevo nada; sólo tengo el corazón que, si lo queréis, os lo doy”. Y ante esta prueba de amor tan grande, ellos se retiraron, dejándole el paso libre.

 

La necesidad

Él, con su penetrante mirada pastoral, agudizada por su ardiente caridad y celo por las almas, descubrió un campo amplísimo, no roturado aún, al que dedicó una atención extraordinaria. Pero poco podía hacer un sacerdote solo en medio de un ambiente como el que hemos descrito. Y comprendió que para esa tarea hacía falta comenzar por lo más exterior y lo más visible: proporcionar a quienes se veían como abandonados del resto de la sociedad un poco de cercanía con quienes les pudiesen aportar algo estimable en su escala de valores. Y pensó en colaboradoras de otro rango social para que les mostrasen su interés y su caridad cristiana,  las encontró sobre todo en las clases más pudientes. La gracia de Dios le ayudó y supo descubrir que, entre las damas y señoritas distinguidas de Málaga, había almas verdaderamente cristianas, con sentimientos muy parecidos a los suyos y que bastaba que se les ofreciese la oportunidad de hacer bien a sus semejantes más necesitados para que pusiesen manos a la obra con una abnegación que fue la admiración de quienes fueron testigos de la transformación de los corralones malagueños. Él no era de nadie en particular y lo era de todos, y así pudo hacer de puente entre los de arriba y los de abajo.

 

 

El método

Pero pensemos lo que suponía para estas colaboradoras renunciar a una vida cómoda, llena de bienestar y sobrada de todo lo que una mujer culta y con medios abundantes les brinda las amistades de igual alcurnia, con sus posibles diversiones y reuniones. Pero supieron escoger entre ese mundo opulento y fácil o el ir a unos corralones, y más adelante veremos que no fue sólo el ir a los corralones, sino también a aldeas y pueblos pequeños a vivir entre pobres, para llevarles la fe y el amor cristiano. Dos de sus más insignes colaboradoras, en esta época, fueron Emilia Werner Martínez del Campo y Concha Heredia Loring.

Comenzó por escoger uno de los corralones mayores, con más número de vecinos, pero pronto esta labor social y apostólica se extendió por todos los otros. Alquilaba una habitación o conseguía del dueño que se  la cediese. Entonces mandaba allí a algunas de estas criaturas abnegadas y excepcionales de que venimos hablando. En número de dos o tres, iban de siete a nueve de la tarde y comenzaba a reunir, primero a la chiquillería, luego a las jóvenes y más adelante a las mujeres y también a los hombres, aunque a estos era el Padre el que les prestaba más atención, como era lógico. Él iba cuando el ambiente estaba ya más adecuado y se podía profundizar más en las cosas del alma. Ellas, con paciencia y constancia, iban enseñándoles las primeras letras, a leer, a escribir, a hacer las cuentas más sencillas y las nociones de la religión, lo más elemental según les explicaba el Padre: las verdades de la existencia de Dios, del alma, de la necesidad de salvarse, etc.

 

El cambio

Poco a poco la indiferencia y la frialdad del principio iban desapareciendo, ante el agradecimiento de ver que había quienes se interesaban por ellos. Cuando se juzgaba ya oportuno, aparecía el P. Arnaiz, hacia el final de la jornada, cuando hubieran vuelto del trabajo los hombres que lo tenían, o los que estaban parados hubieran vuelto de su callejear aburrido. El Padre les enseñaba lo mismo que las señoras, pero con esa impronta suya de bondad y humildad, y, siendo hombre y sacerdote, les causaba a todos más admiración. Llegaba el momento en que le esperaban con verdadero interés.  Una vez caldeado el corazón de aquellas pobres gentes e iluminada, en lo más necesario, su inteligencia, el Padre, durante tres noches, les daba una misioncita para prepararles a recibir los sacramentos. Se acudía para le celebración de la Eucaristía, en ese día señalado y para las confesiones y comuniones o bien a la parroquia en cuya demarcación estaba el corralón o a la iglesia de S. Agustín, donde los jesuitas tenían sus ministerios. Había que atender a bautizar a chiquillos todavía sin haber recibido las aguas redentoras, a arreglar matrimonios, a establecer las paces entre quienes andaban enemistados sin apariencia de reconciliación, etc. y, junto con ello, el buscar trabajo para quienes fueran capaces y socorrer económicamente las necesidades más urgentes.

 

Y después ¿qué?

La asistencia a un corralón, hasta sacarlo un poco de lo más profundo duraba unos meses. Pero ahí no terminaba la tarea. Buscaba, entonces, el Padre a una maestra que siguiera yendo cada día para que, en una miga o escuelita unitaria, continuara la enseñanza, que se había comenzado, a los niños y niñas y también a los mayores. Las catequistas han dejado la relación de corralones que se atendieron y en los que tuvieron doctrinas: Los Cuartos de Granada (en la Alcazaba), en los Corralones de Larios, en el Barrio de Huelin, en El Bulto, en calle Cañaveral, en el Corralón de Sta. Sofía, en Puerto Parejo, Corralón de Chaves, y en otra casa allí, en la Calle de los Negros, el al Capilla de San Lázaro, en la de Zamarrilla, en la Capilla de la Farola, en Calle Obando, frete a la plaza de toros, en calle Curadero, en calle Rosal Blanco, en la Goleta, y en unos corralones del Pasillo de la Cárcel, en el Corralón de la Pastora, cerca de San Bartolomé y otro por ese sitio, en el Barrio Obrero y en los Portales de Chacón. En total alrededor de unos veinte.  Nos dice Emilia Werner: “A los dos o tres años de estar en estos trabajos: en los barrios ya no había ninguna muestra de hostilidad a la religión, y en toda clase de gente una gran veneración al Padre, que empezó entonces y bien se ha visto en su muerte”. Hubo que buscar la forma de mantener aquellas maestras que, aunque de conciencia y espíritu cristiano, había que remunerar económicamente. Colaboraron en eso el Apostolado de la Oración y personas particulares que no quisieron que quedase su nombre ensalzado. Su idea era que intentasen dejar algo formado para cuando ellas marchases. En una carta en Septiembre de 1918 les dice a Concha y Emilia: “Vayan preparando las cosas para que, al irse Vds. de ahí, quede algo que levante el espíritu, ya sea el Apostolado, ya conferencias, visitas de pobres, doctrinas, escuela dominical o algo que dure con el favor de Dios, mayormente habiendo quienes ya se prestan a ayudarles.”

En verano de 1916, cediendo a las insistentes peticiones del Sr. Obispo de Cádiz, el P. Arnaiz fue destinado a  aquella ciudad, se deja entender lo doloroso que fue para sus catequistas su marcha, pero el Siervo  de Dios, veía en todo la Voluntad de Dios y estaba muy por encima de los apegos a las cosas de esta tierra. A través de sus cartas siguió animando a estas señoras, en una de ellas a Emilia Werner le decía: “Yo estoy muy agradecido a Vds. Porque lo que hacen las gentes por la gloria de Dios, yo lo tomo como si a mí me lo hicieran, y, como Vds. hacen mucho, tengo muchos motivos… Las doctrinas Dios las bendice siempre; es su obra; no se fastidien ni se cansen de esa labor”. Él les aconsejó que buscaran a otro sacerdote de la residencia para que las atendiera. En una carta a Concha el 10 de enero de 1917 le dice:”no me haya dicho nada, sobre todo de lo que piensan del corralón de Santa Sofía. La escribo por esto principalmente, porque no será bien que suene que se hará la Doctrina cuando y porque yo voy. Comprenda que esto puede lastimar a los Padres de ésa y con razón; pues siendo todos más capaces, más instruidos y virtuosos que yo, parece que me anteponen o, por lo menos, quieren que haga yo lo que ellos mejor pudieran hacer. Otra cosa sería tener la Doctrina preparada con el concurso de algún Padre, y luego, al ir yo, darme parte en aquel trabajo.” A su vuelta de Cádiz en 1917, por delicadeza ni intentó volver al campo que, si fue suyo en el origen, ya estaba ocupado.

