Jurídicamente

UN POCO DE HISTORIA DE LA APROBACIÓN JURÍDICA DE LAS MISIONERAS DE LAS DOCTRINAS RURALES

 

 

Beato Tiburcio Arnaiz Muñoz S.J.

A principios de 1927, unos meses después del fallecimiento del Rvdo. P. Arnaiz S.I., María Isabel González del Valle, junto con algunas de las primeras catequistas, que deseaban continuar trabajando en las Doctrinas, alentadas por el entonces Provincial de la Compañía de Jesús en Andalucía, P. Juan Cañete, espigaron de entre las cartas y recuerdos que conservaban de su venerado padre espiritual, unas “normas” para el régimen interior de las que formaban parte de las Doctrinas y las condiciones para pertenecer a la Asociación. Este reglamento lo titulaban así: “Normas dadas por el padre Arnaiz de palabra y en sus cartas y que se escribieron a poco de su muerte”

Dichas normas, al cabo de un año, en 1928, las retocó el P. Bernabé Copado S. I., nuevo director de Mª Isabel,  que continuó dirigiendo las Doctrinas del P. Arnaiz.

Al texto primitivo se añadió una organización externa y hablaban de tres grados de pertenencia a la Obra, ya que como en tiempos de su fundador, no todas colaboraban de la misma forma ni tenían la misma disponibilidad. También hacían mención de un “consejo” que regularía el funcionamiento de la Asociación encabezaban así el reglamento corregido: “Normas dadas por el padre Arnaiz de palabra y por carta a las señoras de las Doctrinas Rurales para la buena marcha de la Obra”

Algunos proponían “reconvertir” este grupo apostólico, que había estado trabajando bajo las órdenes del P. Arnaiz, en un instituto religioso, sin embargo, la mayoría de las “doctrineras”, con Mª Isabel a la cabeza, intentaban conservar la forma y el método que su venerado Padre espiritual había impreso en la Obra, encontrando siempre apoyo, tanto en el Provincial de la Compañía como en el P. Copado, y bajo el amparo y autoridad de éste último, Mª Isabel desplazó su residencia habitual a Jerez, donde había sido nombrado superior.

P. Copado S.J.

El no obligarse con votos públicos Mª Isabel lo tenía muy claro desde que comenzó a llevar aquella vida, pues dificultaba los fines de la Asociación, y así, ya a principios de ese año de 1928, había escrito a una posible vocación: “… No es esto congregación religiosa ni tenemos votos ni noviciado. Cuando alguna se siente inclinada a unirse a nosotros, prueba si le gusta esta vida en cualquiera de los campos en que estamos, y al mismo tiempo vemos nosotras si tiene espíritu y aptitudes para esta obra…”

María Isabel González del Valle

En 1929, Mª Isabel coincidió con el Cardenal Primado, D. Pedro Segura, el cual quedó muy bien impresionado del apostolado que llevaban a cabo las continuadoras de la Obra del P. Arnaiz, y él mismo le pidió que hiciese un escrito explicando el origen, fines, normas, etc. de las Doctrinas, porque tenía previsto un viaje a Roma y vería si podía «hacer algo», en vistas a una aprobación oficial.

Lo que María Isabel le mandó, contrastándolo de nuevo con los Padres Copado y Cañete, fue, además de las Normas dadas por el padre Arnaiz con retoques, un resumen con el origen de las Doctrinas, la enumeración de los trabajos realizados y un apartado bastante elaborado, con el modo de gobierno y la organización interna de la obra, era un ensayo «de lo que podría ser», incluso el «nombre oficial» no lo daban por definitivo. Y de nuevo, aunque se exigía la práctica de los consejos evangélicos a las que formasen parte de modo permanente, se remarcaba que no hacían votos públicos:

P. Cañete S.J.

“… Esta asociación piadosa que podría llamarse Doctrinas de los Campos, tiene por fin la santificación de sus miembros mediante la enseñanza del catecismo en los campos, cortijos y centros pequeños de población que se encuentren privados de medios para conocer los principios fundamentales de nuestra Santa Religión.

Como asociación piadosa no tiene votos públicos ni casas de noviciado y formación…

teniendo en cuenta que esto supone la práctica constante de la pobreza, castidad y obediencia religiosas aunque no se obliga con votos por dificultar éstos los fines de la asociación…

 

 

El Arzobispo de Toledo fracasó en el intento, pero le escribía:

“26 de noviembre de 1929

Exmo. Cardenal Pedro Segura, Primado de España

Sra. doña María Isabel González del Valle

Muy estimada en el Señor: Dos veces hablé en Roma de su obra, mas no fue posible hacer nada concretamente práctico, cual hubieran sido mis deseos.

Algunos Prelados que la tienen en su Diócesis me hablaron sobremanera entusiasmados de la obra que están llevando a cabo, cada vez la creo más providencial, estimando que no puede quedar en la forma actual si se ha de atender a su perpetuidad; con todo Dios hará que suene la hora a su tiempo.

Se encomienda en sus oraciones su affmo. en el Señor que la bendice.

+ El Cardenal

En 1933 cuatro misioneras, junto con María Isabel, estaban decididas a entregarse, totalmente y de por vida, a este apostolado. Pero el P. Copado, apenas las dejaban trabajar, por el peligro que reportaba, dada la situación política y antirreligiosa que se estaba fraguando en España. Motivo por el que decidieron viajar a Roma, donde el Cardenal Segura las alentó a seguir evangelizando y las instó a que pidiesen Cartas Laudatorias a los Prelados con quienes habían trabajado, y a redactar unas constituciones para poder obtener una bendición pontificia.

Exmo. Cardenal Ilundáin (1862-1937), Arzobispo de Sevilla

Se recibieron las Letras Testimoniales de las tres diócesis en las que habían ejercido su apostolado:

  • Del Cardenal Eustaquio Ilundain y Esteban, Arzobispo de Sevilla:

“Atestamos que en esta Nuestra Archidiócesis de Sevilla, las Señoritas “catequistas, llamadas (vulgarmente) del P. Arnaiz”, se han ejercitado con grande celo y abnegación santa, produciendo copiosos frutos en la enseñanza de la doctrina cristiana y en la preparación para recibir los santos sacramentos y en la evangelización de los habitantes de barriadas de campo, apartadas de los grandes núcleos de población….

Sevilla 16 de Febrero de 1933”.

  • Del Doctor don Eugenio, Domaica y Martínez de Doñoro, Vicario Capitular del obispado de Cádiz y Algeciras, sede vacante (ya que el Obispo, con el cual habían trabajado mucho, tanto el P. Arnaiz como sus catequistas, había fallecido):

“Atestamos y certificamos:… que la Obra Catequística Rural fundada hace 11 años por el Rvdo. P. Tiburcio Arnaiz S. I. q. e. p. d.,… dedicada principalmente a la enseñanza del Catecismo de la Doctrina Cristiana, ha producido en esta Diócesis grandes y muy saludables frutos espirituales en las almas de los pobres campesinos que diseminados por las cortijadas, pagos y colonias, y distanciados de los núcleos de población carecían aún de la fundamental instrucción católico-social; atendiendo con su apostolado verdaderamente heroico a las distintas necesidades de los dichos campesinos… quedando altamente reconocido en todos los casos el Excmo. y Rvdmo. Sr. Obispo que fue de esta Diócesis, Dr. don Marcial López Criado,… al incansable celo de las beneméritas catequistas… y singularmente al celosísimo padre Arnaiz, alma de esta Obra providencial; entendiendo Nos, que la mencionada Obra… se recomienda por sí misma y es de imprescindible necesidad su conservación y propagación…

A veinticinco de Febrero de mil novecientos treinta y tres”.

  • San Manuel González, obispo de Málaga

    De San Manuel González, Obispo de Málaga:

“Atestamos: que en nuestra Diócesis de Málaga se constituyó, hace varios años, un grupo de Catequistas seglares bajo la dirección del apostólico P. Arnaiz… las que viviendo unas veces reunidas y otras con sus respectivas familias, desde sus comienzos vienen trabajando con un celo y una abnegación admirables en la evangelización de los pueblos pequeños y de las barriadas del campo,…

Por todo lo cual: Nos hemos visto con suma complacencia y hemos bendecido siempre los apostólicos trabajos de éstas abnegadas Catequistas seglares y con mucho gusto Nos unimos a la petición para obtener una Bendición amplia de la Santa Sede que como bendición de Dios, les de nuevos alientos para seguir trabajando y haga que su labor produzca cada día frutos más abundantes de Evangelización en las almas de los pobres.

… Madrid a 1º de Marzo de 1933”.

No obstante, se encontraron con que el Código de Derecho Canónico no contemplaba ninguna figura a la que ellas pudiesen acogerse sin cambiar su forma de vivir y hacer apostolado, por lo que Mª Isabel, aconsejada por el P. Pedro Vidal S. I., insigne canonista y consultor de varias Congregaciones, optó por resumir en un opúsculo titulado “La Obra de las Doctrinas Rurales”, la evolución de la Obra, su reglamento y las circunstancias en que se encontraba.

El Eminentísimo Cardenal Eustaquio Ilundain y Esteban, Arzobispo de Sevilla -diócesis a la cual pertenecía entonces la ciudad de Jerez- examinó este opúsculo, y el 13 de Noviembre de 1933, firmaba el siguiente documento:

“Nos el Cardenal Arzobispo de Sevilla.

Hacemos saber: Que Nos consta por propia experiencia de su actuación en nuestra diócesis, durante varios años, y por la lectura de los antecedentes alusivos al desarrollo de la ‘Obra de las Doctrinas Rurales’, vulgarmente conocidas con el nombre de Catequistas del P. Arnaiz, que dicha Obra es merecedora de aprobación y digna de ser bendecida por la Autoridad eclesiástica: por lo cual bendecimos y aprobamos la mencionada Obra de las Doctrinas Rurales, para la cual imploramos las bendiciones del cielo y la continuación de la protección con que la Divina Providencia ha amparado hasta ahora a las señoras y señoritas asociadas a dicha Obra de apostolado entre los campesinos de Nuestra diócesis y en otras de España.-Así mismo: a ruego de Dª María Isabel González del Valle, Presidenta de la Obra de las Doctrinas Rurales, hemos examinado atentamente el opúsculo titulado ‘La Obra de las Doctrinas Rurales’, en el que se hace historia del origen de esta Obra y se explica su naturaleza jurídica y su organización, y se contienen las Normas para su régimen interno y el ejercicio de su apostolado.

Y por lo que a Nos toca damos licencia para su impresión y divulgación.”

Exmo. Cardenal Irurita

En 1934, María Isabel González del Valle acudió al Excmo. y Rvdmo. Obispo de Barcelona, Mons. D. Manuel Irurita y Almandoz –en cuya diócesis estaba trabajando– para solicitar también sus Letras Testimoniales, con el fin de “elevar a la Santa Sede una súplica encaminada a obtener una amplia bendición para nuevos alientos a favor de los trabajos que viene realizando en la evangelización de las almas de los pobres”.

En su testimonio, Monseñor Irurita afirmaba que había podido apreciar –en los dos años que han trabajado en la ciudad de Barcelona– que “es Obra verdaderamente de Dios, pues así lo declaran los frutos extraordinarios de santificación que consiguen con la enseñanza del Catecismo a niños y adultos, con la frecuencia de Sacramentos que promueven, con la reconciliación con Dios que alcanzan pecadores endurecidos, y con la renovación de vida cristiana de personas apartadas de la Iglesia”. Y concluye: “Por todo lo manifestado, desde que hemos conocido esta Obra, no hemos dudado en alabarla y bendecirla, deseando que crezca y se difunda cada día más y más, y por ello, la consideramos muy digna de ser recomendada, como la recomendamos, por las presentes Letras, con el mayor interés a la benignidad y bendición de la Santa Sede… 19 de Abril de 1934

El 7 de Mayo de 1934, S. S. el Papa Pío XI, recibió a Mª Isabel y a las primeras misioneras en audiencia privada, las cuales suplicaron una bendición para la Obra. El Santo Padre escuchó con mucho interés y cariño, y dio manifiestas muestras de agrado y aprobación en la exposición que se le hizo de la Obra.

Su Santidad Pío XI

“Se le oía pronunciar quedamente: « Ecco la vera Azione Cattolica! »  Entonces comenzó a decir: « Imploriamo dal cielo tutte le bendizioni, le piú larghe benedizioni, amplissime benedizioni per tutte e ciascuna di voi, per tutte e ciascuna delle vostre opere e missioni, per tutti e ciascuno dei vostri poveri, per tutti e ciascuno di quei che vengano a cercare il bene da voi… Dunque Benedictio Dei Omnipotentis Patris et Filii et Spiritus Sancti descendat super vos et maneat semper », subrayando esto último con gran amor y con gesto paternal y protector de entrambas manos sostenidas sobre nosotros”

El 27 de Mayo del mismo año, domingo de la Santísima Trinidad, el Papa remitió por escrito una bendición especial, a la “Obra de las Doctrinas Rurales”. Las últimas palabras, de puño y letra del Pontífice son: «Con mucho amor y muy de buena gana en el Señor».

 

D. José Guerra Campos, obispo de Cuenca

A raíz de la publicación del actual Código de Derecho Canónico (1983), donde ya tenía cabida como persona jurídica la Obra, tal cual había venido funcionando, y de la normativa posterior al Concilio Vaticano II sobre la revisión de Constituciones en los Institutos de Vida Consagrada y equiparados, la Asociación “Obra de las Doctrinas Rurales”    solicitó ante el Excmo. y Rvdmo. Sr. Obispo de la Diócesis de Cuenca, Mons. D. José Guerra Campos, erección canónica como Asociación Pública de fieles, fase preparatoria para formar una Sociedad de Vida Apostólica.

Lourdes Werner Bolín –primera sucesora de María Isabel González del Valle y, a la sazón, Directora General de la Obra– presentó al efecto las Constituciones revisadas y actualizadas, que recogen el espíritu por el que se rige la Obra desde 1926.

El 30 de Septiembre de 1988, Mons. D. José Guerra Campos aprobó mediante Decreto las Constituciones y, el 1 de Octubre del mismo año, erigió canónicamente la Asociación, con carácter público, con la denominación de “MISIONERAS DE LAS DOCTRINAS RURALES”.

 

GOBIERNO DE LA ASOCIACIÓN

Conforme con sus Constituciones (cf. artículos 12-22), el gobierno de esta Asociación se ejerce por una DIRECTORA GENERAL, cuyo cargo es vitalicio, asistida por un CONSEJO formado por seis Consejeras. Éstas son nombradas para un plazo de seis años y se renueva la mitad cada tres años.

DIRECTORAS GENERALES

  • Mª Isabel González del Valle

    MARÍA ISABEL GONZÁLEZ DEL VALLE Y SARANDESES (1898-1937). Fundadora y primera directora de la Asociación privada “Obra de las Doctrinas Rurales” desde la aprobación de los primeros estatutos en 1933, hasta su fallecimiento que se produjo el 6 de Junio de 1937 en Jerez de la Frontera.

  • Lourdes Werner Bolín

    LOURDES WERNER BOLÍN (1913-1997) Sucede a la Fundadora al fallecer ésta, en el año 1937. Dirigirá la Obra hasta 1989 en que presenta su renuncia por enfermedad. Durante su mandato se produce la erección canónica de la Asociación con carácter público y la aprobación de Constituciones que rigen actualmente a las misioneras.

  • Lydia Beltrán Beltrán

    LYDIA BELTRÁN BELTRÁN (1919-2005).

Ha dirigido la Asociación, desde el 7 de octubre de 1989 hasta el 10 de diciembre de 2005, en que se produce su fallecimiento.

  • MARÍA LETICIA MONTERO GRANADOS (1965).

Actual Directora General, elegida el 1 de enero de 2006.

María Leticia Montero Granados

 

 

 

 

 

TESTIMONIOS MÁS RECIENTES

D. Antonio Dorado Soto, obispo de Málaga

D. Antonio Dorado Soto, obispo de Málaga (1931-+2015)

Presentamos unos párrafos de los informes de algunos Obispos, de las diócesis en las que la Asociación ha ejercido servicios pastorales durante los últimos años, solicitados con vistas a una posible apertura de expediente en orden al reconocimiento de la Asociación como Sociedad de Vida Apostólica femenina.

El y Rvdmo. Sr. Obispo de Málaga, D. Antonio Dorado Soto, certifica que las Misioneras de las Doctrinas Rurales son muy conocidas en la Diócesis y que, entre los años 1997-1999, siendo él el Ordinario de la Diócesis, han misionado en las Parroquias de la Sierra de Gibralgalia, Cerralba, Zalea, Igualeja y otros pueblos. Expone que ha podido comprobar en ellas las excelentes cualidades que tienen (…) para el trabajo pastoral y evangelizador, especialmente en ambientes rurales para los que no es fácil encontrar personas disponibles. Corroboro el espíritu de entrega y sacrificio que las mueve, así como los magníficos frutos alcanzados. De un modo especial destaco y alabo la inestimable riqueza que supone para los pueblos” el hecho de que compartan “la vida de estas zonas rurales, ofreciendo actividades de promoción humana y cristiana, dedicadas con prioritaria atención a las clases más humildes. También con abnegada dedicación visitan a los enfermos, ancianos e impedidos en sus domicilios, cuidan con sensibilidad litúrgica las celebraciones, con humildad inician y fomentan en hombres y mujeres la oración, la devoción al Santísimo Sacramento y a la Santísima Virgen….

D. Rosendo Álvarez, obispo de Almería 1926+2014

El Excmo. y Rvdmo. Sr. Obispo de la Diócesis de Almería, D. Rosendo Álvarez Gastón, desde su conocimiento de la actividad misionera de la Asociación en la Diócesis durante los años 1991-1995, en que fue Obispo residencial, informa elogiosamente sobre su entrega y termina su escrito con las siguientes palabras: Estoy convencido de que es una Obra de Dios, promovida por el Espíritu Santo. El número de miembros creo que no debiera ser un obstáculo para el reconocimiento de esta Obra.

