MISIONERAS AUXILIARES
UN POCO DE HISTORIA
Desde que fue destinado a Málaga, en el año 1912, al Rvdo. P. Tiburcio Arnaiz S.I., nuestro fundador, le preocupó la situación de miseria material y, sobre todo, espiritual que se vivía en los llamados “corralones” (casas de muchos vecinos, en los barrios marginales).
Pero, ¿qué podía él hacer? El ambiente antirreligioso que se respiraba en aquellas zonas impedía prácticamente a los sacerdote acercarse a estas almas. En una ocasión, hasta llegaron a tirarle una rata muerta. Pronto encontró la solución. Entre sus dirigidas, se rodeó de un grupo de valientes colaboradoras. Leemos en una de sus cartas de aquellas fechas: “Yo he tenido en estos años en Málaga a varias señoras en vida apostólica, pero viviendo cada una en su casa…”.
¿En qué consistía esta “vida apostólica”? Guiadas por el Padre, comenzaron a dedicar su tiempo libre a adentrarse en alguno de esos corralones:
Alquilaba una habitación o conseguía del dueño que se la cediese. Entonces mandaba allí a algunas de estas abnegadas criaturas. Iban de siete a nueve de la tarde y comenzaban a reunir, primero a la chiquillería, luego a las jóvenes y más adelante a las mujeres y también a los hombres.
No cuesta mucho pensar cuál sería la extrañeza de aquel vecindario a los comienzos de esta iniciativa y la de saliva que tendrían que tragar las buenas catequistas. Ellas con paciencia y constancia, iban enseñándoles las primeras letras, a leer, a escribir, a hacer las cuentas más sencillas y las más elementales nociones de religión.
Poco a poco, la indiferencia y la frialdad del principio iban desapareciendo y se mostraban agradecidos, al ver que se interesaban por ellos.
Una vez caldeado el corazón de aquellas pobres gentes, e iluminada, en lo más necesario, su inteligencia, el Padre les daba una «misioncita» durante tres noches para prepararlos a recibir los Sacramentos.
Pronto, el celo que lo consumía, y gracias al encuentro providencial con María Isabel González del Valle, le llevó a extender este apostolado no sólo a las zonas más desfavorecidas de la capital, sino también a los pueblos y cortijos diseminados en los campos, a los que, debido a su aislamiento y la escasez de sacerdotes, era más difícil que les llegase la asistencia religiosa.
María Isabel encontró aquí el modo concreto en el que el Señor le pedía que se consagrase plenamente a Él. Las demás colaboradoras, dirigidas del P. Arnaiz, continuaron prestando su valiosísima ayuda en este apostolado rural, pero como «auxiliares», no de forma permanente como ella. Con el paso del tiempo, se juntaron a María Isabel, otras compañeras, que también sintieron esta vocación, comenzando a vivir en comunidad y dejando definitivamente sus casas y familia. De este modo surgió la Obra de las Doctrinas Rurales.
Pero la figura de la “misionera auxiliar” nunca ha desaparecido. Seguimos contando con un grupo de generosas jóvenes que quieren dedicar una parte de su tiempo (cada una según sus posibilidades) colaborando en el apostolado de nuestras Doctrinas.
Gracias a ellas podemos multiplicar nuestros esfuerzos asistiendo a un mayor número de parroquias. Principalmente en los días de Semana Santa, pero incluso durante cursos enteros. Por eso, ellas merecen nuestra mayor gratitud.
Al implicar a sus dirigidas en este tipo de apostolado, el P. Arnaiz se adelantó a poner en práctica, de forma eminente, las enseñanzas del Papa Francisco en su Exhortación apostólica Evangelii gaudium (120):
“La nueva evangelización debe implicar un nuevo protagonismo de cada uno de los bautizados, para que nadie postergue su compromiso con la evangelización, pues si uno de verdad ha hecho una experiencia del amor de Dios que lo salva, no necesita mucho tiempo de preparación para salir a anunciarlo, no puede esperar que le den muchos cursos o largas instrucciones. Todo cristiano es misionero en la medida en que se ha encontrado con el amor de Dios en Cristo Jesús; ya no decimos somos “discípulos” y “misioneros” sino que somos siempre “discípulos misioneros”. Si no nos convencemos, miremos a los primeros discípulos, quienes inmediatamente después de conocer la mirada de Jesús, salían a proclamarlo gozosos “¡Hemos encontrado al Mesías” (Jn 1, 41). La Samaritana, apenas salió de su diálogo con Jesús, se convirtió en misionera, y muchos samaritanos creyeron en Jesús “por la palabra de la mujer” (Jn 4, 39). También Pablo, a partir de su encuentro con Jesucristo, “enseguida se puso a predicar que Jesús era el Hijo de Dios” (Hch 9, 20). ¿A qué esperamos?”