 

Pero su idea era otra

Después de la comunión que cerraba una doctrina malagueña, mientras buscaban una mujer que pusiese escuela de párvulos, dice el Padre a la señorita Emilia Werner:

“- Esto no es mi idea; lo que pienso es que sean señoritas las que vayan por el amor de Dios a poner las escuelas en los pueblos.

– Padre, eso no es posible

– Cuando Dios quiere una cosa, no hay imposibles; Él manda las personas y los medios; si Él quiere lo que me imagino, se hará en hora por Él señalada. “

En octubre de 1920 fue a El Burgo a consagrar el pueblo al Sagrado Corazón y al ver unas casas desparramadas por el monte y no ver iglesia preguntó –“¿Qué pueblo es ese?” Le dijeron que se trataba una aldea perteneciente al municipio de Cártama, aunque, de hecho, quedaba más cerca de Pizarra. Que sus habitantes sólo tenían de cristianos el que iban a Pizarra a bautizarse, a casarse, los que lo hacían, y a enterrar a sus difuntos. Era la llamada Sierra de Gibralgalia. Se llegaba a ella solamente a pie o en bestia ya que no había camino para vehículo. En enero de 1921 fue a Pizarra para la misión y consagración del Sagrado Corazón con s su imagen desde la sierra de Gibralmora. Así le escribe a su hermana el 14 de enero de dicho año: “Salí para esta misión, y para el domingo o el lunes volveré a Málaga. Muchas cosas te diría de estas tierras y de la entronización del Sgdo. Corazón en un alto de una sierra, que llaman Gibralmora, y domina una gran de extensión. La hizo el Sr. Obispo. (San Manuel González) Vinieron ciento diez seminaristas y un gran número de sacerdotes, y aquí continuaron todavía los misioneros en casa de los Sres. Condes de Puerto Hermoso, que nos atienden con exquisito esmero.”  Desde allí veía el Padre aquellas casitas diseminadas por la pequeña sierra y tratándolo con el Sr. Párroco y el mismo Conde y acompañado por ellos se decidió a subir a conocerles y evangelizarles, aunque solo fuese en lo más elemental de las verdades de la fe. Lo que ocurrió allí en una noche y en un día no tiene explicación humana. Los reuniría y su palabra llena de unción les llegó al alma. Confesaron y comulgaron los niños y los mayores. Fue la primera comunión de todo un pueblo. La gente era sana de alma, sólo muy ignorantes y, cuando vio el cariño con que se le trataba, a lo que no estaba acostumbrada, se abrió a la gracia de Dios. El Padre volvió a Málaga lleno de gozo por el milagro de la gracia en las almas, pero también volvió con el corazón partido de pena, al tener que dejar a aquellas buenas gentes nuevamente en su soledad. Pero… ¿quién iba a estar dispuesta a querer irse con aquellas almas renunciando a la comodidad, a los auxilios espirituales de misa y comunión, médico, luz, agua, etc? Como él bien dijo “cuando Dios quiere una cosa pondrá las personas y los medios”.

 

María Isabel González de l Valle

Al volver a Málaga el 17 de enero empezaba una tanda de ejercicios en las Reparadoras para señoras, entre ellas sus dirigidas. Allí se encontró con María Isabel González del Valle, la persona que Dios puso en su camino para realizar sus ideales. Era de la alta sociedad de Oviedo, nació en 1889 y era el número 12 de 15 hermanos. Su hermano José María fue a estudiar a Madrid y ella le acompañó para que no estuviera solo. Allí, en 1920, hizo ejercicios espirituales con el P. Castro

En el tercer día de ejercicios, en la meditación de la Magdalena, no sabía dar explicaciones, sólo sabía que “se había enamorado de Él sintiéndolo como en sí mismo es…” Era el día 22 de abril y no se le olvidaría nunca. No veía más que al Señor, estaba loca con Él y no quería ofenderle ni por nada, esa era su preocupación. Una vez le preguntó al padre por una cosa, que si era pecado, este le dijo que mortal no y ella contestó: “Pero es que yo no quiero ofender ya más al Señor, ni mortal ni venial ni nada…” Al salir de Ejercicios estaba como Mª Magdalena, pendiente de los ojos de Jesús y pasaba largos ratos ante el Santísimo, en una iglesia cercana a su casa, empapada de Dios y sintiéndolo internamente, amándolo con todo el ímpetu de su corazón ya toda entregada a Él y perdido el sabor de todo lo otro.

Iba a hacer visitas al Santísimo,  y como estaba con aquellas ansias de saber qué era lo que Jesús quería de ella, allí mismo el Señor le inspiró un pensamiento de que debería irse por esos pueblos de Dios, con su casina a cuestas, dando a conocer su amor. Esto la marcó de tal manera que desde entonces ya no dudó nunca sobre el género de vida que debía seguir. Y su preocupación constante era comenzar cuanto antes a dejarlo todo y cómo se consagraría al servicio de Dios. No la dejaba la idea de esconderse en algún pueblo, donde desconocida y pobre pudiera entregarse a una vida de perfección y ocuparse en adoctrinar a los pobres, se fue a Bélmez (Córdoba) por consejo del P. Castro el 31 de mayo. Allí había dos dirigidas suyas, doña Manuela Berza y su sobrina Magdalena García. Ayudaron al P. Castro en varias misiones, como las de Doña Rama y el Hoyo, pueblecitos cercanos. Cuenta el padre el esfuerzo tan grande que le costaba ir y venir a pie por aquellos caminos difíciles, pero más grande era el deseo que tenía de sacrificarse por Cristo. Aquí se estrenó en el apostolado en el que tanta gloria había de dar a Dios. El P. Castro fue destinado como misionero a las Carolinas, y él pensó que podría unirse a él misionando a los infieles, recibió su primera carta desde allí encomendándole que fuese a conocer a Cecilia León que tenía la misma idea de María Isabel, ésta salió para Málaga a entrevistarse con ella. Pero durante la conversación con Cecilia, ésta le explicó a Mª Isabel que mientras viviese su madre no podría hacer nada y le dio otras razones por lo que comprendió que aunque se iniciaba el proceso, el llevarlo a cabo era cosa vaga y problemática.

 

La hora de Dios

Pero el Señor en su providencia la llevó a Málaga para que conociera al P. Arnaiz que dirigía a Cecilia. La entrevista fue en el locutorio de Reparadoras, era el 17 de enero. El padre la dejó hablar y al expresarle su deseo de irse a las Carolinas, le contestó con su fina ironía: “¿Y con esos zapatos y ese vestido se va usted a ir a las Carolinas?”. Y continuó: “¡Qué Carolinas ni Carolinas cuando ahí a dos pasos de Málaga vengo yo de un pueblo donde ofrecí un rosario de cristal a quien supiera hacer la supiera hacer la señal de la cruz y ni uno solo supo hacerla… si de verdad usted quiere trabajar por Cristo yo arreglaré que pueda usted ir a enseñar esas almas. Pero ya hablaremos de eso después!”. Tenía prisa porque empezaba la tanda de ejercicios y le dijo que se quedase y los hiciese. Mª Isabel, aunque perpleja por el recibimiento que le había dispensado el padre, se puso enteramente a su disposición desde el primer momento porque comprendió por una luz de Dios que era el director que le convenía. En una de las primeras pláticas o sermones sintió que el Señor le decía interiormente: “Ese es el padre que yo quiero para ti”.

Al ver tanta insistencia y buena voluntad y con su corazón de apóstol atormentado por la necesidad apremiante que había visto en la Sierra, el padre no resistía esperar a que se llevasen a cabo los trámites para poder hacer la fundación en las Carolinas y tampoco Mª Isabel era alma como para resistir mucho en este sentido.

Por eso, aunque no descuidasen el asunto, si verdaderamente esa era la voluntad de Dios, mientras tanto muy bien podía Mª Isabel ejercitarse para las misiones trabajando en las doctrinas y al terminar los Ejercicios le dijo que se esperase hasta que le buscara alguna compañera, pues no quería mandarla sola.