D. Juan García-SantaCruz, obispo de Guadix (1933+2011)

 

Juan García-Santacruz Ortiz, Excmo. y Rvdmo. Sr. Obispo de la Diócesis de Guadix, ha podido conocer los resultados de la actividad misionera de los miembros de las Doctrinas Rurales en tres parroquias dentro del territorio diocesano, entre los años 2002-2006. Manifiesta por escrito, el 16 de Abril de 2006, que ha podido comprobar “los frutos extraordinarios que se consiguen con su trabajo de formación humana y cristiana con las señoras; catequesis con niños, adolescentes y jóvenes, particularmente como preparación a la Eucaristía, Confirmación, y Unción de Enfermos; las conferencias a personas mayores; las visitas a enfermos, ancianos e impedidos en sus domicilios; el esmero y animación de las celebraciones litúrgicas en domingos y festivos y tiempos litúrgicos; a la iniciación y acompañamiento en la oración, el fomento a la devoción al Santísimo Sacramento y a la Santísima Virgen María y, sobre todo, su presencia testimonial con actitud de humildes servidoras del Evangelio.

D. Ramón del Hoyo, obispo de Cuenca

El Excmo. y Rvdmo. Sr. Obispo de la Diócesis de Jaén hasta 2016, D. Ramón del Hoyo López, anterior Obispo de la Diócesis de Cuenca, manifestaba: “A mi entender es una obra claramente inspirada y animada por el Espíritu Santo que bien merece el apoyo y el reconocimiento de la Iglesia, a la que se entregan (sus miembros) por completo…”. Asegura, más adelante, en su escrito, que su parecer es favorable “para que se inicie el correspondiente expediente canónico sobre su reconocimiento como futura Sociedad de Vida Apostólica (…). Entiendo que no sólo existen garantías de continuidad y madurez en su carisma, sino que ello supondría, además, a mi entender, un nuevo despertar vocacional, dando mucho más a conocer un carisma que considero de máxima actualidad y con evidentes perspectivas de futuro…”.

 

D. Rafael Palmero Ramos, obipos de Orihuela-Alicante

El y Rvdmo. Sr. Obispo de Orihuela-Alicante, D. Rafael Palmero Ramos, conoció a las Misioneras de las Doctrinas Rurales durante el tiempo que tuvo encomendada como Obispo la Diócesis de Palencia, y después en Orihuela Alicante. Escribe sobre ellas que, en las parroquias en que misionaron, dieron un impulso fuerte a la vida cristiana de los mayores, jóvenes y niños. Vivieron plenamente insertadas en las familias de estas comunidades y dieron un ejemplo esplendido de dedicación, desprendimiento y cercanía a los más pobres y necesitados, con un celo apostólico ejemplar. Advirtió siempre en las Misioneras, asegura también, un gran espíritu evangélico y una fidelidad absoluta al Magisterio de la Iglesia y a la persona del Santo Padre y del Obispo Diocesano, según el espíritu de su Fundador.

 

 

D. Juan Antonio Reig Plá, obispo de Castellón

Juan Antonio Reig Pla, Excmo. y Rvdmo. Sr. Obispo de Alcalá de Henares, lo fue anteriormente de la Diócesis de Segorbe-Castellón, informa asimismo sobre las Misioneras de las Doctrinas Rurales durante su permanencia en la Diócesis de Segorbe-Castellón, que, en su trabajo apostólico, llama la atención su sencillez y generosidad, su intensa vida de fe, alimentada en las fuentes de la Palabra de Dios, la oración y los sacramentos, particularmente su piedad mariana y eucarística. Ofrecen también actividades de promoción humana (…); atienden y visitan a ancianos, enfermos e impedidos en sus propios domicilios, llevándoles el consuelo de la fe y el testimonio de la caridad….

 

 

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ESPIRITUALIDAD

 

«Todas buscan no sus intereses sino los de Jesucristo». (P. Arnaiz)

 

 

 

 

 

 

Esta exhortación, dada por el P. Tiburcio Arnaiz S.I. como lema a sus primeras catequistas, impulsa la vida interior de las misioneras, su apostolado y toda su actividad.

Procuran ante todo su propia santificación, en medio de su apostolado misionero e itinerante, viviendo los Consejos Evangélicos de obediencia, pobreza y castidad, y haciendo a sus prójimos todo el bien posible, mirando siempre lo que más les pueda ayudar a su salvación eterna.

 «Vivamos nada más que para Él, para sufrir y hacer redención con Él, para decir a todos el Padre que tenemos». (María Isabel)

 Su espiritualidad es la propia de los Ejercicios Espirituales de S. Ignacio de Loyola, concretada en la entronización del Corazón de Jesús en el propio corazón, expresión de la consagración bautismal y de la pertenencia al Cuerpo Místico de Cristo, viviendo de su Vida y deseando apropiarse de sus mismos Sentimientos. Esta espiritualidad se concreta en la vida de piedad, en la vida de comunidad y en la vida de apostolado de las misioneras.

El Señor quiere que viva siempre dentro de su Corazón, que esté íntimamente unida a Él, que con Él adore y ame a su Padre y a su Madre Santísima. Que con su mismo amor quiera a las almas y desee su salvación. Que aprenda de su Corazón, viviendo en Él, su dulzura, su mansedumbre, su humildad, su paz…». (María Isabel)

 VIDA DE PIEDAD

El centro de la vida de piedad de las misioneras es la Santísima Eucaristía. S. Manuel González, obispo de Málaga, les dio permiso para tener el Santísimo reservado en la primera «Doctrina».

Llegadas al lugar de Misión, en la mejor dependencia de la casa en la que van a vivir, lo primero que instalan es la Capilla.

«En el Sagrario lo tengo todo y allí está también unido a Cristo todo lo que quiero en el mundo». (María Isabel

  • Cada día hacen una hora de oración.
  • Si hay celebración de la Santa Misa diaria cerca del lugar de trabajo, acoplan el horario para poder asistir.
  • A medio día hacen el examen y rezan las Letanías de los Santos.
  • Tienen media hora de lectura espiritual en común.

 «Para ser misionera hace falta tener una unión continua y estrechísima con Dios. Porque el instrumento sólo no hace nada si no está en las manos del artífice». (María Isabel)

 El Santo Rosario lo suelen rezar en la iglesia del pueblo que misionan con los feligreses, y el Diurnal en común, o en particular, según el horario de cada grupo.

Terminan la jornada, con la preparación de la oración del día siguiente, el examen de conciencia y el rezo de Completas.

Además tienen un día de retiro al mes y, cada año, ocho de Ejercicios Espirituales.

 “Imprime con fuerza en mi corazón el deseo de salvar las almas como Tú las salvaste, con el sufrimiento, la humillación y el abandono de todos.” (María Isabel, 1928)

  VIDA DE COMUNIDAD

Viven en comunidad, en grupos de tres a cinco misioneras, teniendo por lazos de unión los de la caridad y hermandad mutua nacida de la unión con Dios.

Cada grupo tiene una Directora con la responsabilidad de velar por el bien de las misioneras y de la marcha de la Doctrina.

 Siguen un horario en común, aunque flexible, amoldándose a las circunstancias de cada lugar.

Ellas mismas atienden las tareas domesticas: hacer la comida y el arreglo de la casa, ropa y capilla, turnándose por semanas.

En los meses de verano se reúnen, fuera de los lugares de trabajo, para cuidar su propia formación: humana, teológica, espiritual, y hacer sus Ejercicios Espirituales

 

 «¡Pero qué unión tan perfectísima nos dará el Señor en el cielo a los que en la tierra quiso unir por su bondad en el mismo apostolado y en su caridad!»  (María Isabel)

  VIDA DE APOSTOLADO

CATEQUESIS Y ACTIVIDADES CON JÓVENES:

 

En las visitas a los enfermos, clases, catequesis y en todas sus actividades, procuran que las conversaciones, modales y atenciones que con todos tienen, sean medios para el fin que se proponen, que es la propia santificación y la de los prójimos.

   

 

«Te bendecimos mil veces por esta vocación y te pedimos que estés siempre a nuestro lado para ser nuestro Maestro y nuestra fuerza. Haz que nos parezcamos a Ti, que imitemos tu mansedumbre, tu caridad y tu celo por las almas». (María Isabel)

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FUNDADORA: María Isabel González del Valle

MARÍA ISABEL GONZÁLEZ DEL VALLE

1. INFANCIA Y JUVENTUD

2.CONVERSIÓN

3.ENCUENTRA SU VOCACIÓN

4.LAS DOCTRINAS RURALES

5.ARRECIAN LAS PRUEBAS

6.CONSOLIDACIÓN DE LA OBRA

7.ÚLTIMOS AÑOS Y MUERTE

INFANCIA Y JUVENTUD

Todos los hermanso González del Valle Sarandeses

María Isabel González del Valle Sarandeses nació en Oviedo el 2 de julio de 1889. Fue bautizada al día siguiente. Era la decimosegunda de los quince hijos del matrimonio formado por Don Anselmo y Doña María Dolores.

De familia acaudalada, su educación fue esmerada y profundamente cristiana. Incluso llegaron a obtener el permiso para tener, en la capilla de su casa, el Santísimo, y así, el trato íntimo y continuado con el Señor, se hizo en ella connatural.

Casa donde vivó durante su infancia, construida por sus padres en lacalle Toreno esquina con Marqués de Pidal

Casa de la Quinta de Roel donde vivió parte de su infancia

 

 

 

 

 

 

 

 

Dos anécdotas de su niñez, que tienen dejos de profecía, hacen sonreír por su inocencia.

La primera ocurrió cuando tenía siete años y la cuenta ella misma. Dice que paseaba por un “pradín de margaritas” y, leyendo un libro infantil que traía el pasaje del “joven rico”, impresionada por las palabras de Jesús e ignorando su privilegiada situación, exclamó: “Yo no seré nunca rica” y se sintió “toda invadida de Dios”.

De izquierda a derecha: José María, María de Asñis, María Casilda y María Isabel

La segunda no le aconteció a ella propiamente, aunque sí fue la protagonista del hecho: Cuando cumplió nueve años, sus padres la internaron, como habían hecho con sus hermanas, en el convento de las Salesas, con el fin de que se dispusiese lo mejor posible para recibir a Jesús Sacramentado. Una de las monjas, durante la función del último día de mayo, vio «una multitud de almas que seguían a una de las internas», y cuando ésta volvió la cabeza, reconoció en ella a María Isabel. La religiosa contó lo ocurrido a su comunidad, en la cual había una hermana de María Isabel y por ella se supo después.

Al poco de haber recibido la Primera Comunión, falleció su madre; María Isabel se consagró entonces a la Santísima Virgen y, según ella misma refirió tiempo después en la intimidad, «la Señora» se le mostró verdaderamente como su Madre.

Pasó su adolescencia y juventud en medio de la abundancia de su casa. Su hermano mayor la describe así:

 «Era agraciada y sobre todo muy expresiva. Siempre llamó la atención, de los que la veían por primera vez, la viveza de su mirada y su conversación… La inteligencia era muy poderosa… Generalmente era cabeza de pandilla por ‘aclamación tácita’ y a todos arrastraba. Caprichosa era mucho, más que veleidosa… Fue siempre cariñosa y estaba pendiente de lo que agradaba a los demás… La cualidad más saliente en ella fue la grandeza de alma… La humildad la tenía ‘in radice’, como demostró en los arranques en que tuvo que vencerse heroicamente… De orgullo no había nada…»

Posando vestida de betlemita, en una peregrinación que hizo a Tierra Santa

A los veinte años con el traje típico de la región asturiana

Alrededor de los veinticinco años, durante la época en que vivió en Madrid, sus amigos la llamaban «la reina»; tal era la influencia y amable dominio que ejercía sobre todos. Varios de ellos la pretendieron. El P. Castro S.J. que la conoció bien, comentó sobre este periodo:

 

«En el mundo era alegre, de mucho corazón, muy querida de sus amistades y apasionada de sus amigos, limpia en sus costumbres, aunque muy animada y amiga de viajar y salir y entrar…».

 

Su vida de piedad, entre tantos éxitos y vanidades, se fue enfriando, aunque por la nobleza de su carácter nunca dejó de cumplir los deberes de cristiana y otros ejercicios piadosos que entonces se acostumbraban.

CONVERSIÓN

Así iba pasando el tiempo hasta que comenzó una tanda de Ejercicios Espirituales, a los que acudió sin gana ninguna y simplemente por “cumplir”. El P. Pedro Castro S.J., que fue el quien los dirigió, anotó en su diario:

«Su alma se rindió a Cristo y no de una manera ordinaria»- P. Castro S.J.

“Conocí a María Isabel en Madrid, en abril de 1920, con ocasión de unos Ejercicios Espirituales… El día tercero o cuarto, después de la meditación de la Magdalena, se me presentó derramando lágrimas… Su alma se había rendido a Cristo y no de una manera ordinaria. A partir de aquel día pude observar en ella alientos singulares y deseos extraordinarios para desprenderse de todo, morir a todo por seguir a Cristo pobre. Limpia su alma, con una detenida confesión general, su preocupación era comenzar cuanto antes, dejarlo todo y ver cómo y dónde se consagraría al servicio de Dios”.

La “rendición” a la gracia había sido tan verdadera que su vida dio un cambio radical. “A mí lo que me pasa es que estoy enamorada del Señor”,  solía decir. «El Señor» sería ya desde entonces “mi Señor”, y la impulsaba a ir con “la casina a cuestas, dando a conocer a todos el Padre que tenemos”.

Su carácter apasionado, claridad de juicio y generosidad sin límites, no admitían demoras, e inmediatamente puso todas sus excelentes cualidades al servicio de su Padre Celestial. Al cabo de tres meses, después de varias consultas y tentativas de ingresar en algún instituto religioso, a los treinta años de edad, el 9 de octubre de 1920, dejó definitivamente el mundo que tanto la aplaudía y halagaba, y se “escondió”, como el grano de trigo, en Bélmez, un pueblo de Córdoba, con dos dirigidas del P. Castro que vivían entregadas a una vida de intensa piedad y apostolado.

Con sus hermanos y amigos, en la época de su conversión

El P. Castro quería que trazasen el proyecto de una fundación en favor de los pobres que, según él mismo les sugería, podría llamarse “Obra de los pueblos”. Pero a los pocos días fue destinado a las Islas Carolinas y su partida era inminente, por lo que propuso a María Isabel que fuese a Málaga y se pusiese de acuerdo con una tal Cecilia León, que por lo visto tenía en proyecto hacer una fundación de religiosas en dichas islas, así podría viajar con ella y ayudar en la misión encargada a los Jesuitas.

ENCUENTRA SU VOCACIÓN

Tan expeditiva como era, pronto se encaminó a Málaga a resolver el asunto. El director espiritual de Cecilia León resultó ser nada menos que el santo misionero P. Tiburcio Arnaiz S.J. (beatificado el 20 de octubre de 2018), y María Isabel hizo cuanto pudo por verlo.

María Isabel

Beato P. Tiburcio Arnaiz S.J.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El P. Arnaiz contaba con un grupo de seglares que le preparaban algunas de sus misiones y llevaban a cabo una gran labor en barrios marginales de la ciudad; pero su corazón de apóstol sufría lo indecible viendo abandonados tantos pueblos y cortijadas de los campos.

Ya hacía tiempo, después de los trabajos realizados en uno de los “corralones” malagueños, y mientras buscaban una maestra para que se pudiese seguir ocupando de aquello, había dicho muy pensativo a Emilia Werner, una de sus catequistas: “Esto no es mi idea; lo que pienso es que sean señoritas las que vayan por el amor de Dios a poner escuelas en los pueblos y lagares” (cortijadas donde se cultivaba la viña y se hacía el mosto). A la buena de Emilia, aquello le pareció un imposible, pero él replicó:

“Cuando Dios quiere una cosa, todo se hace posible; manda las personas y los medios; si Él lo quiere, esto se hará cuando Él lo tenga dispuesto.”

Vista de Málaga a principios del siglo XX

“Las personas y los medios” llegaron con María Isabel. Precisamente la tarde del 7 de enero de 1921, ella estaba esperando al P. Arnaiz, en el locutorio de las Reparadoras de Málaga, cuando éste llegaba de la Sierra de Gibralgalia, un pago de chozas, en el término municipal de Cártama, en la provincia de Málaga, abandonadísimo en todos los sentidos. El Padre dejó hablar a aquella señorita tan expresiva…, y dispuesta, según le decía ella misma, a irse de misiones a las Islas Carolinas y cuando terminó, sin más ni más, con su fina ironía castellana, le dijo:

«Corralón» o patio de vecinos- Málaga

“¿Y con esos zapatos y ese vestido se va usted a ir a las Carolinas?”.Y continuó:“¡Qué Carolinas ni Carolinas!, cuando, ahí a dos pasos de Málaga, vengo yo de un pueblo donde ofrecí un rosario de cristal a quien supiera hacer la señal de la cruz, y ni uno solo supo hacerla… Si de verdad usted quiere trabajar por Cristo, yo arreglaré que pueda usted ir a enseñar a esas almas. Pero ya hablaremos de eso después”.

Tenía prisa, porque empezaba una tanda de Ejercicios Espirituales, y le dijo que se quedase y los hiciese. María Isabel, aunque perpleja por el recibimiento que le había dispensado, se puso enteramente a su disposición desde el primer momento. Durante los Ejercicios sufrió mucho, porque el Padre quería probarla y actuaba con indiferencia hacia ella, pero bastaron esos pocos días para que él se diese cuenta que tenía delante un alma totalmente entregada a la voluntad de Dios y, providencial, para lo que el Señor le inspiraba.