Animamos a todas aquellas que sienten esta inquietud misionera, a que no la dejen ahogar en su corazón, sabiendo que, como decía el P. Arnaiz, “bien nos regala Dios cuando nos deja que lo sirvamos en sus hijos”.
TESTIMONIOS DE AUXILIARES
Mª Montserrat Sellas Vila
El regalo que el Señor me concedió de pasar un curso con las misioneras ha sido para mí de mucho provecho en todos los sentidos.
He podido comprobar la mano de Dios y su Misericordia infinita para con todos.
También he tenido la oportunidad de conocer, mucho más de cerca, la sociedad y el ambiente actual. Sabía que el mundo estaba muy mal, pero tratar con tantas personas y acercarme a sus vidas me ha iluminado muchísimo respecto a esta realidad.
Aunque me costó bastante decidirme a dar el paso, ahora, si miro hacia atrás, pienso que ha valido la pena el sacrificio: haber entregado el curso a Dios y haber tenido la oportunidad de decir a tantas personas lo mucho que Él nos ama.
Animo a todas las chicas a que hagan esta experiencia de entrega al Señor y seguro que después verán como yo, «el ciento por uno» en todas las cosas.
Mª Teresa Sellas
He tenido la oportunidad de estar en una Doctrina como auxiliar, el curso pasado. (Curso 2014-2015)
Durante estos meses, lo que más me ha sorprendido ha sido comprobar cómo, poco a poco, las almas se iban transformando por el poder de la Gracia. Era bonito y gratificante ver a la gente atraída por el Señor y sus cosas, y cómo personas que, en las primeras visitas, nos habían rechazado, más tarde se convirtieron en colaboradoras inseparables; y corazones que, parecían fríos o impenetrables, se ablandaban y se dejaban acariciar y consolar por el Señor. Fue un cambio palpable y efectivo que logró bonitas conversiones.
Son muchísimas las cosas con las que he disfrutado, como las actividades con los niños, las graciosísimas clases de memoria, pero sobre todo en las clases de manualidades con las mujeres. En ellas había siempre un ambiente gozoso y bullicioso donde reinaba el amor y la alegría. Hasta las mismas alumnas se sorprendían de que hubiera ese buen rollo y familiaridad entre ellas y con las hermanas.
Otra experiencia enriquecedora fue poder participar en dos Misiones Populares, una en La Rabita y otra en S. Antonio, y ver cómo el Señor a veces quiere dejarnos ver un poco el fruto del trabajo realizado, pues la Misión, al final de curso, fue una lluvia de bendiciones para el pueblo.
Aunque teníamos mucho trabajo y tenía que poner los cinco sentidos, había veces en que la mente estaba en otro sitio: en la familia. Esto fue lo que quizás me costó más, separarme por unos meses de mi familia. Es un desgarro en el alma que no es fácil acallar; pero es tan difícil como necesario. Pues esta separación temporal ha conseguido que la valorara más y, por supuesto, que rezara más por todos ellos.
Si alguien me preguntase si es conveniente pasar un año como auxiliar le respondería sin dudar que sí. Son unos meses de cursillo intensivo para aprender sobre la vida, tanto material como espiritualmente. Pasas más tiempo cerca del sagrario y empiezas a tener una intimidad con el Señor que paulatinamente va transformando tu interior. Es una experiencia de la que jamás me arrepentiré porque ha sido como un libro de instrucciones para muchas situaciones con las que seguro me voy a encontrar a lo largo de mi vida.
Mª Carmen Domínguez – TESTIMONIO DE UNA AUXILIAR que prestó su ayuda en 2007
La última semana de junio tuve ocasión de vivir y participar en la Santa Misión que el párroco de Valdeolivas (Cuenca), junto con las Misioneras de las Doctrinas Rurales, organizaron en el municipio. Fue una experiencia impresionante. Durante esta semana se bendijeron todas las casas del pueblo y cada vecino tuvo la oportunidad de acercarse al Señor. El P. Diego Muñoz S. I. predicó la Misión que duró una semana. Pude acompañar en sus visitas a los dos padres y presenciar la labor que realizaron. Es emocionante ver cómo las almas se van ablandando con la llegada del Señor a su casa, y la alegría que deja la visita del misionero con Cristo vivo en la Eucaristía.
Las Misas, rosarios de la aurora y demás actos previstos, estuvieron muy concurridos. Fue una semana intensa; todos estaban encantados y aprovechando el gran regalo que Dios les estaba haciendo.
Animo a todas las jóvenes que puedan a que ayuden en estas misiones porque, además del bien que podemos hacer con la Gracia de Dios, el Señor no se deja ganar en generosidad y también la derrama sobre nosotras.
Mª Carmen Domínguez
Actualmente está consagrada al Señor en el Carmelo de la Encarnación de Ávila