Mª Isabel se volvió a Bélmez y conforme a su manera de proceder en todo, despidió a su criada y comenzó a levantar la casa escribiendo inmediatamente para comunicarle al P. Arnaiz que estaba disponible. Al llegar a Málaga se instaló en el asilo de san Manuel, pero apenas le dio tiempo a soltar los “bártulos” que llevaba pues el P. Arnaiz la mandó a ayudar a otras catequistas que estaban en la Colonia de Santa Inés. En una carta a Ángeles Macías y a Asunción Rocatallada el mismo padre les dio la noticia: “Mª Isabel se ha establecido desde hoy en la Colonia, en la casa de ustedes. Ha llevado algunas cosas por consejo mío. Antes que ustedes vengan ya habrá terminado aquello, será cosa de dos o tres semanas. Aquello va muy bien, dará una misioncita el padre superior la semana que viene.”

 

La primera Doctrina

Para enero de 1922 el P. Arnaiz encontró quien acompañara a María Isabel a la doctrina de Gibralgalia y allá subieron ella y tres más. En Málaga se levantó una polvareda de críticas y comentarios desfavorables que corrían no solo por la calle sino también entre los mismos religiosos. Realmente los motivos de estas sospechas y críticas no carecían de fundamento si se miraba desde el punto de vista de la prudencia humana, y si bien es verdad que otra buena parte veneraba al Padre y se guardaba de criticarlo, sin embargo no podía menos que quedar perpleja ante los hechos. Parecía todo ello fruto de un celo extravagante, aventurero y muy peligroso.

Con algunas de las primeras misioneras, años 30

Se alojaron en la única casa de aquellos contornos que habían alquilado por un año pues lo otro eran chozas. Ellas dormían en el desván y lo demás lo compartían entre vivienda y clases. Cada una llevó su cama de campaña y todo lo necesario para su uso. Con cajones vacios se fabricaron al momento cómodas, lavabos, una silla por cabeza, y ya está. Muy pobre pero lo imprescindible.  Aquello no era una comunidad religiosa, ni tenían votos ni compromiso alguno, las que allí estaban, lo mismo que las que trabajaban en otras doctrinas sabían que el Padre no les había empujado a ninguna a ir, ni quería retenerlas si no tenían aliento para ello, habían ido por su propia voluntad, pero el Padre las conocía muy bien y sabía que no todas tenían arrestos para aguantar una temporada muy larga en la Sierra. Ésta no era una doctrina como las demás, tanto por las condiciones de vida como por las dificultades espirituales. Mª Isabel fue la única que no se amilanó lo más mínimo porque en esta vida descansó por fin de sus ansias interiores y afanes por encontrar la fórmula que sentía de apostolado. Comprendió que había encontrado su vocación y ya no dudaría jamás de lo que ha de ser. Había dado con lo que Dios quería de ella y estaba contenta en medio de las privaciones materiales (¡eso era lo de menos!) y espirituales. No es que no las sintiese, pero era tanto lo que la llenaba el haber encontrado la voluntad de Dios en la disposición de su vida que pasaba por todo y por mucho más si cabe en un alma enamorada de Cristo.

Aquella fue la primera Doctrina Rural, se hizo iglesia que fue inaugurada por el Sr. Obispo en Navidad de ese mismo año. Se continuó el curso siguiente. Las colaboradoras de Padre Arnaiz iban y venían pero la que siempre quedaba era María Isabel. Las siguientes Doctrinas fueron en Alozaina y Montecorto y así hasta este curso 2016 han sido 277 Doctrinas. Cuando murió el P. Arnaiz algunas de sus dirigidas se fueron retirando, otras iban colaborando con María Isabel, y otras sintieron la llamada del Señor a seguir esta vocación.

“Vivamos nada más que para Él, para sufrir y hacer redención con Él, para decir a todos el Padre que tenemos”. (María Isabel)

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LAS MISIONES POPULARES Y EL BEATO TIBURCIO ARNAIZ S.J.

LAS MISIONES POPULARES Y EL PADRE ARNAIZ

La predicación de Misiones Populares fue uno de sus principales ministerios. Su íntimo amigo D. Antonio Membibre, que más tarde fue arzobispo de Valladolid, lo acompañó en una de ellas y relataba sus impresiones a la hermana del P. Arnaiz, ya religiosa:

“Tuve el consuelo de pasar diez días con tu hermano que es un misionero santo, mortificado y penitente, pues no suele dormir en la cama, se tira en el suelo y en paz; a las cuatro se levanta, hace la hora de oración, me llamaba a las cinco e íbamos a la iglesia; él solía tocar, pues el sacristán nunca estaba a tiempo; confesábamos, a las seis Rosario de la aurora.  Esta carta tenla como si fuera de tu hermano pues él no tiene tiempo, ni para un solo día, siempre misionando y no quiere más que trabajar y salvar almas; terminado el Rosario, yo me vestía en el altar y Tiburcio desde el pulpito explicando los misterios de la Santa Misa, los ornamentos sagrados, etc. Terminaba a las siete y se iban los hombres a sus ocupaciones. A las diez doctrina para los niños y a la tarde a las tres… Restableció el Apostolado de la Oración; no conoces a tu hermano, está rejuvenecido, todo le gusta, todo le asienta, no tiene comodidades ni pereza ni necesidades, una gran voz, potente, incansable, predicando todo el día y toda la noche, vida de penitencias, sacrificios y humillaciones, en verdad atraen sobre él las gracias que por su ministerio Dios derrama a torrentes”.

Como bien decía su amigo D. Antonio, el Señor, por su medio, derramaba gracias a torrentes y los tibios volvían al fervor de la vida cristiana, los justos se convertían en apóstoles y los alejados volvían al redil de Cristo, contándose casos de conversiones realmente extraordinarias.

Leyendo la lista de las ocupaciones simultáneas que tenía, parecía imposible que las pudiese llevar a cabo, dándose casos como el de Chiclana, pueblo de Cádiz en el que además de predicar una misión en las dos parroquias, a la vez dio ejercicios a religiosas, visitó la cárcel y tenía reuniones con diversas asociaciones piadosas.

En los pueblos por él misionados, reorganizaba o fundaba asociaciones para mantener la vida de piedad, como Congregaciones Marianas, las Conferencias de San Vicente de Paúl, el Apostolado de la Oración o la Adoración Nocturna, y si había algún convento, ya fuese de vida activa o contemplativa, siempre encontraba un “hueco” para atender a las religiosas. En Ronda (Málaga) incluso promovió la fundación de un Carmelo, obra que cuidó con especial esmero en todos sus detalles hasta la inauguración que, por especial disposición del Señor, resultó ser el mismo día de su entierro.

Detrás de la construcción o arreglo de varias iglesias y escuelas, también estuvo la iniciativa del P. Arnaiz y su colaboración incansable como fue en la Sierra de Gibralgalia (Málaga) o La Línea de la Concepción (Cádiz)

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FUNDADOR: Beato Tiburcio Arnaiz Muñoz S.J.

APOSTOL DEL CORAZÓN DE CRISTO Y FUNDADOR DE LAS MISIONERAS DE LAS DOCTRINAS RURALES

 

 

1. INFANCIA

2. SEMINARISTA Y SACERDOTE

3. CONVERSIÓN

4. ENTRA EN LA COMPAÑÍA DE JESÚS

5. UN PACTO DE CONFIANZA

6. OLVIDADO DE SÍ

7. “ES NEGOCIO DE DIOS EL NUESTRO”

8. EL CORAZÓN DE JESÚS Y EL PADRE ARNAIZ

9. LAS MISIONES POPULARES

10. MINISTERIOS EN LA CIUDAD

11. LAS DOCTRINAS RURALES

12. DONES EXTRAORDINARIOS

13. “ME ENTREGO”

14. ENTIERRO Y FAMA DE SANTIDAD

 

INFANCIA

Pila bautismal donde fue bautizado, se conserva en la Parroquia de S. Andrés de Valladolid

Tiburcio Arnaiz Muñoz nació en Valladolid el 11 de agosto de 1865, en el seno de una humilde familia de tejedores. Dos días después, sus cristianos padres, Ezequiel y Romualda, lo llevaron a bautizar a la iglesia parroquial de San Andrés, imponiéndole el nombre del santo del día.