 

Sierra de Gibralgalia- Málaga. Primer campo donde tuvieron «Doctrina» las catequistas del P. Arnaiz en 1922

No era empresa fácil, y costó un año encontrar quien quisiese acompañarla a la Sierra de Gibralgalia. Allí tuvo lugar la primera «Doctrina», que levantó en la ciudad una «polvareda» de críticas y comentarios desfavorables, pues todo parecía fruto de un celo extravagante, aventurero y peligroso. En verdad que no era, desde luego, fruto de la prudencia humana, sino de una caridad sobrenatural, el que unas señoritas fuesen a instalarse en una choza, a convivir entre aquellos serranos que andaban descalzos, y a darles lo que a ellas también les había sido dado: la más elemental formación religiosa y humana. Comenzaron a visitarlos y, tal como les indicó el P. Arnaiz, establecieron clases de cultura general, labores y otras actividades, totalmente gratuitas;  juntamente  les iban explicando el Credo, la vida de Cristo, sus Sacramentos de salvación, los Mandamientos… En poco tiempo aquellas gentes viéndose dignificadas por su condición de hijos de Dios, se volcaban correspondiendo a su Amor.

Naveros (Cádiz). Pago de chozas trabajado en 1924

Esta labor heroica fue recompensada a los dos meses por San Manuel González, entonces obispo de la diócesis, el cual viendo el sacrificio que hacían privándose incluso de la Comunión frecuente (a veces, si el río iba crecido, hubieron de estar quince o veinte días sin poder comulgar ni oír Misa),  les dio permiso para tener, con ellas, el Santísimo Sacramento.

Vivienda de algunos de los campos que misionaron “las doctrineras” del P. Arnaiz

 

 

 

Este regalo, descansó el corazón ardiente de María Isabel, que viendo a su Señor «tan precioso», en aquella chocita, y amado de sus prójimos, con aquella sencillez, ya no dudó jamás. ¡Comprendió que había encontrado su vocación!

Había comenzado su andadura la «Obra de las Doctrinas Rurales».

 

LAS DOCTRINAS RURALES

Niños de la Sierra de Gibralgalia, ya en los años cincuenta

El santo Obispo de los Sagrarios Abandonados apoyó desde el primer momento aquella labor misionera tan singular y necesaria en su extensa diócesis malacitana, y acudió a la inauguración de una pequeña iglesia construida en Gibralgalia gracias a la generosidad de María Isabel. Ese día se confirmaron trescientos treinta y tres vecinos, que ya habían recibido su Primera Comunión dos años antes, cuando el P. Arnaiz subió por primera vez.

El P. Arnaiz revidando las obras de la iglesia de la Sierra de Gibralgalia en 1922

San Manuel González, en la inauguración de la iglesia de la Sierra de Gibralgalia y primeras Confirmaciones, en diciembre de 1922

María Isabel quedó sola en la Sierra alguna temporada y, llevada de su enamoramiento del Señor, le pidió al Padre permiso para estarse con Él todo el tiempo que pudiese, mientras no la ocupasen los prójimos. Allí en aquella capillita cosía, corregía los cuadernos y hasta… ¡comía! Dormía en un cuartito al lado mismo de la capilla y había dispuesto su colchón junto a una ventana de comunicación para ver al Señor. Vivía lo sobrenatural como si fuese natural y en este trato tan íntimo creció la presencialidad amorosa de Cristo en ella. Pocas cosas se traslucieron de aquellos días en soledad con el Señor. En María Isabel todo era de una simplicidad abrumadora; por humildad y discreción, no hablaba de sus intimidades  pero, habiendo motivo y ocasión, no tenía ningún reparo en hacerlo.

En una de estas ocasiones, a propósito de la hermosa vocación a la que se sentía atraída, comentaba con sus compañeras que había sido el Padre Celestial el que la había llamado para aquella vida, pero a la vez, como creía y tenía entendido que el que llama es Cristo, no sabía si era aceptable aquel sentimiento, y que fue el P. Arnaiz el que la había sacado de dudas y le aseguró que sí, que el Padre llama,… claro que llama con la “Voz” que es su Hijo, pero llama el Padre. Como atrae el Padre, pero el atractivo es el Hijo, o mejor dicho, el vínculo o cuerda con que atrae es el Hijo y la fuerza atractiva es el Espíritu Santo.

El P. Juan Cañete S.J., Provincial entonces de Andalucía y fallecido también en olor de santidad, que había tenido que salir en defensa del P. Arnaiz y sus Doctrinas Rurales, escribió sobre María Isabel:

“Yo apreciaba mucho a María Isabel como se suele apreciar a los santos, y ella verdaderamente que lo era… La traté en varias ocasiones y aun la acompañé en algunas de sus correrías apostólicas por los pueblos y cortijos de Málaga, Sevilla y Cádiz, y siempre reconocí en ella virtudes cristianas nada vulgares. Noté en María Isabel un amor tan verdadero, sólido y a la vez tierno a Nuestro Señor Jesucristo, que le inclinaba constantemente a complacerle en todas cuantas ocasiones se le presentaban, sin reparar en sacrificios, de cualquier género que fuesen. Este mismo amor a Jesús encendía en ella el deseo constante de llevar a Nuestro Señor a las almas, preparándolas por sí y con el auxilio de sus compañeras, a fin de que conociesen, amasen, alabasen y sirviesen a su amante Jesús. Noté en ella gran caridad con las personas con quienes trataba y en especial con sus compañeras de apostolado; una humildad, sencillez y verdad en su trato, que se hacía querer y respetar de todos”.

Única fotografía en que aparecen juntos el P. Arnaiz y María Isabel, en una aldea durante una misión

Desde 1922 a 1926, en vida del P. Arnaiz, María Isabel  trabajó junto a un buen grupo de catequistas y se pudieron hacer hasta veinte Doctrinas Rurales: En Málaga, además de Gibralgalia, La Parrilla, Alozaina, Montecorto, Las Mellizas, Las Capuchinas, Los Chaparrales, Alfarnatejo, Colonia de Santa Inés, Santa Amalia y Doñana, Los Remedios, La Sauceda y El Valle de Abdalajís, en varias de ellas en más de una ocasión. En la provincia de Cádiz: Naveros, El Palmar, Cañada de Taraje y Barrio Nuevo. Y pertenecientes entonces a la de Sevilla: La Muela y Gobantes.

El P. Arnaiz estaba en todo y las alentaba sin descanso:

“Mis buenas hermanas en Cristo Jesús:

Me ruega María Isabel que les ponga algunas letras. Yo nada tengo que decirles de nuevo, si no es que en todas las obras y en cada momento se acuerden que sirven al Señor a quien tantas veces hemos dicho que le queremos dar de lo que tenemos y podemos. Esto pide y eso quiere: que le den a conocer a esas gentes. Él les dará a conocer cuán agradable le es la obra. No escuchen al enemigo, que les pondrá desalientos…

No tengo tiempo para más consejos: poco cavilar y mucho trabajar y sacrificarse por el prójimo. Es lo que a Cristo, bien nuestro, le complace y lo que de ustedes desea y espera su affmo. hermano en Cristo Jesús.

T. Arnaiz S. J.”

Con sus compañeras de apostolado. En casa del notario de Algodonales- Cádiz, D. Francisco San Miguel, gran amigo y colaborador del P. Arnaiz

En una ocasión en que María Isabel andaba preocupada porque tenía la impresión de que el P. Arnaiz se había disgustado con ellas, éste le respondió una carta que, como todas las que él les mandaba, guardaría como un tesoro; en ella les daba lo que habría de ser el lema de las Doctrinas:

“… Cuando me ven con pena, sólo es por lo que usted me dice, que casi nadie busca la gloria de Dios. Y mi deseo es que hicieran cierto un lema que se me ocurría fuera el de ustedes, opuesto a una queja de San Pablo, en este sentido, sólo intercalando un no, que hace la proposición enteramente contraria: Omnes quaerunt (non) quae sua sunt, sed quae Iesu Christi… (Todas busquen no sus intereses sino los de Jesucristo)”.

El Padre procuraba agrupar a las que se avenían mejor, pues aquello no era una comunidad religiosa, ni tenían votos ni compromiso alguno y de hecho, al cabo de un tiempo, la convivencia entre las doctrineras, vino a enturbiarse por pequeños piques y celillos entre ellas.

En las clases de alfabetización en una Doctrina

Visita a Jesús Sacramentado después de una clase

 

 

 

 

 

 

 

Viendo que el papel de Mª Isabel crecía a ojos vista ante el Padre, se formó en este mundo femenino cierto alboroto y comenzaron a circular unos chismecillos como “que el Padre le daba muchas alas y ya veríamos si sabía obedecer tan bien como sabía mandar. Todos estos comentarios llegaban a sus oídos tarde o temprano y la hacían sufrir, aunque por su acendrada virtud no demostraba en lo exterior que aquello la afectara. Padecía también por causa de su salud, que como siempre, no era nada buena y, además, otros sufrimientos espirituales acrecentaban su cruz. Supo abrazarse a ella y en medio de esta época de desolación quiso grabarse con un hierro candente el Nombre de Jesús… Así contestaba, el P. Arnaiz, una carta de ella:

María Isabel en Montecorto-Málaga en 1923. Es la que está sentada a la derecha, a su lado Leonor Werner. Atrás Rosario Merencia y Ana María muyer del notario de Algodonales

El P. Arnaiz con María Martos de Benítez, en laguna de las primeras Doctrinas Rurales

“Mucho siento cuanto me dice, por lo que la hace sufrir… Hasta que no esté bien del todo no haga lo del JHS y no muy grande ni muy fuerte. No pida que el Señor la lleve por ahora, antes al revés, que le dé salud y vida para gloria de Dios.”

 

 

 

Por la gloria de Dios pasaba por todo y seguía adelante como si nada le costase. Pero un buen día, María Isabel le dijo al Padre que  seguramente tenían razón sus compañeras en lo de que no sabía obedecer y que quizá le convenía hacer un noviciado. Y él que sufría mucho también con todo esto, le contestó: “Bueno, pues ya le buscaré yo un noviciado”. Y con la resolución propia de un santo, la mandó a Murcia, a servir durante unos meses. No por esto amainó la tormenta entre las que la habían acusado pues comprendían que con ello aumentaba, más si cabía, la confianza del Padre en ella, como así ocurrió.

María Isabel, después de fallecido el Padre, escribía recordando sus desvelos por todas ellas:

“…El Padre con su celo y amor de Dios hizo el milagro de infundir en algunas señoritas el deseo de ir a vivir entre esas gentes para instruirlas. La paciencia que para organizar esas Doctrinas Rurales, tuvo que tener y lo que le dimos que hacer las que le ayudamos, no podrá saberse hasta el día del juicio, pero por lo poquito que ayudábamos a la gloria de Dios todo lo sufría con una mansedumbre y paciencia que nunca alabaré bastante…”

ARRECIAN LAS PRUEBAS

Pero el 18 de julio de 1926, moría su “Padrecito”, como llamaba cariñosamente María Isabel a su santo director. Ella trabajó lo indecible, junto con otros dirigidos del Padre, para que fuese enterrado en la iglesia del Sagrado Corazón y, a los seis días, formaron un Patronato para promover su beatificación. María Isabel hizo un viaje con otra de las doctrineras, María Martos, para recabar información en los lugares donde el Padre había ejercido su apostolado y comentó que para promover la causa del P. Arnaiz, las Doctrinas estaban dispuestas a quedarse sin un céntimo.

El cadáver del P. Arnaiz estuvo tres días expuesto, miles de fieles pasaron a venerar sus despojos. Había muerto en olor de santidad

La muerte tan temprana del P. Tiburcio Arnaiz supuso para la vocación de María Isabel una durísima prueba, ya que apenas había otras dos que como ella, se sentían llamadas a una dedicación total a las Doctrinas. Las demás, una vez desaparecido el Padre, fueron dejando este apostolado en un goteo continuo e inexorable, unas muy pronto y otras al cabo de unos años.

En la Sierra de Gibralgalia, María Isabel, con algunas de las que continuaron en las Doctrinas, y el P. Bernabé Copado

Además hubo, de entre los padres jesuitas y sacerdotes diocesanos, quienes hicieron lo posible por recoger la grey dispersa del P. Tiburcio y quisieron darle forma de congregación religiosa con votos, noviciado, Casa de Formación, etc. Pero solo dos o tres de las catequistas se avinieron a ello y aquello no prosperó.

María Isabel continuó el plan del P. Arnaiz y en cuanto a su dirección espiritual, se apoyó en el P. Bernabé Copado S.J., el cual, siempre respetó las Doctrinas en su forma de ser y modo de organizarse y evangelizar, aunque dicha sea la verdad, nunca acabó de compenetrarse del todo con María Isabel. También se valió mucho de los sabios consejos del anteriormente mencionado, P. Cañete, que tanto la apreciaba.

Misioneras preparando el viaje para comenzar una Doctrina

Pronto, muy pronto, entre las que quedaron trabajando con ella (algunas, de las primeras que ya trabajaban en los corralones de Málaga, como Emilia Werner o Concha Heredia, etc.) y bajo el consejo de estos dos Padres, espigaron de entre las cartas y consejos que recordaban del P. Arnaiz, una especie de “Normas”, muy escuetas, para las que quisiesen seguir en las Doctrinas, contemplando en ellas tres posibilidades: las que vivirían siempre en comunidad, entregándose a ellas de por vida, como María Isabel; las que  como “auxiliares” continuarían yendo y viniendo a sus casas; y las que por impedimentos de familia o enfermedad, apoyarían a la Obra con sus oraciones, limosnas y sacrificios.

Dando una conferencia a los hombres antes de comenzar sus trabajos

María Isabel aparecía a los ojos de todos como la “capitana” de todo ello, empeñada en una misión imposible, cuánto más, viendo el personal con el que contaba… Y comenzaron a extenderse comentarios cada vez más desagradables.

Éstas y otras circunstancias adversas, además de su quebrantada salud, no pudieron apagar el fuego que ardía en el interior de María Isabel, y con caracteres de sangre consagró, su propia persona y las Doctrinas, al Corazón de “su Señor”, el Primer Viernes de octubre de 1928:

Párrafo de la Consagración de María Isabel escrita con su sangre

“JHS 

Jesús mío, amor verdadero de mi alma. Puesta de rodillas delante de Ti y en presencia de la Santísima Trinidad, de tu Madre Purísima y de todos los Ángeles y Santos, consagro irrevocablemente a tu Corazón Santísimo las Doctrinas y todos mis trabajos. Te ruego que desde hoy te consideres su único director y apoyo en el cielo y en la tierra, y veles por ellas ya que tu amor fue su principio. Desde hoy, Señor, no quiero tener otra preocupación que la de servirte con fidelidad, segurísima de que Tú velarás por esta Obra de tu Corazón. Y para que pueda demostrarte con las obras la confianza llena de cariño que en Ti tengo, ayúdame a que sufra, sin quejarme ni hablar de ello, todo lo que tenga que sufrir por seguir esta vocación a la que tan sin merecerlo me llamaste y en la que me conservas a pesar de lo mal que te sirvo. Imprime con fuerza en mi corazón el deseo de salvar las almas como Tú las salvaste, con el sufrimiento, la humillación y el abandono de todos. Señor, Tú sabes que, como te quiero con todas las fuerzas de mi ser, quiero ir por el mismo camino que Tú y muy cerca de Ti, pero que no tengo fuerzas. Desde hoy méteme en tu Corazón Divino y así tendré fuerza y luz y alegría al saberme tan unida a Ti.

A Ti me entrego y mis trabajos, y escribo y firmo esta consagración con mi sangre, pues en ella llevo el amor y la confianza que tengo en Ti. Corazón de mi Señor, de tu amor lo espero todo.

– María Isabel -”

En 1929 nombraron al P. Copado superior de la Residencia de Jerez, entonces archidiócesis de Sevilla. María Isabel alquiló una casita en esta ciudad y trasladó allí su sede de operaciones. El Cardenal Ilundáin las motejaba cariñosamente con el apelativo de “mis gitanas”, por la vida trashumante que llevaban, cambiando cada temporada de lugar, con su “casina a cuestas”, tal como el Señor había inspirado a María Isabel al principio de su conversión.

Durante esos años, desde que murió el P. Arnaiz, aparte de varias misiones preparadas por ellas, pusieron Doctrinas en: Barranco del Sol, La Cala de Mijas y Media Legua (Málaga), El Álamo, Tahivilla, Espartinas , La Salada, El Loro, El Cuervo, Arcos y el barrio de la Plata en Jerez, (Sevilla), La Mora, el Barrio de la Jarana, Cuéllar y la Polvorilla (Cádiz).

CONSOLIDACIÓN DE LA OBRA

Llegaron para  España  tiempos difíciles y revueltos con la Segunda República, y era fundado el pánico de los que consideraban una imprudencia su apostolado y exponer, así, la vida de aquella exigua comunidad. El P. Copado era de este parecer, por eso, permanecieron en la casita de Jerez haciendo algunos apostolados entre la gente humilde de las periferias. Al cabo de un año, sin poder salir a trabajar por estos temores, a pesar de lo enferma que se encontraba, en el Año Santo de la Redención, María Isabel tomó la resolución de hacer un viaje a Roma para consultar y ver cuál era la voluntad de Dios. El P. Copado accedió al fin a darle el permiso, pero sin entusiasmo ninguno y más bien contrariado.

