post

QUÉ ES UNA «DOCTRINA»

 

Llamamos «Doctrina», a la estancia de las misioneras en un pueblo durante el tiempo necesario para que sus habitantes, conociendo a Jesucristo e instruyéndose en las principales verdades de la fe cristiana, sepan lo necesario para salvarse y estén en condiciones de poder recibir los sacramentos.  Viviendo con ellos y como ellos, se comienza a visitar el pueblo para hacerse cargo de sus intereses y necesidades.

«Bien nos regala Dios cuando nos deja que le sirvamos en sus hijos».

(P. Arnáiz)

DESARROLLO DE UNA «DOCTRINA»

Sorprendidos por la variedad de clases y actividades y… todo gratuito!!!, acuden cautelosos chicos y grandes, sin imaginar que en el rato de catequesis que tendrán, sus corazones van a recibir una abundante lluvia de gracias.

 

 

 

«Un espíritu lleno de Dios y enamorado del bien de las almas, cuanto más trabaja más ama y es el trabajo como la leña que ceba el fuego del divino amor». (P. Arnáiz)

La parroquia adquiere nueva vida: todos los días se toca la campana para el rosario y visita al Santísimo, se solemniza la Santa Misa de los domingos. En las grandes ceremonias se procura una preparación especial, a veces con representaciones escénicas…

«El fruto que el Señor está haciendo es grande y consolador. ¡Las almas van a Él con amor y alegría cuando lo encuentran!» (María Isabel)

Se procura a lo largo de la estancia que tengan oportunidad de tener charlas de formación o testimonial con ocasión de ciertas solemnidades: Inmaculada, Navidad, Semana Santa, Mes de Mayo… También la recepción de algunos sacramentos en comunidad (Unción de enfermos, Confirmación…) y una semana de misión popular. Son ocasiones para completar su formación religiosa y abrir sus corazones al Señor.

¿Y después? Se anima a los más formados para continuar la labor, en catequesis, rezo del rosario, visita de enfermos, cuidado de la iglesia, se fundan o revitalizan asociaciones que ayuden a la perseverancia…  “De modo que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios que hace crecer”. (1 Corintios 3,7)