Con sólo 5 años quedó huérfano de padre, y su madre hubo de ingeniárselas para educar y sacar adelante a los dos hijos: Gregoria y Tiburcio.

Cuentan que de niño tuvo un sueño que le impresionó hondamente. Soñó una noche que caía en el infierno; horrorizado llamó a su madre, ella no lo oía y recurrió a la Santísima Virgen de los Dolores, la cual, acogiéndolo y cubriéndolo con su manto, le dijo: “No caes al infierno, ni caerás nunca”.

 

SEMINARISTA Y SACERDOTE

Era un joven vivo, alegre y de buen corazón. Entró en el seminario con trece años. Sacó los estudios con bastante aprovechamiento y brillantez porque “tenía talento”, pero advierte un compañero suyo que “era un calavera de estudiante, en el buen sentido de la palabra; no cogía un libro de texto en casa, si acaso lo que pescaba en los claustros del seminario antes de la clase”.

En sus primeros años de sacerdote

Para ayudar algo a la precaria economía de su casa ejerció las funciones de sacristán, en el convento de Dominicas de S. Felipe de la Penitencia en el mismo Valladolid. A veces llegaba tarde y las religiosas tenían que avisar a la recadera del convento; la pobre mujer abría, pero después regañaba severamente al seminarista. Tiburcio no protestaba ni contestaba; callado, escuchaba la reprimenda y reconocía su falta, dejando admiradas a las religiosas que comenzaron a vislumbrar su virtud.

Al acercarse la fecha de su Ordenación Sacerdotal, lo notaban serio y encerrado en sí, llegando a preocupar a su madre y hermana. Un día se sinceró con una de las monjas diciéndole: “Piensan en casa que no tengo vocación. Pero me sucede que cuanto más Ejercicios hago, más temor tengo, porque veo más la dignidad sacerdotal y mi indignidad. Pero cada vez me siento con más vocación”.

Recibió el Sacramento de manos de su Obispo D. Mariano Miguel Gómez, el 20 de abril de 1890. Se le confió primero, durante tres años, la parroquia  de Villanueva de Duero, en Valladolid, y después, durante nueve, la de Poyales del Hoyo, en Ávila. Las atendió siempre con amorosa solicitud.

En 1896 se doctoró en Teología en la diócesis Primada de Toledo

Era de carácter desinteresado y dadivoso. En Poyales costeó el arregló del templo y  pronto se ganó el corazón de sus feligreses. A Villanueva la encontró sumida en disputas, rivalidades y desavenencias políticas, y él, con su capacidad de persuasión y prudencia, consiguió la unión y concordia entre los vecinos. Era cariñoso y paciente al enseñar la doctrina a los más  pequeños y visitaba con asiduidad a los enfermos. Todos lo conocían y él, a todos conocía. Cuando hubo de dejar Poyales para entrar en la Compañía de Jesús decía conmovido: “Amo tanto a mi pueblo que no le cambiaría por una mitra; sólo la voz de Dios tiene poder para arrancarme de mi parroquia”.

En estos años había obtenido la licenciatura y el doctorado en Teología, en la ciudad primada de Toledo.

 

CONVERSIÓN

Párroco en Poyales del Hoyo (Ávila) con algunos de sus feligreses

Iban pasando los días y los años, trabajando en la viña de Señor y al abrigo de su familia. Sin embargo, Dios lo iba espoleando a mayor entrega, pues en cierta ocasión confesó: “Yo vivía muy a gusto y me daba muy buena  vida, pero temía condenarme”. Su pensamiento volaba a la vida religiosa pero veía un obstáculo insuperable en su anciana madre, a quien amaba y veneraba, y él era el único amparo de su vejez. Hasta que un buen día, dispuso Dios llevársela al cielo; la separación le causó tanta pena que su corazón quedó destrozado:

“Fue tanto lo que sufrí, que me dije: ya no se me vuelve a morir a mí nadie, porque voy a morir yo a todo lo que no sea Dios.

Su hermana Gregoria, una noche después de leer el “Año Cristiano”, vino a ratificar de parte del cielo la elección que Tiburcio ya tenía hecha en su corazón, y exclamó derramando lágrimas: “¡Ay Tiburcio, cuántas cosas hicieron los santos por Dios y nosotros qué poco hacemos! ¿Vamos a pasarnos la vida sin hacer nada por Él?, deberíamos irnos cada uno a un convento y allí servir a Dios con perfección lo que nos queda de vida”…  Así quedó libre el camino para seguir, cada cual, su particular llamada de Dios: ella entró en las Dominicas de San Felipe y D. Tiburcio, después de cerciorarse que quedaba “contenta”, con un: “Pues entonces, ¡hasta el cielo!”, se despidió y marchó gozoso a pedir su admisión en la Compañía de Jesús.

 

ENTRA EN LA COMPAÑÍA DE JESÚS

Corría el año 1902 cuando entró en el noviciado de la Compañía en Granada, Tiburcio tenía 37 años. Desde un principio se dispuso a la práctica de toda virtud y fue la obediencia la brújula de su vida, en ella veía la Voluntad de Dios. Dos propósitos hizo en este tiempo y los cumplió con exactitud: “No pedir nunca nada y contentarme con lo que me den”, “Nunca me negaré a ningún trabajo, bajo ningún pretexto”. La idea del tiempo perdido y de la edad avanzada, lo espoleaban a buscar ansiosamente la perfección.

En sus primeros años de jesuita

Hizo sus primeros votos el 3 de abril, Domingo de Pascua de 1904. Durante este tiempo asimiló admirablemente la espiritualidad ignaciana y comenzó a dirigir tandas de Ejercicios Espirituales; además, se inició en el difícil ministerio de las Misiones Populares.

Antes de marchar a Loyola en 1911, donde hizo lo que se llama la “Tercera Probación” (experiencia con la cual la Compañía culmina la formación de sus miembros), fue destinado a Murcia. Pasó en esta ciudad dos años, entregado a las almas y dirigiéndolas con admirable acierto. “Este Padre es un santo y hace santos”, decían cuantos lo trataban. Allí descubrió la necesidad de acoger a las jóvenes de los campos y pueblecitos inmediatos que venían a servir y que sin apoyos ni recursos materiales estaban expuestas a mil peligros. Para ellas buscó una casa donde tuvieran, además de albergue y amparo, quien las enseñase a conocer y amar a Dios.

Pasada su estancia de formación en Loyola, y tras unos breves ministerios durante la cuaresma, en Canarias y Cádiz, marchó a Málaga donde tuvo lugar su incorporación definitiva a la Compañía de Jesús, pronunciando sus últimos votos el 15 de agosto de 1912, Solemnidad de la Asunción de Ntra. Señora.

 

UN PACTO DE CONFIANZA

En la residencia de jesuitas de Málaga al finalizar una tanda de ejercicios espirituales

 

Su corazón ardiente, por este tiempo, hizo un pacto con el Señor que más tarde reveló a sus íntimos, que si le concedía diez años de vida los emplearía por «matarse» por su Gloria, sin descanso, y aseguraba, sin darle la más mínima importancia al cuidado de su salud: “Es Dios el que quiere cuidar de mi cuerpo con tal que yo viva confiado en Él”.

 

 

“Vivamos -decía a sus compañeros-, vivamos sólo para Dios y como si solos con Él estuviéramos en el mundo; esto es más fácil de lo que muchos creen pues, comparadas con Él, todas las cosas son despreciables y sólo por Él les damos lugar o dedicamos tiempo, mas a Él sólo y siempre debemos atender, empezando por el olvido de nosotros mismos”.