P. Juan Antonio Segarra, último director espiritual de María Isabel

María Isabel

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Allí estaba desterrado el cardenal Segura que conocía a María Isabel y a su familia. Éste las había animado a hacer el viaje y las acogió paternalmente. Les dijo que, si los primeros cristianos se hubiesen negado a evangelizar por temor a lo que les pudiese ocurrir, no se hubiese extendido la fe, así que continuasen sin miedo, fiadas de Dios. El Cardenal, dijo años después, ya fallecida María Isabel, que “no había conocido alma más heroica que la de ella”.

Lourdes Werner

Carmen Pineda

Blanca Werner  –  Grupo que en Roma entronizó el Corazón de Jesús en su propio corazón

 

 

 

 

 

 

 

 

 

También conoció en la Ciudad Eterna al que había de ser, a partir de entonces, su nuevo director, el P. Juan Antonio Segarra S.J. Este santo jesuita, después de tratarla apenas unas horas, se sintió compenetrado con ella y con el espíritu de las Doctrinas, y María Isabel, al cabo de unos días, llena de agradecimiento exclamaba: «Yo creí que al morir el padre Arnaiz, el Señor rompió el molde; y resulta que me lo devuelve ciendoblado». El P. Juan Antonio Segarra les predicó un retiro durante este tiempo que pasaron en Roma, que culminó con la entronización del Corazón de Jesús en el corazón de cada misionera, y así este pequeño grupo, que había perseverado junto a María Isabel, consolidaba la nueva Obra Misionera. Era el 25 de marzo de 1933.

La entronización llevó a María Isabel a la plena identificación con Cristo. En una de sus cartas al P. Segarra le comentaba:

«Toda la práctica de la entronización consiste en hacer la voluntad de Dios, en servirle. Al hacer la entronización nos incorporamos a Cristo, es decir ya estamos desde el Bautismo, pero entonces apretamos más esa unión y nos metemos conscientemente en la Vida divina. ¿Cómo servir si se forma ya una sola cosa con el Señor, y el amor hace que no se tenga más que una sola voluntad? Del Señor no puedo entender que sea el ‘Gran Siervo’. Porque la voluntad del Padre cumplida por Él con tanto Amor, con el mismo Amor, ¿cómo va a ser servicio? Yo no sé si estaré siendo un poquillo hereje porque me metí de tal manera en mi Señor que conscientemente es como si no existiera; y, según pasa el tiempo, hasta inconscientemente voy perdiendo mi personalidad. Antes estaba llena de deseos de ser santa, de trabajar, de sufrir… ahora no tengo ni uno; y es en lo que no sé si seré hereje. Porque me parece que soy miembro de Cristo y que un miembro no tiene deseos ni nada. Eso es cuenta del Corazón, y el miembro sólo tiene que obedecer al alma (Espíritu Santo) o al Corazón. Sólo estar unida al Amor para amar. Pero ni más amor deseo. ¿No tengo al Amor por Corazón? Pues no puedo amar más. A mí me va muy bien uniéndome y apretándome al Señor, queriendo con su Corazón al Padre y no acordándome ni de que existo. Y ahora caigo en la cuenta de que no es herejía porque ‘¡es Cristo quien vive en mí!’. Así sea”

Al volver de Roma, siguiendo las indicaciones del Cardenal Segura, se instalaron en Barcelona. Él mismo les dijo que las recomendaría al Doctor Irurita, obispo de dicha diócesis. Durante el tiempo en que trabajaron allí, Irurita pudo admirar el valor y la pobreza en la que vivían. Una vez fue en persona a visitarlas, y arrodillado junto al lecho de María Isabel, impetró del Señor su curación, ya que por aquella época era raro el día que no hubiese de guardar cama. Su secretario salió de la visita diciendo que aquello era “un escándalo” (en el mejor sentido de la palabra), y el obispo mártir las llamaba “las locas de Jesús”.

Alumnos de las Misioneras en Pelegrí (Barcelona), con el P. Arbona S.J. gran amigo y colaborador en todos sus apostolados

Estuvieron trabajando en el Bogatell, San Adrián de Besós y Pelegrí, en zonas muy deprimidas, donde todavía no habían sido creadas las parroquias.

En aquellas circunstancias y tiempos, estos barrios eran verdaderos “polvorines”, pues sus gentes estaban muy castigadas,  vivían en extrema pobreza y sumidos en la mayor ignorancia, por lo que las propagandas políticas revolucionarias hacían su agosto entre ellos. Más de una vez hubieron de clausurar las clases por amenazas de bombas o cosas semejantes.

Lourdes Werner recordaba: “Vivíamos en una casucha medio destruida de una fábrica en ruinas… Una noche, dos que dormíamos en un gallinerito que tenía comunicación con la casa, oímos voces y al mirar por la ventana vimos unos cuantos hombres con una luz dentro mismo del patio. Muertas de susto acudimos a María Isabel, ésta nos hizo guardar silencio y acostarnos en seguida, para no alarmar a las demás y con una autoridad tan grande, que no pudimos ni irnos a la capilla a esperar el resultado de lo que nos quisieran hacer, y es que veía de mayor importancia, que lo que materialmente pudiera ocurrir, el que alguna juzgase, por aquel peligro, que debíamos abandonar aquella Doctrina. Nos dijo que servíamos a Dios y que si nos ocurría algo, es que era esa su voluntad. Dios realmente veló por nosotras, pues aunque a nada bueno debían venir aquellos hombres, se fueron sin que nada ocurriese…”.

Niñas de Primera Comunión de la Doctrina de Villanueva de las Minas (Sevilla), 1935

Capilla de las Misioneras

Como muy bien decía Lourdes, Dios en su providencia veló por aquel pequeño rebaño del P. Arnaiz. El cardenal Ilundáin las reclamaba para la diócesis hispalense desde que se habían ausentado de ella, y María Isabel decidió satisfacer su petición en el verano de  1935, por lo que, dejando sus cosas en Barcelona para volver después, pusieron rumbo a Sevilla, a Villanueva de las Minas, lugar que les había indicado el mismo Prelado.

Si las barriadas de Barcelona eran un polvorín, su nuevo destino no lo era menos. De hecho, ya en febrero de 1936, hubieron de salir de hurtadillas al terminar la misión que organizaron y que predicó el P. García Alonso S.J., en la que unos cincuenta mineros, entusiasmados después de la Comunión general, recorrieron las calles del pueblo cantando “Corazón Santo” y otros himnos semejantes, referentes al reinado de Cristo. Eran las vísperas de las famosas elecciones del Frente Popular.

Alumnos de las Misioneras en Villanueva de las Minas, celebrando el día de la Inmaculada

Habían salido de Villanueva por prudencia, pues después de este acontecimiento recibieron algunos “avisos”, y tenían intención de regresar, una vez pasadas las elecciones, a terminar sus labores apostólicas, sin embargo los acontecimientos se precipitaron. Los disturbios, muertes, quemas y asaltos de iglesias llevados a cabo por fuerzas revolucionarias, fueron continuos durante esos meses, hasta el 18 de julio, fecha en que se produjo el levantamiento militar.

Al sorprenderlas en Jerez, allí permanecieron durante toda la contienda, ofreciendo al Señor sus padecimientos por la salvación de España y el triunfo del reinado del Sagrado Corazón.

ÚLTIMOS AÑOS Y MUERTE

Debido a su enfermedad, pasaba muchos ratos en la cama, aquí está con María Dolores, una sobrina, hija de su hermano José María

Ya hacía algunos años que María Isabel  soportaba un cáncer muy doloroso, que le hacía guardar cama casi continuamente. Aun así nunca dejó por ello de acudir a los diversos lugares de apostolado y desde su lecho alentaba y dirigía las Doctrinas. Algunos párrafos entresacados de sus cartas nos dan a conocer el estado interior de su alma durante esta etapa:

«Vivamos nada más que para Él, para sufrir y hacer redención con Él, para decir a todos el Padre que tenemos».

«Estoy hecha una piltrafa de cuerpo, de alma, en lo material, en lo espiritual. Es como una ola negra, fría que lo invade todo con una fuerza increíble. Dios quiera que en todo esto no haya nada de ofensa suya. Todo lo que pidan por mí me parece poco».

«Esta mañana después de comulgar y durante toda la mañana, que pude casi toda, estar sola con el Señor, sentía el deseo y la necesidad de que Dios me poseyese toda, que me consumiese el Amor entera, en cuerpo y alma, en holocausto de amor».

«Qué vendrá después de esto, no lo sé; pero unida a mi Esposo de sangre (que lo quiero así) y en brazos de mi Padre Celestial, nada temo».

«Yo me quedo en la cama con mi crucifijo apretado al corazón, besándolo de vez en cuando y sin poder calentar mi corazón chico que cada día está más arrugado y asquerosillo. El de mi Señor, cuando puedo actuarme en la incorporación (que algunas veces me resulta imposible) está hecho un sol y disfruto de que haya un Corazón que quiera a mi Padre Celestial como me gustaría quererlo. Si no fuera por trabajar por las almas y poder sufrir algo por el Señor, ¡qué ganas tendría de estar ya en la Patria!»

Los sufrimientos tan intensos, y las incomprensiones que la rodeaban, santificaron en poco tiempo su alma noble y generosa.

El P. Castro, su primer director y testigo de la conversión de María Isabel en aquellos Ejercicios de 1920, declaró:

“Al volver de las Islas (había estado en las Islas Carolinas) este año de 1937, en enero, al verla, he de confesar encontrarla muy santa y entregada a la divina voluntad de un modo no común. Su modo de llevar las enfermedades que la han llevado al sepulcro, así como su conformidad y alegría en medio de la pobreza que padecía y otros trabajos, como el abandono humano, la soledad en que se encontraba de parte de los hombres, el poco apoyo que a su Obra le hacían, y otros semejantes, me admiraban sobremanera.

Casa de Jerez, donde pasó el último año de su vida

Su Obra, singular, creo que ha sido poco comprendida y esto le hacía sufrir, pero con alegría y en paz lo veía todo, no deseando sino conocer la voluntad de Dios respecto de ella para proceder, bien destruyéndola o bien siguiendo trabajando en ella”.

Ella misma declaraba al P. Juan Antonio Segarra en otra carta:

«No se puede figurar siquiera la cantidad de tribulaciones que llueven sobre esta pequeña Comunidad. A mí me da el Señor una paz y una alegría, en medio de tantas cosas, que no me conozco, y pienso si será que ya me va a llamar, pues me encuentro sin cruz y con un gozo por dentro inconcebible… es una especie de milagro que hizo el Señor conmigo sobre todo… (recordando)… cómo estaba el año pasado por este tiempo, y eso que no tenía encima ni la décima parte de las tribulaciones que ahora tengo… Pero como le digo yo veo no sólo la mano del Señor, sino que me parece ver hasta la risa con que lo hace y no puedo sufrir, sobre todo viendo la ganancia espiritual que esto nos trae porque si no, estoy cierta de que el Señor no nos lo mandaría».

María Isabel, con Blanca Werner, en los últimos meses de su vida

 

Presentía cerca su fin y no se equivocaba. El día 5 de junio padecía atrozmente y decía a sus compañeras: “Id a hacerle al Señor una visita de mi parte y pedidle que no me desespere, que si Él quiere que me tenga así hasta el fin del mundo, pero que no me desespere”. Salían de sus labios jaculatorias como: “¡Ay mi Señor!” o “¡Mi Jesús!”. Lourdes Werner recordaba admirada que, todavía esa tarde, estuvo un rato haciendo Detentes del Corazón de Jesús, pero ya no podía más y se acercaba su hora.

 

Por fin el 6 de junio de 1937, en Jerez de la Frontera, entregó su alma a Dios después de haber recibido con gran fervor los últimos Sacramentos.

La misma Lourdes, que quedaba como responsable de la “chispica” de Obra que dejaba María Isabel, recordaba así aquellas horas de angustia y desolación: “Estaba agonizando, y nosotras, al darnos cuenta de la pérdida que se nos echaba encima, andábamos como locas, clamando al cielo por nuestra amadísima María Isabel, que nos dejaba en la más desolada orfandad… Y se nos iba de nuestro lado cuando más parecía necesaria aquella mujer fuerte, de criterios tan seguros, de inteligencia tan poco común, de corazón inmenso, de comprensión incomparable, de piedad solidísima y sencilla, de celo abrasador por las almas, de bondad y cordialidad inagotables, de sacrificio e inmolación connatural e ilimitada, de delicadeza y finura espiritual difícilmente igualables…

Habitación donde murió en Jerez, año 1937

Muerta ya, y en aquel sillón donde años y años la habíamos visto agonizar, con los terribles ataques de sus enfermedades crónicas e incurables, y dolorosísimas, que la iban agotando inexorablemente, no quería nuestro corazón de hijas creer en la muerte. ¡No podía ser! Pero en el reloj de la Divina Providencia, aunque no lo viésemos, había sonado la hora de su descanso corporal, la del eterno abrazo con aquel Señor al que tanto había amado y tan fielmente servido, no menos en la salud que en la enfermedad”

El sepulcro fue prestado; y con una limosna que les llegó providencialmente, pudieron costear los gastos del funeral. Había hecho realidad aquel deseo de niña de “no ser nunca rica”, pues había dado, a su Señor y a sus pobres, todo cuanto era y tenía.

Actual sepultura, en la iglesia de la Sierra de Gibralgalia, donde fueron trasladados sus restos en 1954

El testimonio del que había sido su último guía espiritual, en la carta de pésame que les escribió desde Roma, habla por sí solo:

“María Isabel, ya en el cielo es más nuestra que nunca. Todas sus excelentes e inmejorables cualidades connaturales: aquella visión clarísima de las necesidades del mundo, aquella genialidad en adoptar los medios más sencillos y profundos con una maravillosa adaptación y oportunidad, aquel corazón de fuego, todo generosidad y entrega sin límites para lo bueno y santo, aquel sentido íntimo de comprensión y compasión de los pobres; todo esto que vosotras habéis gustado de cerca en estos años de continua convivencia y que yo mismo conocí profundamente aquí en Roma; todo esto, que ya en este mundo María Isabel lo había puesto enterísimo al servicio puro de nuestro Padre Celestial en su Hijo; ahora, con la muerte, no desaparecerá de nuestro lado, sino que, divinizado más que lo estaba, se empleará con mucha mayor eficacia en llevar adelante la Obra que el P. Arnaiz inició en nombre de Dios y que Dios mismo, a pesar de los hombres, le confió a ella para que la conservara y arraigara en la pureza de ideales, en la profundidad del dolor, en la naturalidad de la humildad, en la fortaleza inquebrantable. Este periodo de humana oscuridad y de persecución entre solapada e involuntaria, ha formado el tronco granítico de vuestra perfección interior y del conocimiento y compenetración con la altísima misión que el Corazón Divino de nuestro Jesús os tiene destinada. La Obra seguirá y crecerá; y nuestro Corazón no permitirá jamás que olvidemos que todo el fruto que venga arranca de este periodo de humillación por el que habéis pasado al lado y en estrecha comunicación con María Isabel, gran mujer católica, española, al estilo de Santa. Teresa, pero sobre todo víctima inmolada sin reservas, con pleno conocimiento, a la voluntad del que se la había conquistado y la había arrancado del mundo para hacerla suya.” (P. Juan Antonio Segarra S.J.)

 

 

JHS

“El Señor quiere que viva siempre dentro de su Corazón y esté íntimamente unida a Él, que con Él adore y ame a su Padre y a su Madre Santísima. Que con su mismo amor quiera a las almas y desee su salvación. Que aprenda de su Corazón viviendo en Él, su dulzura, su mansedumbre, su humildad, su paz. Que viva allí rodeada del amor que me tiene; que todo lo que yo tengo por contrariedades, disgustos y temores, lo tome siempre como pruebas que me da de su cariño pues su amor es el que va disponiéndolo todo para mi santificación. Que nunca pierda la confianza en Él ni la seguridad de su cariño. Me promete que las llamas de su amor me purificarán, que en Él viviré en paz y que Él mismo será mi cielo eternamente.”

Día del Sagrado Corazón, 27-junio-1930

                                                                                 (María Isabel)

“El P. Castro

 me enseñó a ir al Corazón de Jesús;

el P. Arnaiz

 a vivir en el Corazón de Jesús”

 

 

post

FUNDADOR: Beato Tiburcio Arnaiz Muñoz S.J.

APOSTOL DEL CORAZÓN DE CRISTO Y FUNDADOR DE LAS MISIONERAS DE LAS DOCTRINAS RURALES

 

 

1. INFANCIA

2. SEMINARISTA Y SACERDOTE

3. CONVERSIÓN

4. ENTRA EN LA COMPAÑÍA DE JESÚS

5. UN PACTO DE CONFIANZA

6. OLVIDADO DE SÍ

7. “ES NEGOCIO DE DIOS EL NUESTRO”

8. EL CORAZÓN DE JESÚS Y EL PADRE ARNAIZ

9. LAS MISIONES POPULARES

10. MINISTERIOS EN LA CIUDAD

11. LAS DOCTRINAS RURALES

12. DONES EXTRAORDINARIOS

13. “ME ENTREGO”

14. ENTIERRO Y FAMA DE SANTIDAD

 

INFANCIA

Pila bautismal donde fue bautizado, se conserva en la Parroquia de S. Andrés de Valladolid

Tiburcio Arnaiz Muñoz nació en Valladolid el 11 de agosto de 1865, en el seno de una humilde familia de tejedores. Dos días después, sus cristianos padres, Ezequiel y Romualda, lo llevaron a bautizar a la iglesia parroquial de San Andrés, imponiéndole el nombre del santo del día.

Con sólo 5 años quedó huérfano de padre, y su madre hubo de ingeniárselas para educar y sacar adelante a los dos hijos: Gregoria y Tiburcio.

Cuentan que de niño tuvo un sueño que le impresionó hondamente. Soñó una noche que caía en el infierno; horrorizado llamó a su madre, ella no lo oía y recurrió a la Santísima Virgen de los Dolores, la cual, acogiéndolo y cubriéndolo con su manto, le dijo: “No caes al infierno, ni caerás nunca”.