 

Su vida era Cristo; y el deseo de identificarse con Él, lo llevó hasta el extremo de escribir los siguientes propósitos, concebidos en los Ejercicios que había hecho antes de sus últimos votos:

  • “Deseo ardiente de adversidades o injurias y afrentas.
  • Querer que no sepan mis servicios o méritos.
  • Desear que no aprueben mi parecer.
  • Callar, no disculparme ni declarar a nadie mi inocencia ni mis penas.
  • No querer ni menos pretender que me amen, sino que me aborrezcan.
  • Dejarlo todo, si lo ordena la obediencia sin cuidarme de que se seguirá deshonra.
  • No mostrar sentimiento ni dolor.
  • No buscar comodidad de criatura alguna.
  • No decir nada bueno de mí, antes querer que se ignore lo que haga.”

 

OLVIDADO DE SÍ

A su hermana Gregoria, ya religiosa, le aconsejaba en una carta: “¡Qué vida más feliz es ésta cuando se vive en Jesús y para Jesús! No me cansaría de ponderar a las almas, máxime a las religiosas, de los bienes que pierden cuando piensan, quieren, recuerdan, hallan o buscan otra cosa que a Dios. Sé tú de éstas, hermana mía, que tienen su vivir en el cielo, en Jesús. Te olivarás de ti…”.

El P. Arnaiz en la casa de la familia Werner en Fuengirola. 25 de marzo de 1923

Así vivía el P. Arnaiz, tal como había pactado con el Corazón de Jesús, olvidado por completo de sí y dejando todo su cuidado en Él: la comida era siempre parca y desechaba cuanto se le presentara, una vez que consideraba que había tomado lo suficiente. El vestido, muy usado, el mismo en verano que en invierno. Una vez un penitente suyo, que era sastre, le propuso que le diese la sotana, que se la dejaría como nueva; el Padre, que adivinó la intención del buen hombre y que lo que pretendía era cambiársela por otra, le preguntó: –“¿Y ese trabajo cuánto podría costar?” -“Pues X pesetas” –“Démelas para mis pobres que, con la sotana tal como está, voy muy bien”.

Para hacer sus viajes o determinar trabajos nunca se arredraba, ya lloviese, ya hiciese calor o frío, parecía impasible, decía: “Yo no me entero”. Un día Mª Isabel, una de sus colaboradoras, le protestaba: “Pero Padre, puede uno callarse y no decir nunca si siente frío o calor pero, no notarlo, me parece imposible”, y él replicó: “Pero ¡qué boba es!; claro que es posible, ¡y tan posible! Vaya usted a uno que se le está muriendo un ser querido, o que le viene la ruina o la deshonra, con que hace mucho frío o cosa así, y verá cómo la mira. Él no lo ha notado ni piensa en eso, esta embargado por otra idea, y esa le llena y le absorbe. Si se llenase usted de Dios y del deseo de que se salvasen las almas, y esa fuese su preocupación y anhelo, no sentiría esas cosas ni pensaría en esas tonterías”.

Más de una vez llegaba de sus ministerios, calado hasta los huesos; aunque en otras ocasiones el Señor tuvo compasión de él y… de su cabalgadura, como le ocurrió en el Valle de Abdalajís (Málaga) donde iba a dar una misión: al bajarse en la estación se montó en un borriquillo para llegar al pueblo; por el camino cayó un aguacero fuertísimo, los que lo acompañaban llegaron chorreando y, sin embargo, ni él ni su jumento se mojaron lo más mínimo.

“ES NEGOCIO DE DIOS EL NUESTRO”

“¡Al negocio, al negocio!” les decía a los que le acompañaban. “Es negocio de Dios el nuestro” . El negocio de salvar las almas y ganar el cielo no lo dejaba vivir. “Es una pena que, teniendo una eternidad para descansar, queramos aquí descanso, repetía con sentimiento.

No perdía oportunidad. En una ocasión hubo de embarcar con el santo Obispo de Málaga, don Manuel González, para Melilla y llegó al puerto media hora antes de la partida; al ver que había de estar esperando, voló al hospital vecino; llegó el Señor Obispo y preguntó ansioso por el Padre; la hora de salir se echaba encima y cuando faltaban unos momentos apareció corriendo: –“¿Dónde ha ido?” le preguntó el prelado… –“A aprovechar el tiempo, Señor Obispo”. San Manuel lo apreciaba en grado sumo y se valía de él muchas veces para preparar la visita pastoral, sobre todo en los sitios más alejados de la diócesis, o especialmente dificultosos por las condiciones sociopolíticas de aquellos tiempos.

El P. Arnaiz con S. Manuel González, obispo de Málaga, en la casa del Conde de Puerto Hermoso, el día de la entronización del Corazón de Jesús en Pizarra (Málaga), enero de 1921

Llevado de su amor al Señor nunca decía basta y todo le parecía poco: “¡Qué fácil es predicar cuando se ama a Cristo! ¿Qué diría ahora Jesús a estas almas?… pues pidamos a Jesús que nos lo diga a nosotros, y repitámoslo, en su Nombre”.

Dio muchas tandas de Ejercicios Espirituales a sacerdotes, religiosas y maestros, a dirigidos suyos de intensa vida espiritual y a sencillas muchachas de condición humilde. Este apostolado de los Ejercicios, se prolongaba después en una intensa correspondencia con los que se acogían a su dirección espiritual. Muchas veces no daba abasto para contestar y aprovechaba los desplazamientos en el tren.

Su apostolado se extendió por varias partes de España y sobre todo en Andalucía: Cádiz, Córdoba, Sevilla, Granada…, pero fue preferentemente en Málaga, donde tuvo su residencia habitual y desplegó un celo incansable.

 

EL CORAZÓN DE JESÚS Y EL PADRE ARNAIZ

La devoción al Corazón de Jesús era el centro de su vida espiritual. La fuerza expansiva del amor de Cristo era su motor. “El que vive vida de mucha unión con Dios participa de los afectos de su Corazón”, decía… y lo vivía. Recordaban, quienes lo trataron, que hasta su manera de pronunciar el nombre de Jesús hacía bien al alma, y que no había más que observarlo cuando celebraba Misa: entonces parecía que se transformaba y veía a Jesús en la Eucaristía.

La penitencia y mortificación de su persona era proverbial, tenía verdaderas ansias de reparación, amaba con locura al Señor. Con un fervor que contagiaba, entronizó en cientos de casas al Corazón de Jesús, para que fuese el centro, y la vida misma, de cada familia.

Procesión de la imagen del Sagrado Corazón en tiempos del P. Arnaiz

Fue nombrado director del Apostolado de la Oración de Málaga y, además de aumentar el número de los socios, pues pasaron de varios centenares a miles, infundió en ellos un espíritu verdaderamente cristiano que cuajó en obras de amor a Dios y al prójimo.

En 1915 se decidió, con la colaboración de los miembros del Apostolado, a procesionar la imagen del Sagrado Corazón de Jesús que hacía catorce años que no salía por miedo al ambiente anticristiano en que se vivía. Tuvo que vencer la oposición de los que les parecía una imprudencia  salir a la calle. Pero, el Padre, con esa seguridad en las cosas de Dios que sólo tienen los santos, siguió adelante con su propósito. Sacó la procesión con una concurrencia numerosísima y gran fruto espiritual, y se hicieron eco del acontecimiento todos los periódicos de Málaga. Nadie esperaba un éxito semejante y desde entonces no se ha dejado de celebrar este acto en honor al Divino Corazón.

 

LAS MISIONES POPULARES

Misionero infatigable por campos y cortijos de Andalucía

 

La predicación de Misiones Populares fue uno de sus principales ministerios. Su íntimo amigo,m D. Antonio Membibre, lo acompañó en una de ellas y relataba sus impresiones a la hermana del P. Arnaiz, ya religiosa:

“Tuve el consuelo de pasar diez días con tu hermano que es un misionero santo, mortificado y penitente, pues no suele dormir en la cama, se tira en el suelo y en paz; a las cuatro se levanta, hace la hora de oración, me llamaba a las cinco e íbamos a la iglesia; él solía tocar, pues el sacristán nunca estaba a tiempo; confesábamos, a las seis Rosario de la aurora -Viva María… Pecador, no te acuestes nunca en pecado,… etc.- … Esta carta tenla como si fuera de tu hermano pues él no tiene tiempo, ni para un solo día, siempre misionando y no quiere más que trabajar y salvar almas; terminado el Rosario, yo me vestía en el altar y Tiburcio desde el pulpito explicando los misterios de la Santa Misa, los ornamentos sagrados, etc. Terminaba a las siete y se iban los hombres a sus ocupaciones. A las diez doctrina para los niños y a la tarde a las tres… Restableció el Apostolado de la Oración; no conoces a tu hermano, está rejuvenecido, todo le gusta, todo le asienta, no tiene comodidades ni pereza ni necesidades, una gran voz, potente, incansable, predicando todo el día y toda la noche, vida de penitencias, sacrificios y humillaciones, en verdad atraen sobre él las gracias que por su ministerio Dios derrama a torrentes”.

El P. Arnaiz cruzando el río Guadalhorce al salir de la misión de Santa Amalia en Alhaurín de la Torre-Málaga en 1925

Como bien decía su amigo D. Antonio, el Señor, por su medio, derramaba gracias a torrentes y los tibios volvían al fervor de la vida cristiana, los justos se convertían en apóstoles y los alejados volvían al redil de Cristo, contándose casos de conversiones realmente extraordinarias. Sin embargo, llama la atención que no pusiese como fin de sus misiones arrancar confesiones o lograr un crecido número de comuniones, sino grabar en el alma de sus oyentes las verdades más elementales de nuestra fe: Dios, el alma, la otra vida. “Doctrina y doctrina”, decía. “Persuadámosles que tienen alma, que les espera la eternidad, y ellos buscarán por su cuenta, la confesión y todo lo que sea menester».

Leyendo la lista de las ocupaciones simultáneas que tenía, parecía imposible que las pudiese llevar a cabo, dándose casos como el de Chiclana, pueblo de Cádiz en el que además de predicar una misión en las dos parroquias, a la vez dio ejercicios a religiosas, visitó la cárcel y tenía reuniones con diversas asociaciones piadosas.

En los pueblos por él misionados, reorganizaba o fundaba asociaciones para mantener la vida de piedad, como Congregaciones Marianas, las Conferencias de San Vicente de Paúl, el Apostolado de la Oración o la Adoración Nocturna, y si había algún convento, ya fuese de vida activa o contemplativa, siempre encontraba un “hueco” para atender a las religiosas. En Ronda (Málaga) incluso promovió la fundación de un Carmelo, obra que cuidó con especial esmero en todos sus detalles hasta la inauguración que, por especial disposición del Señor, resultó ser el mismo día de su entierro.

El P. Arnaiz supervisando las obras de la capilla de la Sierra de Gibralgalia- Málaga, su primera Doctrina Rural en 1922

Detrás de la construcción o arreglo de varias iglesias, también estuvo la iniciativa del P. Arnaiz y su colaboración incansable: la Sierra de Gibralgalia, El Chorro, Las Mellizas y Alfarnatejo, en Málaga; Barriada de La Colonia, de La Línea de la Concepción, en Cádiz. En ésta última ciudad fundó, además, una escuela que mantuvo con sus catequistas, hasta que consiguió llevar a las Hijas de la Caridad para que la continuaran. Así mismo fueron promovidas e inspiradas por el P. Arnaiz otras escuelas, en Campamento (Cádiz) y junto a las iglesias antes mencionadas de Málaga.

 

MINISTERIOS EN LA CIUDAD

Al terminar las misiones volvía el P. Arnaiz a su residencia de Málaga y, como si viniese de un viaje de recreo, a veces ni subía a la habitación, dejaba el maletín en la portería y “volaba” a visitar enfermos, así, literalmente, porque ocasión hubo en que quisieron seguirlo y no pudieron.

Acudía a las salas de los hospitales pero también a las casas particulares. En estos encuentros personales la caridad del Padre se desbordaba y su corazón compasivo socorría, o hacía socorrer a sus amigos, las necesidades que a su paso encontraba.

Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús que pertenecía a la residencia del P. Arnaiz

Una vez una buena señora que pedía limosna en las puertas de las iglesias, al llegar a casa sorprendió al Padre atendiendo a su madre que estaba enferma y repetía admirada: “Es un santo, es un santo. ¡Si le hubieran visto ustedes preparando una yema a mi madre y con la gracia y agrado con que lo hacía!”. A otra mujer, desesperada, con cáncer en la cara y mucha amargura en el alma, comenzó a visitarla con gran bondad y compasión, esta pobre señora fue recobrando la paz, hasta el punto de hacer una sincera confesión y recibir todos los Sacramentos. El Padre no podía ocultar su alegría y lleno de alborozo la abrazó y exclamaba: “¡Alégrese, hermana, que hoy hemos arrebatado a un alma del infierno!”.

Su creatividad a la hora de paliar la ignorancia o el sufrimiento humano no conocía límites. En la calle Cañaveral, de la misma ciudad, impulsó la construcción de una casa de acogida para señoras con pocos recursos, con más de treinta viviendas unipersonales. Promovió la apertura de la librería católica de Málaga y atendió con sumo interés algunas escuelitas y talleres de gente humilde. También las cárceles eran objeto de sus desvelos; allí, a su paso, “tocaba” el Señor con su predicación y caridad muchos corazones destrozados, algunos de los cuales, al salir, buscaban al Padre para seguir sus consejos y su guía espiritual.

Su influencia benéfica se multiplicaba gracias a un plantel de incondicionales colaboradores, que tenía ocupados en los diversos apostolados que se le ocurrían, unos en la ciudad y otros incluso preparándole misiones en los pueblos.

En sus visitas por los barrios periféricos, se hizo idea cabal del espíritu hostil a la religión que en ellos reinaba (una vez le llegaron a tirar una rata), y fiel al Evangelio que predicaba y lleno de compasión por tanta ignorancia, que veía ser la causa de tal animadversión, se dispuso a remediarla.

El P. Arnaiz departiendo con uno de sus colaboradores, D. Leopoldo Werner, Conde de S. Isidro, en Fuengirola (Málaga)

Los famosos “corralones” eran casas de vecinos donde cada familia únicamente disponía, para su intimidad, de una habitación o dos, alrededor de un gran patio que todos compartían para guisar, lavar, tender la ropa y otros menesteres; en ellos, el Padre alquilaba, o pedía, una de estas estancias y mandaba a algunas de sus dirigidas para tener allí una escuela improvisada; enseñaban a leer y escribir a aquellas gentes, nociones de cultura general, y luego dividían a las mujeres, los hombres y los niños en secciones separadas para ir explicándoles lo más elemental de nuestra fe: que hay Dios y que nos ama hasta el extremo de dar la vida por nosotros, que tenemos alma, la vida eterna… El Padre se presentaba al cabo de un mes o dos y les predicaba a todos como una Misión; se los ganaba pronto y se hacía sentir la influencia de su santidad, por lo que casi todos se ponían en gracia. Después, solía dejar a alguna mujer piadosa al frente de esta singular escuelita llamada “miga”, para que siguiese enseñando a los niños y sostuviese el fruto logrado. Durante su vida se trabajó así en unos veinte corralones, y el cambio obrado en ellos redundó en beneficio de la vida social de Málaga.

En uno de estos barrios, alrededor de 1914, a una joven de condición humilde que vivía en la citada calle Cañaveral, le sucedió que después de tratar al P. Arnaiz se arrepintió de su mala vida y se puso a trabajar honradamente. Un día su antiguo y mal amigo la solicitó de nuevo, pero ella perseveró en su buen propósito y, en vista de su negativa, aquel hombre la mató. Fue un caso trágico, pero hermoso a la vez, y su protagonista es digna de ser recordada por el heroísmo al que llegó, en la sinceridad de su conversión a Dios.