 

SEMINARISTA Y SACERDOTE

Era un joven vivo, alegre y de buen corazón. Entró en el seminario con trece años. Sacó los estudios con bastante aprovechamiento y brillantez porque “tenía talento”, pero advierte un compañero suyo que “era un calavera de estudiante, en el buen sentido de la palabra; no cogía un libro de texto en casa, si acaso lo que pescaba en los claustros del seminario antes de la clase”.

En sus primeros años de sacerdote

Para ayudar algo a la precaria economía de su casa ejerció las funciones de sacristán, en el convento de Dominicas de S. Felipe de la Penitencia en el mismo Valladolid. A veces llegaba tarde y las religiosas tenían que avisar a la recadera del convento; la pobre mujer abría, pero después regañaba severamente al seminarista. Tiburcio no protestaba ni contestaba; callado, escuchaba la reprimenda y reconocía su falta, dejando admiradas a las religiosas que comenzaron a vislumbrar su virtud.

Al acercarse la fecha de su Ordenación Sacerdotal, lo notaban serio y encerrado en sí, llegando a preocupar a su madre y hermana. Un día se sinceró con una de las monjas diciéndole: “Piensan en casa que no tengo vocación. Pero me sucede que cuanto más Ejercicios hago, más temor tengo, porque veo más la dignidad sacerdotal y mi indignidad. Pero cada vez me siento con más vocación”.

Recibió el Sacramento de manos de su Obispo D. Mariano Miguel Gómez, el 20 de abril de 1890. Se le confió primero, durante tres años, la parroquia  de Villanueva de Duero, en Valladolid, y después, durante nueve, la de Poyales del Hoyo, en Ávila. Las atendió siempre con amorosa solicitud.

En 1896 se doctoró en Teología en la diócesis Primada de Toledo

Era de carácter desinteresado y dadivoso. En Poyales costeó el arregló del templo y  pronto se ganó el corazón de sus feligreses. A Villanueva la encontró sumida en disputas, rivalidades y desavenencias políticas, y él, con su capacidad de persuasión y prudencia, consiguió la unión y concordia entre los vecinos. Era cariñoso y paciente al enseñar la doctrina a los más  pequeños y visitaba con asiduidad a los enfermos. Todos lo conocían y él, a todos conocía. Cuando hubo de dejar Poyales para entrar en la Compañía de Jesús decía conmovido: “Amo tanto a mi pueblo que no le cambiaría por una mitra; sólo la voz de Dios tiene poder para arrancarme de mi parroquia”.

En estos años había obtenido la licenciatura y el doctorado en Teología, en la ciudad primada de Toledo.

 

CONVERSIÓN

Párroco en Poyales del Hoyo (Ávila) con algunos de sus feligreses

Iban pasando los días y los años, trabajando en la viña de Señor y al abrigo de su familia. Sin embargo, Dios lo iba espoleando a mayor entrega, pues en cierta ocasión confesó: “Yo vivía muy a gusto y me daba muy buena  vida, pero temía condenarme”. Su pensamiento volaba a la vida religiosa pero veía un obstáculo insuperable en su anciana madre, a quien amaba y veneraba, y él era el único amparo de su vejez. Hasta que un buen día, dispuso Dios llevársela al cielo; la separación le causó tanta pena que su corazón quedó destrozado:

“Fue tanto lo que sufrí, que me dije: ya no se me vuelve a morir a mí nadie, porque voy a morir yo a todo lo que no sea Dios.

Su hermana Gregoria, una noche después de leer el “Año Cristiano”, vino a ratificar de parte del cielo la elección que Tiburcio ya tenía hecha en su corazón, y exclamó derramando lágrimas: “¡Ay Tiburcio, cuántas cosas hicieron los santos por Dios y nosotros qué poco hacemos! ¿Vamos a pasarnos la vida sin hacer nada por Él?, deberíamos irnos cada uno a un convento y allí servir a Dios con perfección lo que nos queda de vida”…  Así quedó libre el camino para seguir, cada cual, su particular llamada de Dios: ella entró en las Dominicas de San Felipe y D. Tiburcio, después de cerciorarse que quedaba “contenta”, con un: “Pues entonces, ¡hasta el cielo!”, se despidió y marchó gozoso a pedir su admisión en la Compañía de Jesús.

 

ENTRA EN LA COMPAÑÍA DE JESÚS

Corría el año 1902 cuando entró en el noviciado de la Compañía en Granada, Tiburcio tenía 37 años. Desde un principio se dispuso a la práctica de toda virtud y fue la obediencia la brújula de su vida, en ella veía la Voluntad de Dios. Dos propósitos hizo en este tiempo y los cumplió con exactitud: “No pedir nunca nada y contentarme con lo que me den”, “Nunca me negaré a ningún trabajo, bajo ningún pretexto”. La idea del tiempo perdido y de la edad avanzada, lo espoleaban a buscar ansiosamente la perfección.

En sus primeros años de jesuita

Hizo sus primeros votos el 3 de abril, Domingo de Pascua de 1904. Durante este tiempo asimiló admirablemente la espiritualidad ignaciana y comenzó a dirigir tandas de Ejercicios Espirituales; además, se inició en el difícil ministerio de las Misiones Populares.

Antes de marchar a Loyola en 1911, donde hizo lo que se llama la “Tercera Probación” (experiencia con la cual la Compañía culmina la formación de sus miembros), fue destinado a Murcia. Pasó en esta ciudad dos años, entregado a las almas y dirigiéndolas con admirable acierto. “Este Padre es un santo y hace santos”, decían cuantos lo trataban. Allí descubrió la necesidad de acoger a las jóvenes de los campos y pueblecitos inmediatos que venían a servir y que sin apoyos ni recursos materiales estaban expuestas a mil peligros. Para ellas buscó una casa donde tuvieran, además de albergue y amparo, quien las enseñase a conocer y amar a Dios.

Pasada su estancia de formación en Loyola, y tras unos breves ministerios durante la cuaresma, en Canarias y Cádiz, marchó a Málaga donde tuvo lugar su incorporación definitiva a la Compañía de Jesús, pronunciando sus últimos votos el 15 de agosto de 1912, Solemnidad de la Asunción de Ntra. Señora.

 

UN PACTO DE CONFIANZA

En la residencia de jesuitas de Málaga al finalizar una tanda de ejercicios espirituales

 

Su corazón ardiente, por este tiempo, hizo un pacto con el Señor que más tarde reveló a sus íntimos, que si le concedía diez años de vida los emplearía por «matarse» por su Gloria, sin descanso, y aseguraba, sin darle la más mínima importancia al cuidado de su salud: “Es Dios el que quiere cuidar de mi cuerpo con tal que yo viva confiado en Él”.

 

 

“Vivamos -decía a sus compañeros-, vivamos sólo para Dios y como si solos con Él estuviéramos en el mundo; esto es más fácil de lo que muchos creen pues, comparadas con Él, todas las cosas son despreciables y sólo por Él les damos lugar o dedicamos tiempo, mas a Él sólo y siempre debemos atender, empezando por el olvido de nosotros mismos”.

 

Su vida era Cristo; y el deseo de identificarse con Él, lo llevó hasta el extremo de escribir los siguientes propósitos, concebidos en los Ejercicios que había hecho antes de sus últimos votos:

  • “Deseo ardiente de adversidades o injurias y afrentas.
  • Querer que no sepan mis servicios o méritos.
  • Desear que no aprueben mi parecer.
  • Callar, no disculparme ni declarar a nadie mi inocencia ni mis penas.
  • No querer ni menos pretender que me amen, sino que me aborrezcan.
  • Dejarlo todo, si lo ordena la obediencia sin cuidarme de que se seguirá deshonra.
  • No mostrar sentimiento ni dolor.
  • No buscar comodidad de criatura alguna.
  • No decir nada bueno de mí, antes querer que se ignore lo que haga.”

 

OLVIDADO DE SÍ

A su hermana Gregoria, ya religiosa, le aconsejaba en una carta: “¡Qué vida más feliz es ésta cuando se vive en Jesús y para Jesús! No me cansaría de ponderar a las almas, máxime a las religiosas, de los bienes que pierden cuando piensan, quieren, recuerdan, hallan o buscan otra cosa que a Dios. Sé tú de éstas, hermana mía, que tienen su vivir en el cielo, en Jesús. Te olivarás de ti…”.

El P. Arnaiz en la casa de la familia Werner en Fuengirola. 25 de marzo de 1923

Así vivía el P. Arnaiz, tal como había pactado con el Corazón de Jesús, olvidado por completo de sí y dejando todo su cuidado en Él: la comida era siempre parca y desechaba cuanto se le presentara, una vez que consideraba que había tomado lo suficiente. El vestido, muy usado, el mismo en verano que en invierno. Una vez un penitente suyo, que era sastre, le propuso que le diese la sotana, que se la dejaría como nueva; el Padre, que adivinó la intención del buen hombre y que lo que pretendía era cambiársela por otra, le preguntó: –“¿Y ese trabajo cuánto podría costar?” -“Pues X pesetas” –“Démelas para mis pobres que, con la sotana tal como está, voy muy bien”.

Para hacer sus viajes o determinar trabajos nunca se arredraba, ya lloviese, ya hiciese calor o frío, parecía impasible, decía: “Yo no me entero”. Un día Mª Isabel, una de sus colaboradoras, le protestaba: “Pero Padre, puede uno callarse y no decir nunca si siente frío o calor pero, no notarlo, me parece imposible”, y él replicó: “Pero ¡qué boba es!; claro que es posible, ¡y tan posible! Vaya usted a uno que se le está muriendo un ser querido, o que le viene la ruina o la deshonra, con que hace mucho frío o cosa así, y verá cómo la mira. Él no lo ha notado ni piensa en eso, esta embargado por otra idea, y esa le llena y le absorbe. Si se llenase usted de Dios y del deseo de que se salvasen las almas, y esa fuese su preocupación y anhelo, no sentiría esas cosas ni pensaría en esas tonterías”.

Más de una vez llegaba de sus ministerios, calado hasta los huesos; aunque en otras ocasiones el Señor tuvo compasión de él y… de su cabalgadura, como le ocurrió en el Valle de Abdalajís (Málaga) donde iba a dar una misión: al bajarse en la estación se montó en un borriquillo para llegar al pueblo; por el camino cayó un aguacero fuertísimo, los que lo acompañaban llegaron chorreando y, sin embargo, ni él ni su jumento se mojaron lo más mínimo.

“ES NEGOCIO DE DIOS EL NUESTRO”

“¡Al negocio, al negocio!” les decía a los que le acompañaban. “Es negocio de Dios el nuestro” . El negocio de salvar las almas y ganar el cielo no lo dejaba vivir. “Es una pena que, teniendo una eternidad para descansar, queramos aquí descanso, repetía con sentimiento.

No perdía oportunidad. En una ocasión hubo de embarcar con el santo Obispo de Málaga, don Manuel González, para Melilla y llegó al puerto media hora antes de la partida; al ver que había de estar esperando, voló al hospital vecino; llegó el Señor Obispo y preguntó ansioso por el Padre; la hora de salir se echaba encima y cuando faltaban unos momentos apareció corriendo: –“¿Dónde ha ido?” le preguntó el prelado… –“A aprovechar el tiempo, Señor Obispo”. San Manuel lo apreciaba en grado sumo y se valía de él muchas veces para preparar la visita pastoral, sobre todo en los sitios más alejados de la diócesis, o especialmente dificultosos por las condiciones sociopolíticas de aquellos tiempos.

El P. Arnaiz con S. Manuel González, obispo de Málaga, en la casa del Conde de Puerto Hermoso, el día de la entronización del Corazón de Jesús en Pizarra (Málaga), enero de 1921

Llevado de su amor al Señor nunca decía basta y todo le parecía poco: “¡Qué fácil es predicar cuando se ama a Cristo! ¿Qué diría ahora Jesús a estas almas?… pues pidamos a Jesús que nos lo diga a nosotros, y repitámoslo, en su Nombre”.

Dio muchas tandas de Ejercicios Espirituales a sacerdotes, religiosas y maestros, a dirigidos suyos de intensa vida espiritual y a sencillas muchachas de condición humilde. Este apostolado de los Ejercicios, se prolongaba después en una intensa correspondencia con los que se acogían a su dirección espiritual. Muchas veces no daba abasto para contestar y aprovechaba los desplazamientos en el tren.

Su apostolado se extendió por varias partes de España y sobre todo en Andalucía: Cádiz, Córdoba, Sevilla, Granada…, pero fue preferentemente en Málaga, donde tuvo su residencia habitual y desplegó un celo incansable.

 

EL CORAZÓN DE JESÚS Y EL PADRE ARNAIZ

La devoción al Corazón de Jesús era el centro de su vida espiritual. La fuerza expansiva del amor de Cristo era su motor. “El que vive vida de mucha unión con Dios participa de los afectos de su Corazón”, decía… y lo vivía. Recordaban, quienes lo trataron, que hasta su manera de pronunciar el nombre de Jesús hacía bien al alma, y que no había más que observarlo cuando celebraba Misa: entonces parecía que se transformaba y veía a Jesús en la Eucaristía.

La penitencia y mortificación de su persona era proverbial, tenía verdaderas ansias de reparación, amaba con locura al Señor. Con un fervor que contagiaba, entronizó en cientos de casas al Corazón de Jesús, para que fuese el centro, y la vida misma, de cada familia.

Procesión de la imagen del Sagrado Corazón en tiempos del P. Arnaiz

Fue nombrado director del Apostolado de la Oración de Málaga y, además de aumentar el número de los socios, pues pasaron de varios centenares a miles, infundió en ellos un espíritu verdaderamente cristiano que cuajó en obras de amor a Dios y al prójimo.

En 1915 se decidió, con la colaboración de los miembros del Apostolado, a procesionar la imagen del Sagrado Corazón de Jesús que hacía catorce años que no salía por miedo al ambiente anticristiano en que se vivía. Tuvo que vencer la oposición de los que les parecía una imprudencia  salir a la calle. Pero, el Padre, con esa seguridad en las cosas de Dios que sólo tienen los santos, siguió adelante con su propósito. Sacó la procesión con una concurrencia numerosísima y gran fruto espiritual, y se hicieron eco del acontecimiento todos los periódicos de Málaga. Nadie esperaba un éxito semejante y desde entonces no se ha dejado de celebrar este acto en honor al Divino Corazón.

 

LAS MISIONES POPULARES

Misionero infatigable por campos y cortijos de Andalucía

 

La predicación de Misiones Populares fue uno de sus principales ministerios. Su íntimo amigo,m D. Antonio Membibre, lo acompañó en una de ellas y relataba sus impresiones a la hermana del P. Arnaiz, ya religiosa:

“Tuve el consuelo de pasar diez días con tu hermano que es un misionero santo, mortificado y penitente, pues no suele dormir en la cama, se tira en el suelo y en paz; a las cuatro se levanta, hace la hora de oración, me llamaba a las cinco e íbamos a la iglesia; él solía tocar, pues el sacristán nunca estaba a tiempo; confesábamos, a las seis Rosario de la aurora -Viva María… Pecador, no te acuestes nunca en pecado,… etc.- … Esta carta tenla como si fuera de tu hermano pues él no tiene tiempo, ni para un solo día, siempre misionando y no quiere más que trabajar y salvar almas; terminado el Rosario, yo me vestía en el altar y Tiburcio desde el pulpito explicando los misterios de la Santa Misa, los ornamentos sagrados, etc. Terminaba a las siete y se iban los hombres a sus ocupaciones. A las diez doctrina para los niños y a la tarde a las tres… Restableció el Apostolado de la Oración; no conoces a tu hermano, está rejuvenecido, todo le gusta, todo le asienta, no tiene comodidades ni pereza ni necesidades, una gran voz, potente, incansable, predicando todo el día y toda la noche, vida de penitencias, sacrificios y humillaciones, en verdad atraen sobre él las gracias que por su ministerio Dios derrama a torrentes”.

El P. Arnaiz cruzando el río Guadalhorce al salir de la misión de Santa Amalia en Alhaurín de la Torre-Málaga en 1925

Como bien decía su amigo D. Antonio, el Señor, por su medio, derramaba gracias a torrentes y los tibios volvían al fervor de la vida cristiana, los justos se convertían en apóstoles y los alejados volvían al redil de Cristo, contándose casos de conversiones realmente extraordinarias. Sin embargo, llama la atención que no pusiese como fin de sus misiones arrancar confesiones o lograr un crecido número de comuniones, sino grabar en el alma de sus oyentes las verdades más elementales de nuestra fe: Dios, el alma, la otra vida. “Doctrina y doctrina”, decía. “Persuadámosles que tienen alma, que les espera la eternidad, y ellos buscarán por su cuenta, la confesión y todo lo que sea menester».

Leyendo la lista de las ocupaciones simultáneas que tenía, parecía imposible que las pudiese llevar a cabo, dándose casos como el de Chiclana, pueblo de Cádiz en el que además de predicar una misión en las dos parroquias, a la vez dio ejercicios a religiosas, visitó la cárcel y tenía reuniones con diversas asociaciones piadosas.

En los pueblos por él misionados, reorganizaba o fundaba asociaciones para mantener la vida de piedad, como Congregaciones Marianas, las Conferencias de San Vicente de Paúl, el Apostolado de la Oración o la Adoración Nocturna, y si había algún convento, ya fuese de vida activa o contemplativa, siempre encontraba un “hueco” para atender a las religiosas. En Ronda (Málaga) incluso promovió la fundación de un Carmelo, obra que cuidó con especial esmero en todos sus detalles hasta la inauguración que, por especial disposición del Señor, resultó ser el mismo día de su entierro.