 

LAS DOCTRINAS RURALES

El P. Arnaiz llevaba clavado en el alma el abandono de los campos, y en sus continuas misiones fue madurando un proyecto de evangelización nuevo y original en su forma. A Emilia Werner, una de sus primeras colaboradoras, manifestó una vez comentando el trabajo que se hacía en los corralones: “Esta no es mi idea. Lo que yo pienso es que sean señoritas las que vayan, por el amor de Dios, a poner escuelas temporalmente en los pueblos y lagares”“Cuando Dios quiere una cosa, todo se hace posible; manda las personas y los medios. Si Él quiere esto, se hará cuando Él lo tenga dispuesto”.

María Isabel González del Valle

Y sonó la hora en el reloj de Dios cuando visitó por primera vez la Sierra de Gibralgalia (Málaga). Sucedió que, mientras predicaba una misión en Pizarra, subió a Gibralmoro, monte que domina todo el pueblo, a bendecir un monumento al Corazón de Jesús, y divisó desde la altura las casitas de la Sierra; al oír que vivían allí varios cientos de personas muy abandonadas en todos los sentidos, allá se encaminó. No tenían iglesia, ni carretera, sólo un  mal camino de caballería  para acceder. Pasó en la Sierra un día y una noche sin descanso, y la gente buena y sencilla se volcó, recibiendo la primera Comunión casi todo el pueblo.

Grupo de misioneras en Gibralgalia con el P. Copado S.J. que sucedió al P. Arnaiz en la dirección de las Doctrinas. María Isabel es la tercera por la izquierda. Año 1927

 

Al llegar a Málaga, con el corazón consolado por lo que había vivido, y destrozado a la vez, pensando en tantos que no conocían a Jesús, simplemente, porque nadie se lo anunciaba, la Providencia divina hizo que se encontrara con Mª Isabel González del Valle, una señorita asturiana de treinta años de edad, a la que el Señor acababa de trocar el corazón en unos Ejercicios Espirituales. Ella se sentía llamada a irse “por esos pueblos de Dios, con su casina a cuestas, dando a conocer a todos, el Padre que tenemos”. Estaba decidida a marcharse a las islas Carolinas, pero el P. Arnaiz le propuso subir a aquella aldeíta “que está peor que el Japón”, le decía, y Mª Isabel, al momento, aceptó el cambio de destino viendo en ello la voluntad de Dios.

Tuvieron que esperar un año, hasta enero de 1922, por no encontrar a nadie que quisiese acompañarla, pues era algo inusitado en aquel tiempo y tan atrevido, que se levantó una polvareda de críticas al Padre por su celo “desmesurado” y “temerario”, ya que las que fueran,  habían de quedarse incluso sin el consuelo de la Misa diaria. Aquel “disparate” sólo lo entendieron algunos, como el P. Cañete, entonces provincial de la Compañía de Jesús en Andalucía; él decía que aquello era “dejar a Dios por Dios”, el consuelo de la Comunión por el bien de las almas. También lo entendió el santo obispo D. Manuel González y, al mes de estar las catequistas en la Sierra, les concedió permiso para tener con ellas el Santísimo Sacramento.

Sierra de Gibralgalia – Málaga, en la actualidad. Pueblo donde se tuvo la primera Doctrina Rural

En una choza, arreglada con lo más preciado que tenían las que subieron, pusieron al Señor y, con el ritmo de clases, catecismos y vida espiritual que les marcó el P. Arnaiz, comenzó la historia de la Obra de las Doctrinas Rurales. En vida de su fundador se tuvieron veinte “Doctrinas” (así llamaban a la estancia de las catequistas más o menos larga en los pueblos o cortijadas).

María Isabel ya se entregó de por vida a esta Obra y, tras la muerte del Padre, con grandes sufrimientos y contradicciones, la consolidó y así perdura hasta hoy.

 

DONES EXTRAORDINARIOS

El P. Arnaiz gozó de muchas de las gracias especiales con que el cielo adorna a sus elegidos.

En su vida se dieron casos de bilocación, como el que ocurrió en casa de una portera que tenía un hijo paralítico, a la que a veces ayudaba el Padre; vivían en la calle Lagunillas. Un día al volver la mujer a casa, vio que el niño estaba levantado y le preguntó, con sorpresa, qué había pasado. El niño contestó que el P. Arnaiz se había sentado con él en la cama y, cogiéndole las manos, le dijo: «Levántate que vamos a andar un poco por la habitación». La madre fue corriendo a la Residencia para comentarle al mismo Padre lo ocurrido y resultó que él estaba fuera de Málaga dando misiones.

Otras veces el Señor le revelaba el interior de las conciencias. Una de sus catequistas, Ángeles Macías, iba a visitar a una señora que tenia cáncer en un ojo, la recibía con despecho y estaba muy alejada de la Iglesia. Un día le dijo a la catequista que si iba a verla el P. Arnaiz, recibiría los Sacramentos, pero su intención no era confesar sino que había oído hablar de milagros ocurridos por su intercesión y pretendía que la curase. Cuando unos días después, Ángeles le preguntó al Padre si ya la había confesado, él murmuró: «La gente cree que la criatura puede algo». Al volver a visitar a la enferma ésta le preguntó por qué no había ido el Padre y la catequista, extrañada, le repitió la contestación que le había dado y que ella no había entendido; la  pobre mujer se echó a llorar y entre otras cosas dijo: «Mi intención no la adivina sino un santo». El milagro no se hizo pero su alma se curó. El P. Arnaiz envió a otro sacerdote para que la confesara y desde entonces llevó su enfermedad con una resignación admirable.

Tuvo revelación de acontecimientos lejanos, como le sucedió en Guaro (Málaga) predicando una Misión, en la que indicó a sus oyentes que las verdades de que estaba hablando eran tan ciertas como el incendio que se estaba produciendo en la Aduana de Málaga; hecho terrible que, efectivamente, estaba ocurriendo en esos momentos, y que el Padre no lo pudo haber conocido por ningún cauce.

También anunció cosas futuras, como precisar la fecha de su propia muerte, en la visita que hizo a D. Pedro Calvo y a su esposa, amigos suyos. D. Pedro estaba muy enfermo y el Padre le dijo: «¡Con que lo de aquí, ya se acabó! No piense usted más que en ir al cielo. Allá nos veremos pronto… de aquí a un mes, más o menos. No, de aquí a un mes menos tres o cuatro días».  Y así sucedió.

En Alfarnatejo (Málaga) una placa conmemora  lo ocurrido durante la Misión. Era un año de tremenda sequía, por lo que una tarde se sacó en rogativa al Santo Cristo de Cabanillas, bajo cuyo patrocinio está el pueblo. Al entrar en la iglesia, el P. Arnaiz se postró ante la imagen y suplicó con fervor  al Señor que, aunque los mayores no se lo merecieran por sus pecados, concediera la lluvia, a aquellos campos resecos, por la inocencia de los niños. La respuesta fue inmediata; aunque estaba el cielo despejado durante la procesión, comenzó a llover tan abundantemente que no se podía salir de la iglesia.

Y entre los hechos extraordinarios más frecuentes, se cuentan milagrosas curaciones concedidas por su intercesión, como ocurrió durante la Misión de Nerja. A dos kilómetros del pueblo había una mujer gravemente enferma con varios hijos. El Padre acudió a darle los últimos Sacramentos; era una noche lluviosa y lo acompañaban dos hombres. Al regresar, movido de compasión, a cada instante se postraba en tierra, apretando el crucifijo entre sus manos, y rezaba así: «Jesús mío, dale la salud, que le hace mucha falta a sus niños». Y aquella señora, que estaba agonizando y sin esperanza de vida, curó repentinamente.

Monumento al P. Arnaiz en la ciudad de Málaga que se erigió en 2005 por suscripción popular

Hay además varias florecillas, casos milagrosos y simpáticos, que Dios permite en la vida de sus fieles hijos. Es gracioso lo que sucedió en casa del párroco de San Roque, de Cádiz: ante la insistencia del Padre de tomar un solo huevo para cenar, mientras estuvo allí, cada día una de sus gallinas, sin falta, ponía un huevo de dos yemas. Y en un pueblo de la provincia de Huelva, en Corteconcepción, un matrimonio sin hijos lo invitó a bendecir una escuelita para niños pobres y, cuando terminó el acto, la señora le dio al P. Arnaiz una cajita de dulces para que los repartiese; pero al ver que además de los niños fue desfilando medio pueblo a tomar su dulcecito, estaba con el corazón encogido, pensando en el mal rato que iba a pasar el Padre cuando faltasen pasteles; cosa que no sucedió: hubo pasteles para todos.

Estas y otras cosas extraordinarias y sobrenaturales, a pesar de la humildad y discreción del Padre, corrían de boca en boca y la fama de santidad se iba extendiendo cada vez más. Hasta los cocheros de Málaga, cuando le veían pasar, comentaban: «¡Ahí va el cura santo!».

 

“ME ENTREGO”

A principios de Julio de 1926 estaba el P. Arnaiz en Algodonales, predicando una Misión, cuando se encontró extraordinariamente mal dispuesto. Después de auscultarlo, el médico diagnosticó bronquitis y pleuritis. Él murmuró expresivo: “Me entrego”.

Una fila interminable de gente de toda clase y condición social pasó a venerar sus restos mortales durante tres días

Fue trasladado a Málaga y obligado a guardar cama, pues tenía fiebre muy alta. Cuando se supo que el P. Arnaiz había llegado en esas condiciones, la ciudad se movilizó y acudió un numeroso gentío a la Residencia de los Jesuitas a informarse de su estado. Hubo que poner, en sitio visible, el parte médico de cada día, y el templo del Sagrado Corazón fue testigo de las continuas oraciones que espontáneamente se hacían por su salud.

El 10 de julio le administraron los últimos Sacramentos quedando desde entonces alegre y ansioso por irse al cielo; no podía hablar de otra cosa. “¡Qué hermosísimo es el Corazón de Jesús!… ya le veré pronto… ¡y me hartaré! ¡Qué bueno es! ¡Cuánto nos quiere!… Y la Virgen, ¡vaya si es amable y me quiere!”.

Cada vez que respiraba, decía que le parecía que le daban con un puñal en los pulmones. Los médicos hacían cuanto podían para salvar aquel cuerpo consumido de trabajos, le aplicaban inyecciones y ventosas y, para “atraer los humores”, le practicaron una llaga en la pierna derecha. Durante la enfermedad, de sus labios no salió una queja; sus palabras a los que lo atendían eran siempre: “Nada merezco, Dios se lo pague”. Al preguntarle un día si la llaga le dolía mucho, respondió: “Lo que a mí me duele es haber ofendido a Dios”. Al hermano enfermero le dijo: «No hay sujeto… Está todo destrozado… Me he dado prisa en vivir».

Lo último que pronunciaron sus labios con voz potente y clara fue el himno “Te Deum”, alegre y devoto, alternándolo con el hermano que lo acompañaba. A las 10 de la noche del 18  de julio de 1926, entregaba su alma a Dios.

 

ENTIERRO Y FAMA DE SANTIDAD

Manifestación imponente de duelo en el entierro del P. Arnaiz. La comitiva en el momeno en que recorría la calle Larios de Málaga

El duelo por su pérdida fue general. Toda Málaga se sintió huérfana de tan gran bienhechor. Lo lloraron los humildes y también los de condición económica elevada. Se obtuvo licencia de Roma y del Ministerio de Gobernación para que pudiese ser enterrado en la iglesia del Corazón de Jesús donde, tantas veces, había confortado a innumerables almas en el confesionario, e instruido y enfervorizado desde el púlpito con su palabra llena de unción.

Su cadáver fue expuesto a la veneración pública durante tres días, formándose colas continuas para poder tocar su cuerpo con objetos de devoción. Y todavía, antes de ser inhumado en el crucero derecho del templo, fue llevado por las calles de la ciudad, por donde durante años, había dirigido él la procesión del Corazón de Jesús. Cerró el comercio y el cortejo fúnebre fue presidido por las autoridades religiosas, civiles y militares. No sólo de Málaga, sino de muchos otros sitios, objeto de sus desvelos misioneros y de su incasable apostolado, acudieron a darle el último adiós. Había muerto en olor de santidad.

El P. Arnaiz y S. Manuel González, obispo de Málaga, que pronunció la oración fúnebre

El señor Obispo, San Manuel González, acudió a honrar a su fiel colaborador, y pronunció una oración fúnebre que hubo de interrumpir varias veces llevado de la emoción. Se quejaba con cariño al Señor y le decía: “¿Qué haces, Jesús mío…? ¿Cómo quieres que lleve la carga que has impuesto sobre mis débiles hombros, si me privas de los mejores operarios de esta viña?… ¡Hermanos en religión del P. Arnaiz que estáis aquí presentes, sed Padres Arnaiz! ¡Religiosos y sacerdotes que me escucháis, sed Padres Arnaiz!  ¡Fieles todos que trabajáis en obras de celo, sed otros Padres Arnaiz! Que el mundo no se ha de salvar con discursos, ni combinaciones políticas, sino con Santos y sólo con Santos”.

El ejemplo vivo de los Santos no pasa, sino que perdura de generación en generación. Por eso, recordando a su bienhechor y gran apóstol, en 2005,  se levantó en Málaga un monumento por suscripción popular en el barrio del Perchel.

El P. Arnaiz desde el cielo continúa su labor apostólica y sigue haciendo el bien entre sus devotos, porque el amor es expansivo, y su amor es el de Dios. Son muchos los favores y hechos milagrosos que se atribuyen a su intercesión, y muchas las personas que, diariamente, visitan su sepultura confiándole sus sufrimientos y anhelos.

El santo Obispo de Málaga que lo conocía bien, en la ya citada oración fúnebre, definió con gran acierto su personalidad, diciendo del P. Arnaiz que era un persuadido, un enamorado, un loco de Jesús”.

DATOS BIOGRÁFICOS

– Nació en Valladolid, el 11 de agosto de 1865, de familia modesta.

– Se ordenó de sacerdote el 20 de abril de 1890. Estuvo tres años de párroco en Villanueva de Duero, en su diócesis de
origen, y nueve en Poyales del Hoyo, en la de Ávila.
– Obtuvo el grado de Doctor en Teología, en Toledo, el 19 de diciembre de 1896.
– A la muerte de su madre, entró en el noviciado de la Compañía de Jesús en Granada, el 30 de marzo de 1902, y dos
años más tarde hizo sus primeros votos.Desde 1909 a 1911, fue destinado a Murcia.Entre 1911 y 1912, permaneció en Loyola para hacer la Tercera Probación, experiencia con la cual la Compañía culmina la formación de sus miembros.
– En 1912, fue destinado a Málaga, donde el 15 de agosto hizo sus últimos votos de religioso.
– El curso 1916-1917, lo pasó en Cádiz por petición expresa del señor Obispo de esa diócesis.
– Ese mismo año 1917, volvió a Málaga donde permaneció hasta su muerte.
– En enero de 1922, comenzó la Obra de las Doctrinas Rurales junto con su gran colaboradora María Isabel González del
Valle Sarandeses.
– Enfermó en Algodonales (Cádiz). El 18 de julio de 1926, murió en Málaga en olor de santidad.

 

  • El 10 de octubre de 2016 el Papa Francisco firmó el decreto de Virtudes heroicas, siendo así reconocido por la Iglesia como Venerable.
  • El lunes 18 de diciembre de 2016, el Papa Francisco recibió en audiencia, al Prefecto de la Sagrada Congregación para las Causas de los Santos, Cardenal Ángel Amato, en la que autorizó la publicación del milagro atribuido a la intercesión del Venerable Padre Tiburcio Arnaiz, SJ.
  • Representando al Papa Francisco, el Cardenal Becciu (Prefecto para la Congregación de las Causas de los Santos) declaró BEATO al P. Arnaiz el 20 de Octubre de 2018. Ahora, queda solo un paso para la Canonización del P. Arnaiz. Hace falta un nuevo milagro atribuido a su intercesión ante el Señor. Será cuando Dios quiera.