El P. Arnaiz supervisando las obras de la capilla de la Sierra de Gibralgalia- Málaga, su primera Doctrina Rural en 1922

Detrás de la construcción o arreglo de varias iglesias, también estuvo la iniciativa del P. Arnaiz y su colaboración incansable: la Sierra de Gibralgalia, El Chorro, Las Mellizas y Alfarnatejo, en Málaga; Barriada de La Colonia, de La Línea de la Concepción, en Cádiz. En ésta última ciudad fundó, además, una escuela que mantuvo con sus catequistas, hasta que consiguió llevar a las Hijas de la Caridad para que la continuaran. Así mismo fueron promovidas e inspiradas por el P. Arnaiz otras escuelas, en Campamento (Cádiz) y junto a las iglesias antes mencionadas de Málaga.

 

MINISTERIOS EN LA CIUDAD

Al terminar las misiones volvía el P. Arnaiz a su residencia de Málaga y, como si viniese de un viaje de recreo, a veces ni subía a la habitación, dejaba el maletín en la portería y “volaba” a visitar enfermos, así, literalmente, porque ocasión hubo en que quisieron seguirlo y no pudieron.

Acudía a las salas de los hospitales pero también a las casas particulares. En estos encuentros personales la caridad del Padre se desbordaba y su corazón compasivo socorría, o hacía socorrer a sus amigos, las necesidades que a su paso encontraba.

Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús que pertenecía a la residencia del P. Arnaiz

Una vez una buena señora que pedía limosna en las puertas de las iglesias, al llegar a casa sorprendió al Padre atendiendo a su madre que estaba enferma y repetía admirada: “Es un santo, es un santo. ¡Si le hubieran visto ustedes preparando una yema a mi madre y con la gracia y agrado con que lo hacía!”. A otra mujer, desesperada, con cáncer en la cara y mucha amargura en el alma, comenzó a visitarla con gran bondad y compasión, esta pobre señora fue recobrando la paz, hasta el punto de hacer una sincera confesión y recibir todos los Sacramentos. El Padre no podía ocultar su alegría y lleno de alborozo la abrazó y exclamaba: “¡Alégrese, hermana, que hoy hemos arrebatado a un alma del infierno!”.

Su creatividad a la hora de paliar la ignorancia o el sufrimiento humano no conocía límites. En la calle Cañaveral, de la misma ciudad, impulsó la construcción de una casa de acogida para señoras con pocos recursos, con más de treinta viviendas unipersonales. Promovió la apertura de la librería católica de Málaga y atendió con sumo interés algunas escuelitas y talleres de gente humilde. También las cárceles eran objeto de sus desvelos; allí, a su paso, “tocaba” el Señor con su predicación y caridad muchos corazones destrozados, algunos de los cuales, al salir, buscaban al Padre para seguir sus consejos y su guía espiritual.

Su influencia benéfica se multiplicaba gracias a un plantel de incondicionales colaboradores, que tenía ocupados en los diversos apostolados que se le ocurrían, unos en la ciudad y otros incluso preparándole misiones en los pueblos.

En sus visitas por los barrios periféricos, se hizo idea cabal del espíritu hostil a la religión que en ellos reinaba (una vez le llegaron a tirar una rata), y fiel al Evangelio que predicaba y lleno de compasión por tanta ignorancia, que veía ser la causa de tal animadversión, se dispuso a remediarla.

El P. Arnaiz departiendo con uno de sus colaboradores, D. Leopoldo Werner, Conde de S. Isidro, en Fuengirola (Málaga)

Los famosos “corralones” eran casas de vecinos donde cada familia únicamente disponía, para su intimidad, de una habitación o dos, alrededor de un gran patio que todos compartían para guisar, lavar, tender la ropa y otros menesteres; en ellos, el Padre alquilaba, o pedía, una de estas estancias y mandaba a algunas de sus dirigidas para tener allí una escuela improvisada; enseñaban a leer y escribir a aquellas gentes, nociones de cultura general, y luego dividían a las mujeres, los hombres y los niños en secciones separadas para ir explicándoles lo más elemental de nuestra fe: que hay Dios y que nos ama hasta el extremo de dar la vida por nosotros, que tenemos alma, la vida eterna… El Padre se presentaba al cabo de un mes o dos y les predicaba a todos como una Misión; se los ganaba pronto y se hacía sentir la influencia de su santidad, por lo que casi todos se ponían en gracia. Después, solía dejar a alguna mujer piadosa al frente de esta singular escuelita llamada “miga”, para que siguiese enseñando a los niños y sostuviese el fruto logrado. Durante su vida se trabajó así en unos veinte corralones, y el cambio obrado en ellos redundó en beneficio de la vida social de Málaga.

En uno de estos barrios, alrededor de 1914, a una joven de condición humilde que vivía en la citada calle Cañaveral, le sucedió que después de tratar al P. Arnaiz se arrepintió de su mala vida y se puso a trabajar honradamente. Un día su antiguo y mal amigo la solicitó de nuevo, pero ella perseveró en su buen propósito y, en vista de su negativa, aquel hombre la mató. Fue un caso trágico, pero hermoso a la vez, y su protagonista es digna de ser recordada por el heroísmo al que llegó, en la sinceridad de su conversión a Dios.

 

LAS DOCTRINAS RURALES

El P. Arnaiz llevaba clavado en el alma el abandono de los campos, y en sus continuas misiones fue madurando un proyecto de evangelización nuevo y original en su forma. A Emilia Werner, una de sus primeras colaboradoras, manifestó una vez comentando el trabajo que se hacía en los corralones: “Esta no es mi idea. Lo que yo pienso es que sean señoritas las que vayan, por el amor de Dios, a poner escuelas temporalmente en los pueblos y lagares”“Cuando Dios quiere una cosa, todo se hace posible; manda las personas y los medios. Si Él quiere esto, se hará cuando Él lo tenga dispuesto”.

María Isabel González del Valle

Y sonó la hora en el reloj de Dios cuando visitó por primera vez la Sierra de Gibralgalia (Málaga). Sucedió que, mientras predicaba una misión en Pizarra, subió a Gibralmoro, monte que domina todo el pueblo, a bendecir un monumento al Corazón de Jesús, y divisó desde la altura las casitas de la Sierra; al oír que vivían allí varios cientos de personas muy abandonadas en todos los sentidos, allá se encaminó. No tenían iglesia, ni carretera, sólo un  mal camino de caballería  para acceder. Pasó en la Sierra un día y una noche sin descanso, y la gente buena y sencilla se volcó, recibiendo la primera Comunión casi todo el pueblo.

Grupo de misioneras en Gibralgalia con el P. Copado S.J. que sucedió al P. Arnaiz en la dirección de las Doctrinas. María Isabel es la tercera por la izquierda. Año 1927

 

Al llegar a Málaga, con el corazón consolado por lo que había vivido, y destrozado a la vez, pensando en tantos que no conocían a Jesús, simplemente, porque nadie se lo anunciaba, la Providencia divina hizo que se encontrara con Mª Isabel González del Valle, una señorita asturiana de treinta años de edad, a la que el Señor acababa de trocar el corazón en unos Ejercicios Espirituales. Ella se sentía llamada a irse “por esos pueblos de Dios, con su casina a cuestas, dando a conocer a todos, el Padre que tenemos”. Estaba decidida a marcharse a las islas Carolinas, pero el P. Arnaiz le propuso subir a aquella aldeíta “que está peor que el Japón”, le decía, y Mª Isabel, al momento, aceptó el cambio de destino viendo en ello la voluntad de Dios.

Tuvieron que esperar un año, hasta enero de 1922, por no encontrar a nadie que quisiese acompañarla, pues era algo inusitado en aquel tiempo y tan atrevido, que se levantó una polvareda de críticas al Padre por su celo “desmesurado” y “temerario”, ya que las que fueran,  habían de quedarse incluso sin el consuelo de la Misa diaria. Aquel “disparate” sólo lo entendieron algunos, como el P. Cañete, entonces provincial de la Compañía de Jesús en Andalucía; él decía que aquello era “dejar a Dios por Dios”, el consuelo de la Comunión por el bien de las almas. También lo entendió el santo obispo D. Manuel González y, al mes de estar las catequistas en la Sierra, les concedió permiso para tener con ellas el Santísimo Sacramento.

Sierra de Gibralgalia – Málaga, en la actualidad. Pueblo donde se tuvo la primera Doctrina Rural

En una choza, arreglada con lo más preciado que tenían las que subieron, pusieron al Señor y, con el ritmo de clases, catecismos y vida espiritual que les marcó el P. Arnaiz, comenzó la historia de la Obra de las Doctrinas Rurales. En vida de su fundador se tuvieron veinte “Doctrinas” (así llamaban a la estancia de las catequistas más o menos larga en los pueblos o cortijadas).

María Isabel ya se entregó de por vida a esta Obra y, tras la muerte del Padre, con grandes sufrimientos y contradicciones, la consolidó y así perdura hasta hoy.

 

DONES EXTRAORDINARIOS

El P. Arnaiz gozó de muchas de las gracias especiales con que el cielo adorna a sus elegidos.

En su vida se dieron casos de bilocación, como el que ocurrió en casa de una portera que tenía un hijo paralítico, a la que a veces ayudaba el Padre; vivían en la calle Lagunillas. Un día al volver la mujer a casa, vio que el niño estaba levantado y le preguntó, con sorpresa, qué había pasado. El niño contestó que el P. Arnaiz se había sentado con él en la cama y, cogiéndole las manos, le dijo: «Levántate que vamos a andar un poco por la habitación». La madre fue corriendo a la Residencia para comentarle al mismo Padre lo ocurrido y resultó que él estaba fuera de Málaga dando misiones.

Otras veces el Señor le revelaba el interior de las conciencias. Una de sus catequistas, Ángeles Macías, iba a visitar a una señora que tenia cáncer en un ojo, la recibía con despecho y estaba muy alejada de la Iglesia. Un día le dijo a la catequista que si iba a verla el P. Arnaiz, recibiría los Sacramentos, pero su intención no era confesar sino que había oído hablar de milagros ocurridos por su intercesión y pretendía que la curase. Cuando unos días después, Ángeles le preguntó al Padre si ya la había confesado, él murmuró: «La gente cree que la criatura puede algo». Al volver a visitar a la enferma ésta le preguntó por qué no había ido el Padre y la catequista, extrañada, le repitió la contestación que le había dado y que ella no había entendido; la  pobre mujer se echó a llorar y entre otras cosas dijo: «Mi intención no la adivina sino un santo». El milagro no se hizo pero su alma se curó. El P. Arnaiz envió a otro sacerdote para que la confesara y desde entonces llevó su enfermedad con una resignación admirable.

Tuvo revelación de acontecimientos lejanos, como le sucedió en Guaro (Málaga) predicando una Misión, en la que indicó a sus oyentes que las verdades de que estaba hablando eran tan ciertas como el incendio que se estaba produciendo en la Aduana de Málaga; hecho terrible que, efectivamente, estaba ocurriendo en esos momentos, y que el Padre no lo pudo haber conocido por ningún cauce.

También anunció cosas futuras, como precisar la fecha de su propia muerte, en la visita que hizo a D. Pedro Calvo y a su esposa, amigos suyos. D. Pedro estaba muy enfermo y el Padre le dijo: «¡Con que lo de aquí, ya se acabó! No piense usted más que en ir al cielo. Allá nos veremos pronto… de aquí a un mes, más o menos. No, de aquí a un mes menos tres o cuatro días».  Y así sucedió.

En Alfarnatejo (Málaga) una placa conmemora  lo ocurrido durante la Misión. Era un año de tremenda sequía, por lo que una tarde se sacó en rogativa al Santo Cristo de Cabanillas, bajo cuyo patrocinio está el pueblo. Al entrar en la iglesia, el P. Arnaiz se postró ante la imagen y suplicó con fervor  al Señor que, aunque los mayores no se lo merecieran por sus pecados, concediera la lluvia, a aquellos campos resecos, por la inocencia de los niños. La respuesta fue inmediata; aunque estaba el cielo despejado durante la procesión, comenzó a llover tan abundantemente que no se podía salir de la iglesia.

Y entre los hechos extraordinarios más frecuentes, se cuentan milagrosas curaciones concedidas por su intercesión, como ocurrió durante la Misión de Nerja. A dos kilómetros del pueblo había una mujer gravemente enferma con varios hijos. El Padre acudió a darle los últimos Sacramentos; era una noche lluviosa y lo acompañaban dos hombres. Al regresar, movido de compasión, a cada instante se postraba en tierra, apretando el crucifijo entre sus manos, y rezaba así: «Jesús mío, dale la salud, que le hace mucha falta a sus niños». Y aquella señora, que estaba agonizando y sin esperanza de vida, curó repentinamente.

Monumento al P. Arnaiz en la ciudad de Málaga que se erigió en 2005 por suscripción popular

Hay además varias florecillas, casos milagrosos y simpáticos, que Dios permite en la vida de sus fieles hijos. Es gracioso lo que sucedió en casa del párroco de San Roque, de Cádiz: ante la insistencia del Padre de tomar un solo huevo para cenar, mientras estuvo allí, cada día una de sus gallinas, sin falta, ponía un huevo de dos yemas. Y en un pueblo de la provincia de Huelva, en Corteconcepción, un matrimonio sin hijos lo invitó a bendecir una escuelita para niños pobres y, cuando terminó el acto, la señora le dio al P. Arnaiz una cajita de dulces para que los repartiese; pero al ver que además de los niños fue desfilando medio pueblo a tomar su dulcecito, estaba con el corazón encogido, pensando en el mal rato que iba a pasar el Padre cuando faltasen pasteles; cosa que no sucedió: hubo pasteles para todos.

Estas y otras cosas extraordinarias y sobrenaturales, a pesar de la humildad y discreción del Padre, corrían de boca en boca y la fama de santidad se iba extendiendo cada vez más. Hasta los cocheros de Málaga, cuando le veían pasar, comentaban: «¡Ahí va el cura santo!».

 

“ME ENTREGO”

A principios de Julio de 1926 estaba el P. Arnaiz en Algodonales, predicando una Misión, cuando se encontró extraordinariamente mal dispuesto. Después de auscultarlo, el médico diagnosticó bronquitis y pleuritis. Él murmuró expresivo: “Me entrego”.

Una fila interminable de gente de toda clase y condición social pasó a venerar sus restos mortales durante tres días

Fue trasladado a Málaga y obligado a guardar cama, pues tenía fiebre muy alta. Cuando se supo que el P. Arnaiz había llegado en esas condiciones, la ciudad se movilizó y acudió un numeroso gentío a la Residencia de los Jesuitas a informarse de su estado. Hubo que poner, en sitio visible, el parte médico de cada día, y el templo del Sagrado Corazón fue testigo de las continuas oraciones que espontáneamente se hacían por su salud.

El 10 de julio le administraron los últimos Sacramentos quedando desde entonces alegre y ansioso por irse al cielo; no podía hablar de otra cosa. “¡Qué hermosísimo es el Corazón de Jesús!… ya le veré pronto… ¡y me hartaré! ¡Qué bueno es! ¡Cuánto nos quiere!… Y la Virgen, ¡vaya si es amable y me quiere!”.

Cada vez que respiraba, decía que le parecía que le daban con un puñal en los pulmones. Los médicos hacían cuanto podían para salvar aquel cuerpo consumido de trabajos, le aplicaban inyecciones y ventosas y, para “atraer los humores”, le practicaron una llaga en la pierna derecha. Durante la enfermedad, de sus labios no salió una queja; sus palabras a los que lo atendían eran siempre: “Nada merezco, Dios se lo pague”. Al preguntarle un día si la llaga le dolía mucho, respondió: “Lo que a mí me duele es haber ofendido a Dios”. Al hermano enfermero le dijo: «No hay sujeto… Está todo destrozado… Me he dado prisa en vivir».

Lo último que pronunciaron sus labios con voz potente y clara fue el himno “Te Deum”, alegre y devoto, alternándolo con el hermano que lo acompañaba. A las 10 de la noche del 18  de julio de 1926, entregaba su alma a Dios.

 

ENTIERRO Y FAMA DE SANTIDAD

Manifestación imponente de duelo en el entierro del P. Arnaiz. La comitiva en el momeno en que recorría la calle Larios de Málaga

El duelo por su pérdida fue general. Toda Málaga se sintió huérfana de tan gran bienhechor. Lo lloraron los humildes y también los de condición económica elevada. Se obtuvo licencia de Roma y del Ministerio de Gobernación para que pudiese ser enterrado en la iglesia del Corazón de Jesús donde, tantas veces, había confortado a innumerables almas en el confesionario, e instruido y enfervorizado desde el púlpito con su palabra llena de unción.

Su cadáver fue expuesto a la veneración pública durante tres días, formándose colas continuas para poder tocar su cuerpo con objetos de devoción. Y todavía, antes de ser inhumado en el crucero derecho del templo, fue llevado por las calles de la ciudad, por donde durante años, había dirigido él la procesión del Corazón de Jesús. Cerró el comercio y el cortejo fúnebre fue presidido por las autoridades religiosas, civiles y militares. No sólo de Málaga, sino de muchos otros sitios, objeto de sus desvelos misioneros y de su incasable apostolado, acudieron a darle el último adiós. Había muerto en olor de santidad.

El P. Arnaiz y S. Manuel González, obispo de Málaga, que pronunció la oración fúnebre

El señor Obispo, San Manuel González, acudió a honrar a su fiel colaborador, y pronunció una oración fúnebre que hubo de interrumpir varias veces llevado de la emoción. Se quejaba con cariño al Señor y le decía: “¿Qué haces, Jesús mío…? ¿Cómo quieres que lleve la carga que has impuesto sobre mis débiles hombros, si me privas de los mejores operarios de esta viña?… ¡Hermanos en religión del P. Arnaiz que estáis aquí presentes, sed Padres Arnaiz! ¡Religiosos y sacerdotes que me escucháis, sed Padres Arnaiz!  ¡Fieles todos que trabajáis en obras de celo, sed otros Padres Arnaiz! Que el mundo no se ha de salvar con discursos, ni combinaciones políticas, sino con Santos y sólo con Santos”.

El ejemplo vivo de los Santos no pasa, sino que perdura de generación en generación. Por eso, recordando a su bienhechor y gran apóstol, en 2005,  se levantó en Málaga un monumento por suscripción popular en el barrio del Perchel.

El P. Arnaiz desde el cielo continúa su labor apostólica y sigue haciendo el bien entre sus devotos, porque el amor es expansivo, y su amor es el de Dios. Son muchos los favores y hechos milagrosos que se atribuyen a su intercesión, y muchas las personas que, diariamente, visitan su sepultura confiándole sus sufrimientos y anhelos.

El santo Obispo de Málaga que lo conocía bien, en la ya citada oración fúnebre, definió con gran acierto su personalidad, diciendo del P. Arnaiz que era un persuadido, un enamorado, un loco de Jesús”.

DATOS BIOGRÁFICOS

– Nació en Valladolid, el 11 de agosto de 1865, de familia modesta.

– Se ordenó de sacerdote el 20 de abril de 1890. Estuvo tres años de párroco en Villanueva de Duero, en su diócesis de
origen, y nueve en Poyales del Hoyo, en la de Ávila.
– Obtuvo el grado de Doctor en Teología, en Toledo, el 19 de diciembre de 1896.
– A la muerte de su madre, entró en el noviciado de la Compañía de Jesús en Granada, el 30 de marzo de 1902, y dos
años más tarde hizo sus primeros votos.Desde 1909 a 1911, fue destinado a Murcia.Entre 1911 y 1912, permaneció en Loyola para hacer la Tercera Probación, experiencia con la cual la Compañía culmina la formación de sus miembros.
– En 1912, fue destinado a Málaga, donde el 15 de agosto hizo sus últimos votos de religioso.
– El curso 1916-1917, lo pasó en Cádiz por petición expresa del señor Obispo de esa diócesis.
– Ese mismo año 1917, volvió a Málaga donde permaneció hasta su muerte.
– En enero de 1922, comenzó la Obra de las Doctrinas Rurales junto con su gran colaboradora María Isabel González del
Valle Sarandeses.
– Enfermó en Algodonales (Cádiz). El 18 de julio de 1926, murió en Málaga en olor de santidad.

 

  • El 10 de octubre de 2016 el Papa Francisco firmó el decreto de Virtudes heroicas, siendo así reconocido por la Iglesia como Venerable.
  • El lunes 18 de diciembre de 2016, el Papa Francisco recibió en audiencia, al Prefecto de la Sagrada Congregación para las Causas de los Santos, Cardenal Ángel Amato, en la que autorizó la publicación del milagro atribuido a la intercesión del Venerable Padre Tiburcio Arnaiz, SJ.
  • Representando al Papa Francisco, el Cardenal Becciu (Prefecto para la Congregación de las Causas de los Santos) declaró BEATO al P. Arnaiz el 20 de Octubre de 2018. Ahora, queda solo un paso para la Canonización del P. Arnaiz. Hace falta un nuevo milagro atribuido a su intercesión ante el Señor. Será cuando Dios quiera.
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¿Cómo comenzaron las Doctrinas?

P. Arnaiz misionando por los campos

¿Cómo comenzaron las Doctrinas?

                PREHISTORIA

Cuando el P. Tiburcio Arnaiz S. I., llegó a Málaga en 1912, tanto la capital como el resto de la provincia, debido a varios factores, pasaba por una depresión económica muy grave. Las pésimas condiciones de vida y las dificultades de las clases más pobres fueron campo de cultivo bien abonado para que creciera el malestar y el odio, que no dudaron en aprovechar algunos  políticos para fomentar el anticlericalismo, culpabilizando a la Iglesia de muchas de sus desgracias, cuando no de todas.

Antiguo corralón en el Barrio de El Perchel (Málaga)

Varios de los lugares de la ciudad donde más se hacía notar la pobreza, tanto material como espiritual eran “los corralones”. Así llamaban en Málaga a las casas de vecinos que constaban de un patio a cuyo alrededor convivían numerosas familias, cada una de ellas las más de las veces sólo disponía de una habitación. En el patio se guisaba, se lavaba, los servicios eran comunes…  mal ali

mentados y sin cultura ninguna, muchos apenas podían sobrevivir, se oían con frecuencia blasfemias y las críticas soeces que son de suponer. En aquel ambiente era difícil que un sacerdote pudiera penetrar, ni siquiera a llevar los Sacramentos a algún enfermo, porque se aventuraba a ser blanco de duros comentarios, antipatías y burlas.

P. Arnaiz en casa de los Werner en Fuengirola Málaga) 25-3-1923

Pero el P. Arnaiz se aventuró, y sufrió en su propia persona la animadversión reinante hacia “los curas”, una vez llegaron a arrojarle una rata muerta. Otro

día, yendo por el Barrio de Santo Domingo, se le acercaron unos jóvenes pidiéndole lo que llevase. Él, muy sereno, les dijo: “Hijos míos, no tengo nada que daros, no llevo nada; sólo tengo el corazón que, si lo queréis, os lo doy”. Y ante semejante prueba de amor, perplejos, se retiraron.

 

TRAZANDO PLANES

No era el Padre hombre que se arredrase y sintió un enorme deseo de ayudarles en sus desgracias y llevarles el consuelo de la fe.  Como muy acertadamente comenta el P. Granero S. I., en la biografía que del siervo de Dios escribió:

“La miseria, la vida inhumana, el oscuro porvenir de tantos marginados le conmovía el alma. Pero aquella increíble… ignorancia religiosa estremecía su espíritu sacerdotal…”

María Isabel González del Valle la 1º por la derecha

Con penetrante mirada pastoral, agudizada por su ardiente caridad y celo, descubrió un campo amplísimo, no trabajado aún, al que dedicó una atención extraordinaria.

La gracia de Dios le ayudó y supo encontrar, entre algunas de sus dirigidas (varias de ellas pertenecientes a familias adineradas y aristocráticas), almas con sentimientos muy parecidos a los suyos, que bastaba que se les ofreciese la oportunidad de hacer bien a sus semejantes para que pusiesen manos a la obra. Él no era de nadie en particular y lo era de todos, y así pudo hacer de puente entre las distintas clases sociales de la época.

 

Valiéndose pues, de estas abnegadas colaboradoras, el Padre Arnaiz, siguiendo la descripción que hace el P. Jesús Mª Granero en la citada biografía:

D. José, el párroco de La Atalaya en Granada- 1964

     “… trazó sus planes y buscó voluntarias para la ardua tarea. Empezó por un corralón grande, donde vivían gran cantidad de vecinos. Entre tímidas y audaces se presentaban, de siete a nueve de la noche, dos  o tres señoras. Primero, naturalmente, causaron sorpresa y excitaron la curiosidad del vecindario. Así durante algunas noches, hasta que, poco a poco, entraban y salían como en propia casa. Reunían primero grupos de chiquillos, y luego de mayores, y les enseñaban, sin más remilgos, los principios elementales del catecismo. Una señora se encargaba de los niños; otra de las mujeres, y, en fin, otra, de los hombres. Para eso se habían procurado una habitación como centro de operaciones. La labor avanzaba muy lentamente, aunque los recelos iniciales se iban disipando. Sobre todo porque las señoras sabían escuchar y resolvían, en lo posible, los problemas materiales y económicos de los vecinos. Cuando ya acudía bastante gente, el P. Arnaiz, se presentaba algunas noches en el corralón y todos lo escuchaban con la boca abierta… les predicaba una pequeña misión. Luego llevaba a los que querían a la Misa y Comunión, que solía celebrarse en la iglesia de San Agustín (donde entonces tenían los jesuitas sus ministerios) o en alguna otra iglesia más cercana…”

Enseñando a hacer la señal de la cruz

El método que seguían las catequistas del P. Arnaiz en estas improvisadas aulas, era el que él mismo les indicaba, con gran caridad y constancia iban enseñando las primeras letras, a leer, a escribir, a hacer las cuentas más sencillas y las nociones de la religión, lo más elemental: las verdades de la existencia de Dios, del alma, de la necesidad de salvarse, etc. En unos dos tres meses la disposición de la gente había cambiado y acogían con verdadero deseo la predicación del misionero.

 

Consolidar la tarea

Pero su tarea no terminaba aquí, pues después de estas sencillas misiones: “… Contrataba una maestra a propósito,… se instalaba en la habitación convertida en aula. Allí la gente menuda, y aun los mayorcetes…, continuaban su aprendizaje, leer, escribir y hacer cuentas. Y, además seguían escuchando los rudimentos del catecismo. Con paciencia y con el tiempo el corralón se iba transformando, o al menos perdía buena parte de su primitivo salvajismo. Las señoras caían por allí de cuando en cuando para afianzar su tarea civilizadora y cristianizante… cada corralón y cada miga se enredaba muy pronto en mil problemas de parejas que se querían casar, bautismos por hacer, colocaciones de obreros parados, juzgados de guardia, papeles en la vicaría y en las parroquias, etc. En fin, toda esa baraúnda de enredos que cualquiera sabe de memoria por poco experto que sea en este tipo de apostolado…”

 

Genaguacil curso 1963-63

El Padre hubo de buscar la forma de mantener aquellas maestras que quedaban en las migas, que, aunque de conciencia y espíritu cristiano, había que remunerar económicamente. Colaboraron en esto el Apostolado de la Oración y personas particulares que no quisieron que quedase su nombre ensalzado. En una carta a dos de sus catequistas, Emilia Werner y Concha Heredia, en Septiembre de 1918 les dice:

 

 

Vayan preparando las cosas para que, al irse Vds. de ahí, quede algo que levante el espíritu, ya sea el Apostolado, ya conferencias, visitas de pobres, doctrinas, escuela dominical o algo que dure con el favor de Dios, mayormente habiendo quienes ya se prestan a ayudarles.”

Una de ellas daba testimonio de la labor realizada en los corralones por el P. Arnaiz con estas palabras: “Admiraba con qué atención y veneración le oían y se aficionaban a él. ¡Qué pronto los ganaba y sentían ellos la influencia de su santidad!… A los dos o tres años de estar en estos trabajos: en los barrios ya no había ninguna muestra de hostilidad a la religión, y en toda clase de gente una gran veneración al Padre, que empezó entonces y bien se ha visto en su muerte”.

Uno tras otro, fueron multiplicándose los corralones cultivados, la mayoría de ellos radicaban en la periferia, pero algunos se adentraban en el mismo casco urbano de la ciudad: Los Cuartos de Granada (en la Alcazaba), en los Corralones de Larios, en el Barrio de Huelin, en El Bulto, en calle Cañaveral, en el Corralón de Sta. Sofía, en Puerto Parejo, Corralón de Chaves y en otra casa en la Calle de los Negros, en la Capilla de San Lázaro, en la de Zamarrilla, en la Capilla de la Farola, en Calle Obando, frente a la plaza de toros, en calle Curadero, en calle Rosal Blanco, en la Goleta, y en unos corralones del Pasillo de la Cárcel, en el Corralón de la Pastora, cerca de San Bartolomé y en otro muy cercano, en el Barrio Obrero y en los Portales de Chacón. En total, alrededor de unos veinte.

Almas verdaderamente cristianas

Estas mujeres fueron almas verdaderamente cristianas, y sin miedo a exagerar se las puede calificar de heroicas, pues actuaban solo movidas por amor a Dios y las alentaba la santidad y el celo del Padre. Renunciaban a su vida cómoda, llena de bienestar y cuidados, y permanecían dedicadas al apostolado, enseñando la doctrina con una abnegación que fue la admiración de cuantos fueron testigos de aquello.

María Isabel González del Valle la 2º por la izquierda en Aldodonales con algunas de sus colaboradoras

El P. Arnaiz las empleaba también para prepararle enfermos en hospitales y casas. Algunas de ellas incluso se desplazaban a los pueblos durante unas semanas para visitar a los vecinos y preparar el ambiente antes de que fuese el mismo Padre u otro a dar una misión popular. Tres de ellas fueron a vivir a la Línea de la Concepción, en Cádiz y se ocupaban entre otros ministerios en llevar una escuela gratuita para niñas pobres, de este modo procuraban que perdurase el fruto de la misión dada por el Padre Arnaiz, hasta que éste logró que las Hijas de la Caridad pusiesen allí un colegio.

Aunque si bien el Padre les proponía los trabajos a tener en cuenta, y por regla general ellas lo secundaban sin más, sin embargo, siempre las dejaba en gran libertad para variar según sus propias iniciativas, lo que las catequistas viesen oportuno sobre el terreno o la disponibilidad que cada una de ellas tenía.

Durante el tiempo en que descansaban de los trabajos apostólicos vivían en su propia casa o bien, si alguna no tenía familia, en algún asilo que la caridad del padre le proporcionaba. Hay que comprender que a veces surgían dificultades de convivencia, económicas, etc. todo lo había de solucionar él, estaba pendiente de todo y de todas como un verdadero padre. Les inculcaba sin descanso la completa abnegación de sí mismas, el amor sin reservas a Jesucristo y la preocupación absorbente de la salvación de las almas.

El P. Arnaiz con María Martos, una de sus colaboradoras

Sirva como homenaje a estas valientes mujeres, el dejar constancia de sus nombres, las más asiduas en las doctrinas y catecismos que el P. Arnaiz organizaba en aquellos tiempos: Emilia Werner Martínez del Campo, hermana del Conde de San Isidro, Concepción Heredia Loring, hija de los Condes de Benahavís, Ángeles Macías, había sido religiosa de la Sagrada Familia de Burdeos, Asunción Rocatallada, viuda del Capitán Tous Pastor, Ana Mª Jiménez, Cristina Nemesio, maestra nacional, Carolina, Cecilia León, Carmen García, que destinó toda su fortuna para fundar el Carmelo de Ronda e ingresó en él, Julia Crooke Heredia, Concha Velera, Carmen Gumucio,

En verano de 1916, cediendo a las insistentes peticiones del Sr. Obispo de Cádiz, el P. Arnaiz fue destinado a  aquella ciudad, sus hijos espirituales, entre ellos las “doctrineras”, se sintieron un tanto desamparados, sin embargo, el Siervo de Dios, viendo en todo la providencia divina no dio ninguna importancia al hecho y las siguió animando, a Emilia le decía: “… Las doctrinas Dios las bendice siempre; es su obra; no se fastidien ni se cansen de esa labor”, y con gran libertad de espíritu les aconsejaba que buscasen otros Padres que atendiesen los corralones, ellas así lo hicieron, de hecho a su vuelta de Cádiz, en 1917, dejó este apostolado que, si fue suyo en el origen, ya habían otros compañeros que se ocupaban de él.

 «ESTO NO ES MI IDEA…»

Después de la comunión que cerraba una de estas doctrinas malagueñas, mientras buscaban una mujer para ponerla al frente de “la miga”, dijo pensativo el Padre Arnaiz a la mencionada Emilia Werner: “Esto no es mi idea; lo que pienso es que sean señoritas las que vayan por el amor de Dios a poner escuelas en los pueblos y lagares” (cortijadas donde se cultivaba la viña y se hacía el mosto).

A la buena de Emilia, aquello le pareció un imposible, pero el santo misionero replicó:

“Cuando Dios quiere una cosa, todo se hace posible; manda las personas y los medios; si Él lo quiere esto, se hará cuando Él lo tenga dispuesto.”

Imagen del Sagrado Corazón entronizada en Gibralmora- Pizarra en 1921

El Padre llevaba clavado en el alma el abandono de los campos, que en sus continuas misiones por las zonas rurales se le hacía cada vez más patente. En octubre de 1920, camino de una de ellas, yendo al Burgo, a consagrar este pueblo al Sagrado Corazón, vio unas casas desparramadas por el monte y al no ver iglesia preguntó –“¿Qué pueblo es ese?”. Le informaron que se trataba de una aldea perteneciente al municipio de Cártama, aunque, de hecho, quedaba más cerca de Pizarra, y le continuaron explicando que sus habitantes sólo tenían de cristianos el nombre, que iban a Pizarra a bautizarse, a casarse (los que lo hacían), y a enterrar a sus difuntos. Era la llamada Sierra de Gibralgalia, y solo se podía acceder a pie o en bestia, ya que no había camino para vehículo.

En enero de 1921, volvió el Padre Arnaiz por aquellos contornos, a Pizarra, donde predicó una misión, durante la cual se entronizó al Corazón de Jesús en dicho pueblo, y se inauguró para la ocasión, un precioso monumento en la Sierra de Gibralmora, todo ello costeado por el Conde de Puerto Hermoso, D. Fernando de Soto y Aguilar. Desde dicha altura se domina el valle del Guadalhorce y en medio de él se divisa hacia el este, precisamente, la Sierra de Gibralgalia.

San Manuel González y el P. Arnaiz en la casa del Conde de Guadalhorce en enero de 1921

Para presidir la mencionada ceremonia, el día doce, subió a Gibralmora el Sr. Obispo, San Manuel González, acompañado de varios sacerdotes y más de cien seminaristas, además de una numerosísima concurrencia. Estando en aquella cumbre, en medio de la devoción del acto que celebraban y de la alegría de la fiesta, el celoso misionero fijó de nuevo los ojos en las casitas diseminadas de Gibralgalia, con la inquietud que lo caracterizaba trató con el Párroco y con el mismo Conde, el asunto de poder ir a visitar dicho lugar, pretendía conocer a sus habitantes y evangelizarlos aunque solo fuese en lo más elemental, y determinaron aprovechar alguno de los días que le quedaban de su estancia en Pizarra.

 

 

 

Al fin… en Gibralgalia

Vista de la Sierra de Gibralgalia desde el monumento del Sagrado Corazón en Gibralmora

Al fin, el quince, se encaminaron a Gibralgalia los dos jesuitas que habían predicado la misión de Pizarra, el P. Arnaiz y el P. Baldomero Bonilla, acompañados del Conde de Puerto Hermoso, el Sr. Cura y un grupo de amigos, entre los cuales se encontraba doña Elisa Arcos que narró lo ocurrido en dicha expedición:

“La visita había sido anunciada y nos esperaban con grandes muestras de curiosidad, recibiéndonos con grandes demostraciones de satisfacción… Allí nos desplegamos en guerrilla y mientras uno enseñaba a los niños la señal de la cruz, otro se ocupaba de las niñas y el Rdo. P. Arnaiz reunía hombres y mujeres y, bien entre ellos, bien subido a una ventana de la casita principal, les explicaba las verdades fundamentales de la Santa Fe: Dios trino y uno, creador y remunerador, el alma inmortal, la Redención… Se dejó solemnemente entronizado el Corazón de Jesús en casa del alcalde, y numerosísimos concurrentes, postrados ante la sagrada imagen, escuchaban absortos las hermosas oraciones del acto y entonaban el himno ‘Corazón Santo’ que fue muy fácil enseñarles… Al fin fue necesario marcharse, pero prometiendo volver…”

Volvieron pues a subir al día siguiente, y de nuevo se dividieron en pequeños grupos para instruirlos en “lo que era el pecado y su remedio”, luego fueron confesando los niños y ya les iban hablando de la comunión que habían de recibir. Continuaba doña Elisa explicando: “Bien entrada la noche, se dio un descanso, que aprovechamos para comer las provisiones que habíamos llevado, instalándonos en lo alto de un cafetín, pobre y desmantelado, a la luz de un farolillo.

     Al terminar, salió por los cerros el P. Arnaiz con la campanilla y cantando el ‘Corazón Santo’ para congregar otra vez al pueblo que acudió presuroso. Se colocó en una ventana un cuadro del Sagrado Corazón con dos faroles a los lados… El infatigable misionero y el Párroco, después de rezar el Rosario… predicaron a aquellos centenares de oyentes…

     Cuando llegó el momento oportuno, se hicieron las confesiones de hombres y mujeres… siendo tan numerosas que no se terminaron hasta después de la una de la noche. Después de las dos nos retiramos a descansar… Antes de salir el sol, ya resonaban por aquellas lomas la campanilla del misionero y el himno al Sagrado Corazón, llamando para el acto más hermoso que hemos presenciado en nuestra vida: la primera comunión de un pueblo entero.

Se levantó el altar con los pobres recursos que allí se encontraron, y al amanecer, se celebró por primera vez en aquel paraje el Santo Sacrificio de la Misa, tomando Nuestro Señor Jesucristo posesión de todos aquellos corazones…

 “CUANDO DIOS QUIERE UNA COSA, …

MANDA LAS PERSONAS Y LOS MEDIOS”

Al bajar de Gibralgalia, quedó el Padre Arnaiz gozosísimo por lo ocurrido, pero a la vez profundamente apenado del abandono e ignorancia en que se encontraban. Sin embargo, fue precisamente entonces cuando sonó la hora de Dios, ya que esa misma tarde, al llegar a Málaga, conoció a una mujer extraordinaria, Mª Isabel González del Valle Sarandeses, que sería desde entonces su más fiel colaboradora y la que había de iniciar el sueño que bullía en la mente del misionero, las “Doctrinas Rurales

María Isabel González del Valle alrededor de 1909

Comenzaba el P. Arnaiz ese día, lunes, diecisiete de enero, en el convento de las Reparadoras de la ciudad, una tanda de Ejercicios para señoras. Eran aquellos Ejercicios para “beatas de la séptima morada”, como graciosamente escribía María Pía Heredia, una de sus dirigidas, pues así les dio a algunos por denominar estas tandas, ya que casi todas las que acudían eran hijas espirituales del P. Arnaiz, señaladas por su acendrada piedad y ocupadas en los mencionados trabajos apostólicos.

En el locutorio de Reparadoras, lo esperaba pacientemente María Isabel, la cual había mostrado verdadero interés en entrevistarse con él. El padre dejó hablar a aquella señorita tan expresiva, y dispuesta, según le decía ella misma, a irse de misiones a las islas Carolinas y cuando terminó, sin más ni más, con su fina ironía castellana le dijo el Padre: “¿Y con esos zapatos y ese vestido se va usted a ir a las Carolinas?”. Y continuó:

“¡Qué Carolinas ni Carolinas cuando ahí a dos pasos de Málaga vengo yo de un pueblo donde ofrecí un rosario de cristal a quien supiera hacer la supiera hacer la señal de la cruz y ni uno solo supo hacerla… si de verdad usted quiere trabajar por Cristo yo arreglaré que pueda usted ir a enseñar esas almas. Pero ya hablaremos de eso después!”.

Tenía prisa porque empezaban los ejercicios y le dijo que se quedase y los hiciese. María Isabel, aunque perpleja por el recibimiento que le había dispensado, se puso enteramente a su disposición desde el primer momento.

¿Pero quién era y de dónde venía María Isabel?

MARÍA ISABEL GONZÁLEZ DEL VALLE.

María Isabel González del Valle

Había nacido en Asturias, en 1889 y pertenecía a una de las más adineradas e influyentes familias ovetenses, era la número doce de quince hermanos. Después de varios avatares y circunstancias de su cómoda vida, recaló en Madrid, y allí, en 1920, a sus treinta años, hizo ejercicios espirituales.

Al tercer día de su retiro, en la meditación de la Magdalena, se presentó al director de dichos ejercicios, el P. Castro S. I., con los ojos encendidos por las muchas lágrimas que había derramado”, según contaba el mismo P. Castro en su diario, “Su alma se había rendido a Cristo y no de una manera ordinaria. A partir de aquel día pude observar en ella alientos singulares y deseos extraordinarios para desprenderse de todo, morir a todo por seguir a Cristo pobre. Limpia su alma con una detenida confesión general, su preocupación era comenzar cuanto antes dejarlo todo y ver cómo y dónde se consagraría al servicio de Dios”

Ella no sabía dar explicaciones de lo ocurrido, sólo sabía que “se había enamorado de Él sintiéndolo como en sí mismo es…” Era el día 22 de abril de 1921 y no se le olvidaría nunca.

Al salir de Ejercicios estaba como Mª Magdalena, pendiente de los ojos de Jesús y pasaba largos ratos ante el Santísimo, en una iglesia cercana a su casa, amándolo con todo el ímpetu de su corazón ya toda entregada a Él y perdido el sabor de todo lo otro.

     Estaba con verdaderas ansias de saber qué era lo que Jesús quería de ella y allí mismo, el Señor Sacramentado le inspiró el pensamiento de que “debería irse de pueblo en pueblo, con su casina a cuestas, dando a conocer a Dios”, y que al Señor le había de dar todo lo suyo, dinero, salud y todo su ser, desde entonces ya no dudó nunca sobre el género de vida que debía seguir. Sin embargo, visitó varias instituciones misioneras y catequéticas y no encontraba el modo concreto, cómo se realizaría su consagración en el servicio de Dios.

Mª Isabel había tomado como director espiritual al mismo P. Castro y por su consejo, se fue a Bélmez (Córdoba), allí, vivían otras dos dirigidas suyas, que se ocupaban en obras de celo, ella las ayudó en catecismos y en varias misiones. Pero aquella forma de vida tampoco la satisfacía.

Mientras tanto, el mencionado Padre fue destinado como misionero a las Carolinas, y pensó que María Isabel podría emplear su dinero en hacer una fundación de religiosas en aquellas Islas e irse con ellas a misionar entre infieles. Cuando el P. Castro ya se marchaba de España, le encomendó que fuese a conocer a Cecilia León, una señorita de Málaga que tenía la misma idea. Mª Isabel inmediatamente fue a entrevistarse con ella pero durante la conversación, comprendió que aunque Cecilia había iniciado los trámites, no llevaría la empresa a término, como así fue.

Encuentro providencial

A pesar de todo buscó la forma de poder hablar de sus proyectos con el director de Cecilia, que resultó ser el P. Arnaiz, y así fue cómo el Señor en su providencia preparó el encuentro arriba mencionado.

Durante los referidos Ejercicios Espirituales María Isabel sufrió bastante, pues el Padre, que no la conocía, iba con “pies de plomo” y quiso probar aquel temperamento que descubría tan vehemente y lleno de cualidades. Sin embargo, ella comprendió por una luz de Dios que era el padre espiritual que le convenía, “Ese es el Padre que yo quiero para ti” sintió que le decía el Señor.

Según el santo misionero les contaba, la Sierra de Gibralgalia estaba en esas mismas condiciones de abandono e ignorancia de Dios que la tierra de infieles, ella escuchaba llena de ardor, estaba dispuesta a ir, e insistía en que la mandase, ¿no era precisamente lo que el Señor le pedía?… que viviese nada más que para darle a conocer entre los que no le conocen… “con su casina a cuestas”.

Chozas en Las Majadillas en Jerez de la Frontera – Cádiz

Al fin el P. se cercioró de que los deseos de María Isabel eran verdaderos y su resolución firmísima. Al ver tanta insistencia y buena voluntad, atormentado por la necesidad apremiante que veía en los trabajos que tenía por los pueblos, no resistía esperar a que se llevasen a cabo los trámites para poder hacer la fundación en las Carolinas, por eso, sin descuidar dicho asunto, pensó que mientras tanto, muy bien podía María Isabel ejercitarse para las misiones trabajando en las doctrinas de los campos, por lo que al finalizar los Ejercicios le dijo que iría, pero habría de esperar hasta que le buscara alguna compañera, ya que no quería mandarla sola.

Algunas veces las misioneras tenían que trasladarse en burro para ir de un cortijo a otro

Comenzaron entonces los planes para ir a Gibralgalia pero tendrían que esperar otro año entero para llevar a cabo sus proyectos. Eran grandes las dificultades que se ofrecían y espantaban por lo pronto a otras de sus más fieles y abnegadas dirigidas… La estancia ya no sería de unas semanas sino quizá meses, el tiempo que hiciese falta, la vida ya no la harían en sus casas sino entre los más pobres y abandonados, prácticamente toda la población vivía en chozas y en unas condiciones de pobreza muy marcadas de las cuales, sin duda iban a participar, las atenciones espirituales iban a ser muy escasas, incluso para oír la Santa Misa habrían de conformarse con los domingos y hacer varias horas de viaje para ello… María Isabel fue la única que se ofrecía sin condiciones y sin ataduras familiares de ninguna clase, porque ya había roto con ellas y se había entregado definitivamente al Señor.

Durante este año de espera, el P. Arnaiz la ocupó en ayudar a otras catequistas que estaban en los alrededores de la capital malagueña, en la Colonia de Santa Inés, después la mandó con las que trabajaban en La Línea, y también a preparar varias misioncitas en núcleos rurales.

LA PRIMERA “DOCTRINA RURAL”

En enero de 1922, después de Reyes, María Isabel y otras tres valientes que se ofrecieron a acompañarla, Julia Crooke Heredia, Carmen Gumucio y Ángeles Macías, emprendieron el camino de Gibralgalia.

En Málaga se levantó una polvareda de críticas y comentarios desfavorables, que corrían no solo por la calle sino también entre los mismos religiosos. Realmente los motivos de estas sospechas y críticas no carecían de fundamento si se miraba desde el punto de vista de la prudencia humana, incluso, buena parte de los que veneraban al Padre y se guardaban de hablar, quedaron perplejos ante el hecho. Parecía todo ello fruto de un celo extravagante, aventurero y muy peligroso.

En aquel pago todo eran chozas o “ranchos”. Las “señoritas”, como comenzaron a llamarlas los sorprendidos serranos, alquilaron la única casa de los contornos, colocaron las camas de campaña en el desván y el resto lo organizaron para vivienda y las clases que querían impartir. Cada una había llevado no solo su cama sino todo lo necesario para su uso. Con cajones vacíos se hicieron unos muebles sobre la marcha, todo muy pobre pero lo imprescindible.

El P. Arnaiz estaba en todo y las alentaba sin descanso:

María Isabel con algunas comopañeras de Apostolado en Montecorto de Málaga- 1923

“Mis buenas Hnas. en Cto. Jesús: Me ruega María Isabel que les ponga algunas letras. Yo nada tengo que decirles de nuevo, si no es que en todas las obras y en cada momento se acuerden que sirven al Señor a quien tantas veces hemos dicho que le queremos dar de lo que tenemos y podemos. Esto pide y eso quiere: que le den a conocer a esas gentes. Él les dará a conocer cuán agradable le es la obra. No escuchen al enemigo, que les pondrá desalientos Quiéranse y cuídense unas a otras, sin fastidiarse; y, con santa libertad, se animen y procuren suavizar las pequeñas dificultades. No teman tanto molestarse unas a otras, pues deberán suponer que ninguna es tan vidriosa y susceptible que se va a ofender por nada, mayormente constándole de la buena voluntad e intención de las demás. No tengo tiempo para más consejos: poco cavilar y mucho trabajar y sacrificarse por el prójimo. Es lo que a Cristo, bien nuestro, le complace y lo que de Vds. desea y espera su affmo. hermano en Cto. Jesús. T. Arnaiz S. J.”

Comenzaron las clases tal como las había planeado el Padre:

     “… tres clases diarias. Por la mañana de 9 a 11 para los niños. Por la tarde de 3 a 5 para las niñas y luego las mocitas; y por la noche de 8 a 10 a los hombres.

     A todos se enseñaba lo mismo: doctrina, lectura, escritura y cuentas. Se hacían cuatro secciones de media hora; cada maestra enseñaba una cosa y pasaban todas las secciones por todas.

      Un niño iba con una campanilla llamando a clase por todo el pueblo; se daba media hora para entrar y mientras llegaban se les enseñaba a cantar. Los cánticos que se les enseñaba son para inculcarles lo que en la doctrina aprenden, como son: el Credo, Si al cielo quieres ir, Tengo un alma que no muere, No he nacido para el suelo, etc. Cuando se acaba de cantar se empezaba la clase ofreciendo las obras del día y pidiendo a Dios luz para conocerle. Cada media hora a toque de campanilla mudaban las secciones…”

Antes de un mes había tal cantidad de gente que las catequistas hubieron de marcharse a vivir a una de las chozas y dejaron toda la casa para las clases.

Aquello no era una comunidad religiosa, ni tenían votos ni compromiso alguno, las que allí estaban, lo mismo que las que trabajaban en otras doctrinas, sabían que el Padre no les había empujado a ninguna a ir, ni quería retenerlas si no tenían aliento para ello, habían ido por su propia voluntad, pero el Padre Arnaiz las conocía muy bien y sabía que no todas tenían arrestos para aguantar una temporada muy larga en la Sierra. Ésta no era una doctrina como las demás, tanto por las condiciones de vida como por las dificultades espirituales

Una vocación

Entrada de la iglesia de la Sierra de Gibralgalia

María Isabel fue la única que no se amilanó lo más mínimo porque en esta vida descansó por fin de sus ansias interiores y afanes por encontrar el modo que le hacía sentir el Señor de hacer apostolado. Había dado con lo que Dios quería de ella y estaba contenta en medio de las privaciones materiales (¡eso era lo de menos!) y espirituales. No es que no las sintiese, pero era tanto lo que la llenaba el haber encontrado la voluntad de Dios que pasaba por todo. Para colmo de su dicha, al mes de estar allí, San Manuel González, viendo el sacrificio que hacían, les dio permiso para tener con ellas el consuelo del Santísimo Sacramento. María Isabel instaló en otra chocita con todo el esmero de su corazón enamorado, el oratorio que ella misma tenía puesto en un piso de Madrid.

En la Navidad de ese mismo año ya se había construido una pequeña iglesia que subió a inaugurar el Sr. Obispo. Continuaron varios meses más en la Sierra de Gibralgalia, ésta fue la primera Doctrina Rural.

María Isabel en el centro, ya muy enferma, con algunas de las primeras misioneras

Las siguientes fueron en Alozaina y Montecorto y así, hasta el curso 2016-2017, se han llevado a cabo doscientas setenta y siete. En medio de estos trabajos escribió el Padre A María Isabel en una ocasión:

“Cuando me ven con pena, sólo es por lo que Vd. dice, que casi nadie busca la gloria de Dios. Y mi deseo es que hicieran cierto un lema que se me ocurría fuera el de Vds., opuesto a una queja de S. Pablo, en este sentido: sólo intercalando un no, que hace la proposición enteramente contraria. Omnes quaerunt (non) quae sua sunt, sed quae Iesu Christi”. (P. Arnaiz)

O sea, que el versículo de Filipenses: “… todos buscan sus propios intereses, no los de Jesu-Cristo.” (Flp. 2, 21), quería el Padre Arnaiz que quedase así para sus “doctrineras”:

“… todas buscan, no sus propios intereses, sino los de Jesucristo.”

En 1926, al morir el P. Arnaiz, algunas de sus dirigidas se fueron retirando, otras continuaron por temporadas colaborando con María Isabel, y dos de ellas sintieron la llamada del Señor a seguir en esta vocación como ella misma la sintió, dejando definitivamente sus casas con una total disponibilidad, fueron las que formaron el núcleo de la Obra de las Doctrinas Rurales, continuadora del espíritu del Venerable P. Tiburcio Arnaiz

“Vivamos nada más que para Él,

para sufrir y hacer redención con Él,

para decir a todos el Padre que tenemos”.

(María Isabel)